thumb do blog Renato Cardoso
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USTED ME DICE: ¿ESTO ERA UNA PRUEBA DE INTELIGENCIA O DE IGNORANCIA?

Al meditar en un pasaje bíblico esta mañana, me acordé de mis tiempos de escuela. Recordé, especialmente, a dos profesores.

Uno de ellos escribía el texto, daba la clase, explicaba el tema y escribía todos los temas en un pizarrón negro. Después, nos hacía una prueba sobre lo que había acabado de enseñar. Sin embargo, las respuestas a las preguntas que los alumnos tenían que responder estaban todas en el pizarrón. Ellos solo tenían que mirar el pizarrón y copiar las respuestas.

Otra profesora hacía lo mismo, pero usaba otro método, que llamaba prueba a libro abierto. Ella daba las preguntas y los alumnos podían consultar las respuestas en el libro.

Yo veía que eso era muy injusto. Porque, modestia aparte, siempre fui un alumno muy aplicado, que prestaba atención en clase, me sentaba adelante en el aula, hacía la tarea, todo para que me fuera bien en la prueba. Entonces, cuando la profesora nos hacía una prueba de esas, era un insulto a mi esfuerzo y a mi inteligencia.

¿Por qué me acordé de eso esta mañana? Miren lo que está escrito en Isaías 42:25: «Por eso derramó sobre él el ardor de Su ira y la violencia de la batalla; le prendió fuego por todos lados, pero él no se dio cuenta; lo consumió, pero él no hizo caso».

El pueblo estaba conociendo la ira Divina, estaban, literalmente, en medio del fuego.

A pesar de todo lo que sucedía a su alrededor, ellos no le prestaban atención a lo que todo eso quería decir. Ellos necesitaban que Dios les escribiera en un pizarrón, que Dios les mostrara sin que ellos usaran la inteligencia, el razonamiento, qué querían decir todas esas señales para ellos:

«Ustedes están ignorando Mi voz, Mis Consejos, están siguiendo los consejos de su propio corazón; siguiendo otros consejos, pero no los Míos, por eso, están sufriendo. ¡Despierten! ¡Despierten!»

Era eso lo que Dios estaba diciendo. Pero, en medio de toda esa situación, ellos no se dieron cuenta de eso.
Eso habla de una actitud indiferente, ciega, con respecto a las señales que Dios da para hablar con nosotros. Dios no insulta nuestra inteligencia, Él nos creó seres inteligentes.

Entonces, ¿qué espera Él que nosotros hagamos con este cerebro que Él nos dio? ¿Qué espera que hagamos con esta máquina tan potente, tan inteligente como ninguna otra existente? Como mínimo, que usemos esa inteligencia.

Si usted traiciona a su esposa, ¿qué piensa que sucederá con su matrimonio, con su familia? ¿Acaso usted necesita escribir en el pizarrón lo que sucederá si sigue por ese camino? ¿Acaso necesita insultar su inteligencia, por qué usted no se fija en las cosas que están sucediendo a su alrededor y no ve lo que Dios está tratando de decirle?

Jesús solía decir así: «Aquel que tiene oídos oiga…».

Todo el mundo tiene oídos, pero no todo el mundo oye. Muchos tienen audición, pero no tienen oídos para oír. Muchos tienen ojos, pero no tienen visión.
En el mensaje anterior nosotros dijimos que Dios nos convoca a considerar nuestro pasado. Es decir, a usar la inteligencia. «¿Qué he hecho?», «Por donde he andado, ¿ha dado el resultado que yo quiero?», «¿Estoy llegando adonde quiero o esto me está llevando más lejos de donde quiero llegar?».

Esa es la inteligencia que Dios espera de nosotros. La inteligencia de decir: «Yo no necesito fallar dos veces, la primera ya es suficiente». O mejor aún: «Yo no necesito fallar para aprender, puedo mirar a quien ya falló. No necesito repetir el error de esa persona porque ya sé en lo que terminará».

Yo siempre pensé que los jóvenes no necesitan salir por el mundo cometiendo los mismos errores que los otros jóvenes para saber que el mundo no sirve, esos son más inteligentes que el promedio. Yo siempre admiré a esos jóvenes. Porque hay muchos, inclusive, criados en la iglesia, en una buena familia, con buenos principios, que llegan a la adolescencia y les dicen así a los padres: «Yo quiero cometer mis propios errores», «Yo quiero vivir mi vida», «Déjame equivocarme para que sepa». Es el colmo de la ignorancia.

¡Entonces, vaya! Deje que la vida le dibuje para usted en el pizarrón negro. ¡Solo que la vida no será igual al profesor buenito de mi cuarto grado! La vida le enseñará con un golpe en la cabeza. Y, si sobrevive, tal vez aprenda la lección.