thumb do blog Renato Cardoso
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JUSTICIA PARA LOS DEMÁS, MISERICORDIA PARA MÍ

Todos quieren justicia — siempre y cuando sea para alguien más. Cuando cometemos errores, pedimos misericordia. ¿Y usted? ¿Está confiando en su justicia propia o en la de Dios?

Una vez el Señor Jesús contó una parábola dirigida a alguien que confiaba en sí mismo, creyéndose justo pero que despreciaba a los demás (Lucas 18:9). El objetivo de la historia era claro: mostrar que hay personas que se creen justas ante sus propios ojos cuando en realidad no lo son.

Esas personas se consideran correctas y creen que todo lo que hacen es correcto. Pero esta es una percepción propia — y a menudo engañosa.

La justicia propia: una mirada torcida

Recuerdo una entrevista en la que un periodista le preguntó a un hombre qué pensaba sobre las invasiones de tierras. El hombre le respondió: «Creo que está correcto, especialmente si la tierra está vacía y la persona no tiene dónde vivir». Entonces el periodista preguntó: «¿Qué pasaría si fuera su terreno?», el hombre dudó y respondió: «Ah, eso es diferente».

Esta respuesta lo dice todo. La justicia propia es así: cuando sucede con los demás, está bien. Cuando se trata de nosotros, queremos un trato especial.

La justicia humana es imperfecta

La justicia propia favorece a uno mismo sobre los demás. La persona se ve a sí misma como buena, justa, correcta. Suele pensar: «Estoy bien, no le hago daño a nadie». Pero todo esto es según nuestras propias reglas, no según las de Dios.

Por eso Jesús dijo: «… buscad primero Su Reino y Su justicia…», Mateo 6:33. No basta buscar el Reino. También debemos buscar la justicia de Dios, porque la nuestra es defectuosa, imperfecta y torcida.

Nuestra justicia quiere venganza. La de Dios, misericordia.

Cuando alguien nos hace daño, queremos justicia inmediata — es decir, queremos que el daño recaiga sobre esa persona. Pero si estuviéramos en su lugar, pediríamos perdón, una segunda oportunidad, comprensión.

Esa es la diferencia. La justicia humana tiende al rencor. La de Dios, la misericordia. La nuestra está inclinada a nuestro favor. La de Él es recta.

El mundo perdió la referencia de justicia.

Vivimos en tiempos en que se está perdiendo la referencia de la justicia. Las noticias son cada vez más absurdas y difíciles de digerir. En un episodio reciente, dos jóvenes le quitaron la vida a una muchacha en Minas Gerais y lo justificaron: «Ella era demasiado feliz».

¿Cómo entender esto? No se puede. La única explicación es espiritual: «… el mundo yace bajo el poder del maligno», 1 Juan 5:19. Cuanto más se alejan las personas de Dios, más se acercan al maligno — y más se parecen a este.

Sin referencia Divina, los seres humanos crean su propia versión de la justicia  — y esto conduce al caos. El amor se enfría, la iniquidad abunda, y la maldad se hace común. Esto es exactamente lo que la Biblia profetizó para los últimos días (Mateo 24:12).

¿Cuál es la esperanza?

En medio de tanta desesperación solo hay una salida: refugiarse en Dios. La Biblia llama a esto habitar en el Abrigo del Altísimo (Salmo 91). Esto va más allá de visitar una iglesia los domingos. Es vivir diariamente bajo la cobertura de Dios, buscando Su Reino y practicando Su justicia.

Por lo tanto, es momento de vigilancia, oración, sabiduría y atención. El mundo se está convirtiendo en el patio de juegos del diablo — y quienes se quedan dormidos corren un grave riesgo.

En conclusión: no confíe en su justicia propia porque falla. Aférrese a la justicia de Dios. Viva en Su Reino, practique Su Palabra, manténgase alerta.

Vea el mensaje completo en el siguiente video.

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Colaborador

Obispo Renato Cardoso