thumb do blog Renato Cardoso
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¡CUIDADO! EL ORGULLO HUNDIÓ HASTA AL TITANIC

Todo ser humano lleva en la sangre el veneno del orgullo. Este es sutil, silencioso y extremadamente peligroso

Atención a las señales del orgullo:

Hace 113 años, en 1912, el Titanic estaba listo para hacer su primer viaje. Hasta entonces, el barco más lujoso de la historia, un verdadero símbolo del avance humano y de la tecnología.

Y una frase famosa marcó la inauguración de este barco: alguien involucrado en su construcción dijo que «ni Dios puede hundir el Titanic». Pocos días después de zarpar, el Titanic colisionó con un iceberg y se hundió, llevándose consigo a más de 1500 personas. Un desastre histórico que conmocionó al mundo.

No creo que haya sido Dios quien hundió el Titanic. Pero esta historia ilustra la necedad del orgullo humano al creerse por encima de Él, al pensar que puede más, que sabe más, que está por encima de su propio Creador. Así, el orgullo de la criatura puede ser su mayor ruina.

El orgullo es pesado:

Exaltarse, normalmente, es caer. Así lo dice la Palabra de Dios:

«Delante de la destrucción va el orgullo, y delante de la caída, la altivez de espíritu». Proverbios 16:18

El orgulloso puede aparentar victoria y, cuantas más victorias tiene, más se infla su orgullo. Eso puede durar un tiempo, pero inevitablemente el orgullo se vuelve demasiado pesado incluso para el propio orgulloso, y termina derrumbándose bajo el peso de su soberbia, aplastado por su arrogancia. Y cuanto mayor es el orgullo, más fuerte es la caída, mayor la destrucción.

Lamentablemente, el ser humano no aprende de los errores del pasado. ¿Cuántos en este mundo no colocan su orgullo por encima de todo lo que es justo, del sentido común, de lo que es correcto? Prefieren perderlo todo antes que pedir perdón.

Conclusión:

Todo ser humano tiene el pecado del orgullo. Algunos más, otros menos, pero todos tenemos orgullo, y la única oportunidad que tenemos en su contra es reconocerlo, reconocer que está dentro de nosotros y que, dada la oportunidad, se manifestará, nos hará levantar la nariz, endurecer la nuca, darle la espalda a la razón, al sentido común, y nos llevará al abismo. La única esperanza que tenemos es reconocer su existencia dentro de nosotros. Porque, si usted reconoce el orgullo que hay en usted, podrá estar más atento, más consciente de lo que puede hacerlo hacer. Así, por medio de la humildad, que es el antídoto, intentar neutralizarlo.

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Colaborador

Obispo Renato Cardoso