thumb do blog Renato Cardoso
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EL VICIO DE LA INGRATITUD Y CÓMO ACTÚA SIN QUE LO NOTES

En este video, entenderás cómo la ingratitud actúa dentro de ti y aprenderás el camino para vencerla, antes de que destruya todo lo que Dios ya te dio

¿Sabías que el trabajador común de hoy — aquel que vive con uno, dos o incluso tres salarios mínimos — es más rico que la mayoría de las personas consideradas de clase media hace treinta o cuarenta años? Así es. El trabajador actual, considerando los bienes y servicios a los que tiene acceso, vive mejor que quien era considerado de clase media en el pasado.

¿Por qué? Porque la vida material se ha vuelto más accesible. Es cierto que los ricos son más ricos, pero los pobres tampoco viven como antes.

La insatisfacción que nunca termina

Lo que quiero decir es simple: la condición material no determina la satisfacción del alma. La Biblia ya nos advierte que siempre habrá pobres. Pero, independientemente de la clase social, muchos viven insatisfechos.

El desempleado quiere un trabajo.

El que gana el salario mínimo quiere ganar más.

La clase baja quiere ascender.

La clase media quiere ser rica.

El rico quiere ser millonario.

El millonario quiere ser multimillonario.

Y el multimillonario quiere entrar en la lista de Forbes. Esa carrera nunca termina.

La respuesta está en el Salmo 73

El salmista Asaf entendió esa inquietud humana. Él dijo:

“Ciertamente Dios es bueno para con Israel, para con los puros de corazón. En cuanto a mí, mis pies estuvieron a punto de tropezar, casi resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, al ver la prosperidad de los impíos”. (Salmos 73:1-3)

Asaf era un hombre de Dios, músico del templo, profeta. Aun así, casi tropezó espiritualmente al mirar demasiado la prosperidad de los impíos. Empezó a comparar su vida con la de quienes no temían a Dios — y eso le robó la paz.

Esa es una trampa común. Cuando miramos a los demás, despertamos la envidia. La insatisfacción nace de la mirada. Siempre pensamos que el otro tiene más: más dinero, más comodidad, más éxito. Y dejamos de ver lo que realmente tenemos.

La falta de gratitud

Muchos viven comparando el “pan con manteca” que tienen con el “pan dulce con cobertura de chocolate” del otro. Siempre quieren más. Nunca se conforman. Y en esa búsqueda desarrollan uno de los peores vicios del ser humano: la ingratitud.

La persona ingrata no reconoce lo que tiene. Olvida el pan de cada día, la salud, la familia, la protección divina. Vive quejándose, murmurando, y se desgasta corriendo detrás del dinero, creyendo que este traerá felicidad.

Pero esa carrera es una ilusión. Es como correr tras la propia sombra. Cuanto más corres, más se aleja.

El algodón de azúcar de la vida

La vida material se parece al algodón de azúcar de la infancia. Vemos esa nube colorida, hermosa, y corremos a tenerla. Damos la primera mordida, y desaparece. Así es la riqueza de este mundo: dulce por un instante, vacía al momento siguiente.

Muchos pierden la vida en esa búsqueda. Venden sus principios e incluso el alma por un poco más de dinero. Piensan: “Cuando tenga lo que me falta, seré feliz”. Pero el vacío continúa, porque el deseo nunca termina.

La carrera contra la vanidad

Esa competencia sin fin nace de la vanidad. Competimos con hermanos, vecinos, compañeros, incluso dentro de la iglesia. Pero, en verdad, competimos con nuestra propia vanidad — y nadie gana esa carrera.

Cuando consigues lo que la vanidad quiere, ya inventa otro deseo. La victoria nunca llega, porque el corazón no se sacia.

La oración de la gratitud

Por eso Jesús nos enseñó a orar: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” (Mateo 6:11).

Y el sabio Agur también oró:

“Dos cosas te he pedido, no me las niegues antes que muera: Aleja de mí la mentira y las palabras engañosas, no me des pobreza ni riqueza; dame a comer mi porción de pan”. (Proverbios 30:7-8)

Él sabía que tanto la pobreza como la riqueza extremas pueden alejar el corazón de Dios.

Vive con gratitud

Entonces, mírate. Pregúntate: “¿Tengo lo que necesito?” Si no lo tienes, pídele a Dios el pan de cada día. Él cuida a Sus hijos con amor.

Pero si no tienes todo lo que quieres, recuerda: nadie lo tiene. Ni siquiera Dios tiene todo lo que quiere, porque Él desea la salvación de todos — y muchos no quieren entregarse a Él.

Por eso, vive con gratitud. Agradece por lo que tienes. Vigila tus ojos para no envidiar lo que es del otro. Porque la mirada codiciosa es un terreno resbaladizo — y en él, muchos ya han perdido el alma.

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Colaborador

Obispo Renato Cardoso