thumb do blog Renato Cardoso
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Hubo un día

Imagem de capa - Hubo un día

Me acuerdo como si fuera hoy. Yo tenía 12 años y aquél domingo parecía como otro cualquiera. Como hacía casi todos los domingos, toda la familia – mis padres, dos hermanos y una hermana – pasábamos el día en la casa de mi abuelo, padre de mi madre. Él era una persona muy amable; tenía un abasto en el garaje de su casa, que para nosotros, los niños, era como un paraíso. Entrábamos y agarrábamos lo que quisiéramos – dulces, refrescos, salados, helados…era una fiesta.

Para mi madre, era la oportunidad de quitarse la nostalgia que sentía de su gran familia. Un sin fin de tías y tíos, era solo una pequeña parte de una extensa familia que había migrado desde el nordeste para la ciudad grande, para donde ella había venido todavía una bebé. Mi padre, en la mayoría de las veces, era compañero fiel de mi abuelo en la mesa de sueca, juego de cartas que nunca entendí, y quedaban jugando por horas y horas. Y horas. Siempre regresábamos a la casa ya tarde de la noche. Pero aquél domingo no fue como los demás. Al terminar el día, casi a la hora de regresar a la casa, hubo una discusión entre mi padre y mi madre, delante de la familia. No recuerdo qué la ocasionó ni el porqué, pero la vergüenza; el miedo que sentí al ver la expresión en el rostro de mi padre; mi deseo de que mi mamá se quedara callada para evitar más pelea; las ganas de gritar y decir a los dos: «¿POR QUÉ USTEDES DOS NO SE ENTIENDEN?» – es imposible olvidarlo.

En aquél día, el mal entró en nuestra familia.
Después de la pelea, entramos en el carro y seguimos a la casa. Durante todo el recorrido, no se escuchó ni una palabra. Y aquél silencio, especialmente de parte de mi padre, se prolongó por casi un año – hasta que la bomba se explotó. Traición, otra mujer, macumba, un infierno. Les ahorraré los detalles.

La cuestión es que todo tiene un inicio. Nada, excepto Dios, existió desde siempre. La Biblia habla del «día malo» (Efesios 6.13, Salmos 41.1), del «día de adversidad» (Proverbios 24.10) – es decir, existe un día en que el mal viene sobre la persona. Y, desde allí, las cosas empiezan a ir de mal en peor. Es como el tren que descarrila y no hay vuelta atrás. La salud iba bien, hasta que un día apareció un síntoma. El matrimonio era feliz, hasta que hubo un problema que no logró solucionar. El negocio iba bien hasta que algo afectó las ventas de tal manera que jamás se logró aumentarlas nuevamente. Lo interesante es que, normalmente, el día mal viene sin avisar y sin ser invitado. Esta es la naturaleza del mal – atacar cuando menos se espera.
Pero el día de la salvación, el día del libramiento, el día del cambio  tiene que ser provocado. Es decir, no es mera casualidad. Escucho mucho a las personas decir «un día mi vida va a cambiar», «un día lo lograré» – pero ellas dejan este día por cuenta del destino. Esperan que un bello día la suerte vaya a sonreír para ellas. No es así que se cambia de vida.
El cambio es el resultado de una DECISIÓN. El día en que yo tome la decisión correcta, este será el día en que mi vida empezará a cambiar. Y este día, soy yo quien lo determino, y nadie más.
En el día de su decisión, el mal tendrá que salir de su vida y dar lugar al bien que usted eligió.
«Hoy pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ti, de que te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes.» (Deuteronomio 30.19)

¿Cuál es SU decisión?

P.S. ¿Hubo un día en que el mal (o el bien) entró en su vida? ¿Cómo fue? ¿Cómo usted provocó el cambio? Escriba en los comentarios abajo.