DETENGAN LA TIERRA, ¡ME QUIERO BAJAR!
Todo ser humano, naturalmente, tiene dentro de sí un sentido de justicia. Pero ¿ya se detuvo a pensar de dónde viene esto?
Todo ser humano tiene un sentido de justicia, un sentido de lo correcto y lo incorrecto. Sí, todos nacemos con esto. Algo en nuestro interior nos dice que ciertas cosas son correctas y otras, incorrectas, sin que nadie nos enseñe. No hace falta ser cristiano para saber, por ejemplo, que está mal maltratar a un niño, a un animal o a una persona mayor. Tampoco hace falta para juzgar que robar está mal. Estas leyes están naturalmente escritas en las tablas de nuestro corazón.
Pero ¿de dónde proviene esto? Este sentido de justicia proviene de Dios, porque Él es justo; Él es la propia justicia. El ser humano lleva dentro de sí ese sentido porque fue creado a imagen y semejanza de Dios. Todos nosotros podemos percibir y sentir las injusticias del mundo. Muchas veces, usted ha escuchado noticias sobre atrocidades, tragedias, calamidades y pensó: «¡Dios mío, ¿cuándo terminará esto?». A veces, dan ganas de decir: «¡Detengan la Tierra, me quiero bajar!». Ese sentido de justicia dentro de nosotros clama para que las cosas incorrectas sean corregidas.
Pero, al mismo tiempo, necesitamos entender que, si existe este sentido, primero, tiene una fuente, y esa fuente es Dios, la Justicia misma. En segundo lugar, si realmente recibimos la justicia de Dios en esta vida, también recibiríamos nuestros debidos castigos. Porque esto no es solo para las peores personas de este mundo. Está escrito que no hay ninguno justo, ni siquiera uno. Por lo tanto, si todos enfrentamos el Juicio de Dios, cosecharemos ira para nosotros mismos.
El apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, habló al respecto en el Libro de Romanos:
“Mas por causa de tu terquedad y de tu corazón no arrepentido, estás acumulando ira para ti en el día de la ira y de la revelación del Justo Juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: a los que por la perseverancia en hacer el bien buscan gloria, honor e inmortalidad: vida eterna; pero a los que son ambiciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia: ira e indignación. Habrá tribulación y angustia para toda alma humana que hace lo malo…» (Romanos 2:5-9).
Es decir, habrá un día de manifestación del Juicio de Dios. Entonces, ese deseo que todos sentimos que, al final, las cosas sean corregidas, ese día llegará; ¡puede estar seguro de eso! El día del Juicio Final de Dios ya está determinado. Entonces, esa sed y hambre de justicia que hay dentro de nosotros será saciada.
Sin embargo, habrá dos resultados: para aquellos que perseveraron en hacer el bien, será la vida eterna; y para aquellos que insistieron en hacer el mal, será indignación, ira, juicio y muerte eterna, porque así lo decidieron.
Ahora bien, entienda que el Texto no se refiere a que, para entrar en el Cielo, usted necesita practicar buenas obras. Las buenas obras que serán recompensadas no son las que provienen de nosotros, sino de nuestra fe en Él. Quien es salvo hace el bien, pero no todos los que hacen el bien son salvos, porque no seremos salvos por las obras que realizamos; de lo contrario, Jesús no habría tenido que morir en la cruz. Así, por la fe en Él, tenemos un Abogado ante el Juez, y es Él quien nos defenderá por la fe que mostramos en Él.
Quienes comparezcan ante el trono del Justo Juez sin Abogado, habiéndose entregado a las injusticias de este mundo, recibirán la ira acumulada para ellos en este Juicio Final. Pero quienes creyeron en el Señor Jesús y vivieron sus vidas tratando de practicar el bien, porque creyeron en Él, recibirán la vida eterna.
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