thumb do blog Renato Cardoso
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MI PADRE ME ABANDONÓ

Dios no es invasor, sino invitado. De esta manera, basta con que usted lo invite con sinceridad a entrar y hacer morada en su vida

Una de las principales verdades sobre Dios que usted debe entender es: Él no es invasor, sino invitado.

Dios no invade la vida de alguien, Él no entrará sin ser llamado.

En las palabras del propio Señor Jesús: «He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo», Apocalipsis 3:20. Es decir: «oír Su voz» es dar oídos a lo que Él dice, y «abrir la puerta» es aceptar lo que Él dice.

Usted puede notar que el Señor Jesús se queda a la espera de que las personas Le abran las puertas de sus vidas, para que, de esta manera, escuchen y tengan comunión con Él. Y esta es la perfecta naturaleza de Dios, porque Él no es intruso.

Hay personas que dicen: «Dios me abandonó». Pero Él nunca dejó Su lugar. «¿Dónde está Dios?» Es una pregunta que ignora Su naturaleza. También hay quienes dicen: «Le daré una oportunidad a Dios». Sin embargo, cuando usted Lo escucha, se está dando oportunidad a sí mismo, porque es usted quien Lo necesita.

Esta actitud de hijo rebelde, lamentablemente, ha sido común entre las personas. ¿Hay padres que abandonan a sus hijos? Sí. Y no todos los padres que dejaron a sus hijos son malos. Por ejemplo, ya conocí padres que no tenían condiciones y permitieron que otra familia adoptaran a su hijo.

Hay personas que dicen: «¿Dónde estabas, Señor? Me abandonaste». Sin embargo, usted, «hijo de Dios» se está quejando de esa situación, pero sepa que salió de la casa del Padre, no dio oídos a su Padre, usted no Le dio oídos al Padre, hizo lo que quería. Usted es libre para hacer lo que quiera, pero la libertad no solo viene «con cosas buenas». Las personas piensan que en la libertad hacen solo lo que les gusta. Pero ellas sufren todo lo que las personas en el mundo también sufren. Y Dios nos quiere librar de eso. Usted solo puede culpar a una persona: a sí mismo.

«¿Entonces ya no hay solución para mí?» Sí, la hay. Y comienza con la humildad. Dios no pateará su puerta. Si quiere la presencia de Él en su vida, usted solo debe hacer una oración humilde y sincera.

Diga con sus propias palabras: «Dios mío, Te pido perdón por todo el tiempo que ignoré Tu voz, que fui terco, que viví como si no existieras. Sé que no es Tu culpa que esté donde estoy, sino la mía. Si aceptas entrar en mi vida, Te abro la puerta ahora y quiero escuchar Tu voz, dirígeme. ¿Qué puedo hacer después de haber sido un hijo tan ingrato y rebelde?».

Por lo tanto, comience a escuchar la voz de Dios e a obedecerla. Él lo guiará y su vida se transformará. Usted también es libre para hacer eso.

¿Lo ponemos en práctica?

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Colaborador

Obispo Renato Cardoso