thumb do blog Renato Cardoso
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(el beso del terapeuta) ¿FALTA NOCIÓN, JUICIO O UN SINVERGÜENZA?

Esta historia, que llega a ser cómica de tan trágica, tiene mucho para enseñarnos no solo sobre el matrimonio, sino también sobre la fe

¿Conoces la historia del marido y la esposa que fueron al terapeuta para intentar salvar el matrimonio? Si no la conoces, te la cuento.

Un matrimonio, casado hacía casi veinte años —él, un abogado exitoso; ella, secretaria ejecutiva— vivía un matrimonio frío. Como último intento, buscaron a un terapeuta famoso por sus métodos poco ortodoxos.

Entonces, sentados frente a él, el terapeuta preguntó qué estaba sucediendo.

El marido respondió primero: trabajaba demasiado, tenía poco tiempo, la esposa le reclamaba atención y él “no lograba hacerse cargo”.

A continuación, cuando el terapeuta preguntó a la esposa, ella se derrumbó: hacía más de un año que no la tocaba, ni un beso, ni un elogio. Se esmeraba en su apariencia, pero el marido actuaba como si ella fuera invisible.

El terapeuta se quedó en silencio, se levantó, dio la vuelta a la mesa, tomó la mano de la esposa, la levantó y… la besó. Un beso de 30 segundos. El marido observó sin reaccionar.

Al terminar, el terapeuta le dijo al marido:

— Su esposa necesita esto por lo menos tres veces por semana.

Y el marido, con la mayor tranquilidad, respondió:

— Doctor, martes y jueves es difícil, pero lunes, miércoles y viernes puedo traerla.

El problema real no es el matrimonio

Aunque sirve como alerta para algunos matrimonios, esta historia trata de otra cosa: la tercerización de la responsabilidad. Y, principalmente, la tercerización de la fe.

Así como el marido consideró normal que otro hiciera por él lo que era su responsabilidad, mucha gente hace lo mismo en la vida espiritual: en lugar de buscar a Dios, entrega su fe en manos de intermediarios.

El peligro de transferirles tu fe a otros

Orar por los demás no es incorrecto: la Biblia lo incentiva. Sin embargo, el problema comienza cuando la oración de otros sustituye tu propia oración.

Cuando la intercesión se vuelve una muleta.

Cuando la intimidad con Dios se delega.

Por pereza espiritual, miedo o la falsa idea de que alguien “más santo” tiene más acceso a Dios, muchos ponen personas entre ellos y Dios: pastor, sacerdote, obispo, profeta, apóstol, gurú, “madre de oración” o cualquier otra figura espiritual.

Este comportamiento es antiguo. Al pie del Sinaí, el pueblo le pidió a Moisés:

“Entonces dijeron a Moisés: Habla tú con nosotros y escucharemos; pero que no hable Dios con nosotros, no sea que muramos”. (Éxodo 20:19)

El mismo patrón se repite hasta hoy.

Jesús vino a terminar con la tercerización de la fe

Una de las misiones de Jesús fue justamente eliminar intermediarios. Cuando el velo se rasgó, el camino al Padre quedó abierto (Mateo 27:51).
Él dijo:

“Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí”. (Juan 14:6)

Si conoces a Jesús, tienes acceso directo al Padre. Sin necesitar un “representante espiritual”.

La fe tercerizada abre puertas a estafas

Mucha gente cae en estafas porque, antes de ser engañada por terceros, fue engañada por su propia pereza espiritual. Como la mujer que contó: “Obispo, conocí a un pastor de Nigeria por internet. Él dijo que tenía revelaciones para mí. Ya mandé más de cien mil reales y ahora vi que era una estafa”.

¿Por qué cayó? Porque prefirió que alguien “orara por ella” en vez de acercarse a Dios directamente.

El mayor ladrón no fue el estafador. Fue su propio corazón: perezoso, selectivo, terco y sordo a la verdad.

La responsabilidad espiritual es tuya

Leer la Biblia, orar, ir a la iglesia, buscar a Dios: todo eso es tu responsabilidad.

Es fácil enviar un pedido de oración, escribir un nombre en el chat de la transmisión, mandar un pago. Difícil es hacer tu parte: arrodillarte, oír la voz de Dios, practicar la fe.

Orar por otros es una bendición, pero no creamos dependientes. Y si alguien quiere que dependas de él, “no hagas nada sin consultarme”, ¡huye! Es un lobo. Es un mercenario. No solo quiere tu dinero: quiere robar lo principal, tu fe.

Poner tu fe en manos de un mortal es entregar al ladrón aquello que debería estar en las manos de Dios.

Mira el mensaje de arriba y comprende por qué no puedes tercerizar tu fe.

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Colaborador

Obispo Renato Cardoso