Si ya te has mudado de ciudad o incluso de barrio, y después de un tiempo regresaste al lugar de origen, seguramente experimentaste una sensación nostálgica. Al volver, notas cómo cambió todo: surgieron nuevas construcciones, algunos recuerdos físicos ya no existen, mientras que otros permanecen intactos.

Tal vez reencontraste viejos amigos, familiares o vecinos, y cada detalle trajo a la memoria recuerdos que marcaron tu historia. Es una mezcla de emoción, añoranza y también de confrontación con la realidad: tú has cambiado, el lugar también cambió, pero algunas personas aún te ven como si nada se hubiera transformado.

Jesús pasó por algo semejante cuando, después de iniciar Su ministerio, regresó a la ciudad donde creció: Nazaret. Sin embargo, ya no era solo el carpintero, conocido como hijo de María y José. Ahora era el Señor, el Mesías, aquel que predicaba con autoridad, sanaba enfermos y realizaba milagros. La fama de Sus obras ya se difundía por toda la región.

Mira cómo el evangelista Marcos narra este momento:

«Él se marchó de allí y llegó a Su pueblo; y Sus discípulos Le siguieron. Cuando llegó el día de reposo, comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos que Le escuchaban se asombraban, diciendo: ¿Dónde obtuvo Él tales cosas […] Y se escandalizaban a causa de Él. Y Jesús les dijo: No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa. […] Y estaba maravillado de la incredulidad de ellos».
(Marcos 6:1-6)

Este episodio revela lecciones profundas. La primera es sobre el reconocimiento: muchas veces, los más cercanos son quienes menos perciben el valor de alguien. Otra lección está en la Fe: la incredulidad puede limitar la obra de Dios en nuestras vidas. Además, aprendemos sobre humildad, identidad y sobre no depender de la aprobación ajena para cumplir la misión.

Mira el video, reflexiona conmigo y descubre cada una de estas enseñanzas.