La Palabra de Dios habla de un grupo de personas que no tienen ninguna voluntad, interés o curiosidad por conocer a Dios.

Es como si estuvieran completamente vacías de la existencia de Dios, porque los seres humanos instalan en su interior el concepto de que son el propio Dios, de que son señores de sí mismos. Tienen un complejo de Dios tan grande que, cuando alguien les pregunta si creen en Dios, inmediatamente hacen un juicio sobre Dios: «No, no creo que Dios exista. Si Él existiera, ¿por qué hay muchas cosas malas en el mundo?, etc.». Es decir, se sientan en la silla de juez de Dios.

La Palabra dice que esas personas son entregadas a un sentimiento perverso para hacer cosas que no convienen.

«Y como ellos no tuvieron a bien reconocer a Dios, Dios los entregó a una mente depravada, para que hicieran las cosas que no convienen…». Romanos 1:28

Entonces, cuando la persona no le rinde cuentas a nadie, actúa desenfrenadamente con sus sentimientos y sus voluntades, según lo que considera correcto a sus propios ojos. Ahí vale todo: matar, prostituirse, robar, engañar, abusar de las personas vulnerables, mentir. En fin, todo se justifica por el siguiente principio: «Es lo que quiero, es mi voluntad, si alguien sale perjudicado, es mala suerte para esa persona, el mundo es de los más fuertes, etc.».

Esa es la fuerza motriz de las personas que no tienen a alguien sobre ellas. Saben que si dan el brazo a torcer y consideran por un minuto que existe un Dios, un Creador, un Juez a quien un día Le rendirán cuentas, tendrán que cambiar radicalmente su manera de ser y de actuar. Pero, como no quieren pagar ese precio, descartan la idea de que Dios exista.

En este Texto Bíblico también entendemos que Dios, al existir personas que Lo desprecian, valora a quienes están interesados en conocerlo.

«Porque los ojos del Señor recorren toda la Tierra para fortalecer a aquellos cuyo corazón es completamente Suyo». 2 Crónicas 16:9

Es lo que Dios hace. Constantemente Él está inspeccionando, está explorando este mundo buscando a los sinceros.

Su Palabra enseña que cuando hablamos con Él en el nombre de Jesús, somos escuchados, no por nuestros méritos, sino porque el nombre de Su Hijo nos da ese derecho.

Vea el mensaje completo en el siguiente video.