PALABRAS DE JESÚS (MÁS CLARO, IMPOSIBLE)
Si ya te has sentido perdido, rechazado o condenado, este video es para ti. Escucha con atención y decide creer en Aquel que el Padre envió para salvarnos
Presta mucha atención a las palabras del Señor Jesús:
“Porque Dios no envió a Su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. El que cree en Él no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el Nombre del unigénito Hijo de Dios”.
Juan 3:17-18
La primera verdad que Él revela es el objetivo de Dios: salvar al mundo. Dios no tiene interés alguno en condenar a nadie, sino en salvar. Si piensas que estás condenado, que ya no hay una solución para tu vida, sabe que eso no es verdad. Mientras estés vivo y escuchando esta Palabra, Dios te está dando la oportunidad de Salvación.
No estás condenado por Dios, sino por tu propia incredulidad, por tu conciencia, por tus voluntades y actitudes — pero no por Él. Mientras tengas oídos para oír Su voz, la oportunidad de Salvación aún está delante de ti. Para que eso fuera posible, Él envió a Su propio Hijo. No envió a un ángel, ni a un profeta o pastor, sino a Su Hijo, que descendió a este mundo, tomó forma humana y vivió de manera que las personas pudieran ver cómo es Dios a través de Su vida.
Esa es la primera parte: comprender que el Padre no desea condenarte, sino salvarte. No importa quién seas o los errores que hayas cometido, Él quiere salvarte.
Sin embargo, hay un elemento indispensable para la Salvación: la fe. Por eso el Señor Jesús dijo:
“El que cree en Él no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el Nombre del unigénito Hijo de Dios”.
Juan 3:18
Es decir, para recibir la Salvación y no ser condenado, es necesario creer en Aquel que Dios envió: el Salvador. Es una decisión. La fe es un derecho de todos, pero no todos deciden usarla.
¿Qué hacer con esa información?
Dios no desea condenar al mundo. Por eso, ante el hecho de que la humanidad está condenada por sus pecados, Él pagó por ellos. La verdad es que nuestros pecados exigen justicia delante de la ley de Dios.
Por ejemplo, si excedes el límite de velocidad en una carretera y el radar lo registra, te multarán, recibirás puntos en tu licencia y sufrirás las consecuencias. Si sigues equivocándote, incluso puedes perder la habilitación. Eso también sucede con la ley de Dios: el pecado exige corrección.
¿Y cuál es la consecuencia del pecado? La separación de Dios.
En la sociedad, quienes cometen crímenes son separados de convivir con la sociedad y son enviados a la cárcel. De la misma manera, Dios no puede estar con los que insisten en rechazarlo y practican lo que Lo ofende.
Pero, para que no fuéramos condenados, el Creador envió a alguien para llevar sobre sí el castigo de nuestros pecados: Su propio Hijo. Jesús vivió sin pecado, perfecto en todo, y no necesitó un Salvador. Por eso, Él pudo convertirse en el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y, si crees, Él toma sobre Sí tus culpas, perdona tus pecados y te concede la Vida Eterna.
Jesús concluyó diciendo:
“Y este es el juicio: que la Luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la Luz, pues sus acciones eran malas”.
Juan 3:19
La condenación sucede cuando la persona ama más las tinieblas que la Luz, cuando prefiere su propio modo de vivir en lugar de la voluntad de Dios. Así, ella rechaza la Luz y decide permanecer en las tinieblas.
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