Soy libre, hago lo que quiero
Es imposible tener las dos cosas: el libre albedrío y un Dios que lo protege contra usted mismo. Pero el ser humano insiste en esta locura. Querer libertad, hacer lo que quiere. Pero el día «D», cuando las consecuencias de su libertad desenfrenada le sobrevienen, quiere la intervención divina.
Por eso, desde mi punto de vista, el mayor poder disponible para el ser humano no es la bomba atómica, el dinero o la ciencia – sino el poder de decisión. Este poder es tan grande que ni Dios interfiere en él.
Una decisión en su vida es lo necesario para cambiarla radicalmente, para mejor o peor.
¿Cómo lidiar con tamaño poder sin lastimarse?
Ahí es que está la paradoja.
La mejor decisión es someter nuestro libre albedrío a la dirección de Dios.
La alternativa es la certeza de la autodestrucción.
Piense en esto la próxima vez que diga: «Soy libre para hacer lo que quiera».
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