thumb do blog Renato Cardoso
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PADRES: ESTA ES LA MEJOR MANERA DE EDUCAR A SUS HIJOS

Dios no solo nos dice lo que debemos hacer, sino que también nos explica por qué debemos seguir tal camino. Es decir, Él nos concientiza acerca de las consecuencias de nuestras decisiones. Además, es extremadamente paciente y amoroso con nosotros, dejándonos, así, el ejemplo de cómo debemos actuar con respecto a nuestros hijos.

Por eso, si los padres y las madres quieren educar de manera justa y eficaz, necesitan hacerlo como Dios.

¿Por qué Dios nos dio padres?

Veamos esta cuestión de una manera más amplia, mucho más allá de la figura del padre y la madre. Al observar la historia de la humanidad, notamos que cosechamos lo que nuestros antepasados sembraron: tanto lo bueno como lo malo.

Comencemos hablando de lo bueno: de los inventos, creaciones y soluciones en las que nuestros padres trabajaron para dejar disponibles a las generaciones futuras. Hoy tenemos muchos tratamientos médicos, vacunas y medicamentos que hace 50, 60 o 100 años no existían.

Para ello, se utilizó la inteligencia de esas personas. Enfermedades que en el pasado mataban a millones de personas hoy ya no son una amenaza, porque se crearon remedios y tratamientos; es decir, la ciencia avanzó y nosotros nos beneficiamos de ello. Lo mismo ocurrió con la tecnología, por ejemplo, en la construcción, en el transporte (automóviles, aviones, trenes) y en la comunicación (teléfono celular, televisión, radio).

Hoy estamos mucho más adelantados que nuestros antepasados de hace 100, 200, 300 o 1000 años. Y, si Jesús no vuelve antes, dejaremos un mundo aún más desarrollado para nuestros hijos.

Volviendo al ámbito familiar: Dios nos dio padre y madre para que aprendamos y nos beneficiemos de los errores que ellos cometieron. También podemos beneficiarnos de las lecciones que aprendieron en la vida, para no tener que repetir los mismos errores.

Imagine si, en cada nueva generación, tuviéramos que empezar todo de nuevo por no tener ningún legado del conocimiento de las generaciones anteriores. El mundo no habría avanzado. Si tuviéramos que volver a inventar el automóvil o investigar desde cero la cura de las enfermedades, el mundo no habría progresado.

Entendemos esto perfectamente cuando se trata de la ciencia, pero en lo que respecta a la familia, existe un espíritu contrario que lleva al hijo a pensar y decir:

«Padre, no quiero escucharte ni seguir lo que me dices. Quiero vivir mi vida y cometer mis propios errores. Tú viviste la tuya cuando eras joven; ahora yo quiero vivir la mía.»

Existe una resistencia a aprender lo que el padre y la madre quieren enseñar, y eso es una gran necedad por parte de los hijos. Si el joven fuera un poco más inteligente que el promedio y utilizara al menos una parte de su inteligencia, entendería que no necesita equivocarse. Bastaría con aprender de los errores de sus padres o de los demás, sin tener que pasar por malas experiencias.

Por lo tanto, el hijo inteligente escucha a sus padres y comprende que ellos solo buscan su bien. Entiende que Dios le dio a sus padres para instruirle y librarle de sufrimientos innecesarios.

Por otro lado, hay hijos que no respetan porque ven a sus padres haciendo justamente aquello que les dicen que no hagan. Esos padres, que están cosechando las consecuencias de sus propios errores, en realidad solo quieren evitar que sus hijos pasen por lo mismo. Por eso dicen: «Haz lo que digo, pero no hagas lo que hago.» Sin embargo, eso no es sensato, porque los hijos terminan siguiendo los ejemplos. Los padres deben prestar atención a eso.

A su vez, los hijos inteligentes ven que sus padres están actuando mal y evitan hacer lo mismo.

Muchos padres no quieren tomarse el trabajo de educar a sus hijos y solo les dicen que no hagan ciertas cosas, sin explicar el motivo. Educar a un hijo requiere esfuerzo, y los padres deben tenerlo en cuenta, ya que muchas veces los resultados de ese trabajo no se ven de inmediato.

Aun así, los padres no deben rendirse, así como Dios no se rinde con nosotros. Él es Padre y siempre está dispuesto a enseñarnos con todo cariño, explicándonos qué debemos o no hacer y por qué.

Esto es muy importante, pero muchas veces los padres se ocupan más del trabajo —para pagar cuentas, comprar, viajar y dar cosas materiales a los hijos— y terminan sin ofrecer lo más importante: aquello que nadie más puede dar en este mundo, que es educarlos de verdad.

Solo los padres tienen las intenciones correctas hacia sus hijos; el mundo no. El mundo tiene una agenda con segundas intenciones, que busca llevarlos por caminos equivocados. Los padres no pueden dejar ese vacío en la educación de sus hijos, y deben seguir enseñándolos incluso cuando ya sean adultos.

Educar exige paciencia y creatividad. Quien es profesor lo sabe muy bien, porque a veces el alumno no aprende de una manera, sino de otra. Hay quien aprende escuchando, quien aprende viendo y quien aprende viviendo. Por eso, padres, ustedes deben descubrir cuál es la mejor forma de enseñar a sus hijos.

Tengan paciencia y comprendan que su «alumno» no está en el mismo nivel de entendimiento que ustedes. Es un gran error querer que el hijo se comporte como si ya fuera un adulto. Un hijo está en formación, expuesto a miles de ideas de este mundo.

Por lo tanto, ustedes deben llegar primero: sentarse a escuchar —y muchas veces, «tragarse sapos». Pero es necesario mantener ese contacto y, sobre todo, mostrar que ustedes viven lo que están enseñando. Tal vez hayan cometido errores en el pasado, pero ahora no están repitiéndolos, sino utilizándolos como ejemplo para enseñar.