¿QUÉ TIENEN EN COMÚN TÚ Y PILATOS? (sorpresa)
Cuando agradarles a todos se vuelve más importante que hacer lo correcto
Quiero invitarte a reflexionar conmigo sobre este pasaje breve, poco notado por muchos, pero profundamente revelador de la naturaleza humana, que está en Marcos 15:15.
“Pilatos, queriendo complacer a la multitud, les soltó a Barrabás; y después de hacer azotar a Jesús, Le entregó para que fuera crucificado”.
Una decisión marcada por la presión
Pilatos era el gobernador romano de Judea, el representante de Roma en Jerusalén. Tras un juicio religioso injusto llevado a cabo por el Sanedrín, los líderes judíos llevaron a Jesús ante él. Lo hicieron porque querían que la ejecución ocurriera a manos de Roma y, de ese modo, poder eximirse de la responsabilidad.
En ese escenario, incitaron a la multitud y crearon un ambiente de presión. Pilatos, por su parte, sabía que Jesús era inocente. No había pruebas, no había delito, no había base legal alguna para una condena. Aun así, tomó una decisión fatal.
La elección de agradar a la mayoría
En lugar de actuar con justicia, Pilatos eligió agradar a la multitud. Aferrado a su cargo y temiendo que un tumulto llegara a oídos de Roma, pensó primero en preservarse. En otras palabras, antes de que fuera su propia cabeza, que fuera Jesús a la cruz.
Así, el deseo de autopreservación se unió a la necesidad de ser bien visto. Fue precisamente ese impulso humano el que abrió espacio para una de las mayores injusticias de la historia.
Pilatos somos nosotros
Es fácil juzgar a Pilatos. Sin embargo, él representa al ser humano en su forma más básica. Desde los tiempos de la torre de Babel, el hombre busca reconocimiento, exaltación y un nombre para sí. Los siglos pasaron, pero eso no cambió.
Hoy no existe una sola torre de Babel — existen muchas. Aparecen en los edificios más altos, en los escenarios, en los estadios y, sobre todo, en las redes sociales. Siempre hay una multitud esperando ser complacida y alguien deseando una audiencia.
Y esto no se limita a los famosos. Basta con cambiar la escala. Tal vez no tengas millones de seguidores, pero sí quieras ser el popular del grupo, el admirado, el reconocido. Así, el ser humano tropieza con su propia vanidad.
El antídoto contra la vanidad
Entonces, ¿qué hacer? Primero: reconocer que dentro de nosotros existe un ego que busca atención, aplauso y gloria — y que eso es un peligro real. Segundo: actuar como Juan el Bautista, quien dijo: “Es necesario que Él crezca, y que yo disminuya”. (Juan 3:30)
Aun siendo considerado por Jesús el mayor de los profetas, Juan no tomó la gloria para sí.
Por el contrario, señaló a Cristo y se alegró en disminuir.
Una advertencia final
El ser humano no tiene la capacidad para recibir gloria.
La gloria no se divide.
Le pertenece únicamente a Dios. Por lo tanto, ten cuidado con las decisiones tomadas solo para agradar a la mayoría. De lo contrario, sin darte cuenta, puedes terminar haciendo exactamente lo que hizo Pilatos.
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