¿CÓMO TENER PAZ CON DIOS Y CONMIGO MISMO?
Sabiendo que no hay justo en la Tierra, ¿cómo podemos ser justificados y exentos de nuestras injusticias ante Dios? Descubra en el video cómo alcanzar ese perdón y vivir en verdadera paz.
«No hay justo, ni aun uno». (Romanos 3:10). La Palabra de Dios deja claro que nadie en esta Tierra es completamente justo, solo Dios. El único justo que caminó entre nosotros fue el Señor Jesús y, por eso, la muerte no pudo detenerlo (Hechos 2:24). Como la muerte es el salario del pecado (Romanos 6:23) y Jesús no tenía pecado, la muerte tuvo que devolverlo a la vida.
Piense en una persona que está presa, pero contra la cual no hay pruebas. La justicia debe liberarla, ¿cierto? De la misma forma, la muerte tuvo que liberar a Jesús, porque Él no tenía culpa ni pecado alguno. Por eso, resucitó.
Ahora, si no hay nadie justo, ni uno solo, ¿cómo podremos entrar al Cielo? ¿Cómo podemos tener paz con Dios?
Romanos 5:1 responde a esa pregunta: «Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo…»
Este versículo resuelve nuestro problema ante la perfecta justicia de Dios. En realidad, no somos justos ni ante Dios ni ante los hombres. Después de todo, ¿quién nunca pecó? ¿Quién nunca transgredió la ley de los hombres o falló en cumplir incluso sus propios estándares de justicia?
¿Cuántas veces intentamos hacer lo que es correcto, pero fallamos? Comenzamos un nuevo año, una nueva semana, un nuevo día diciendo: «A partir de ahora, voy a actuar diferente. No me voy a exaltar, ni a irritar con esa persona. Voy a controlar mi temperamento y mis emociones».
Tal vez logremos controlarnos por un tiempo, pero pronto resbalamos y volvemos a hacer lo que habíamos prometido no hacer.
Si no logramos alcanzar ni nuestros propios estándares de justicia que, por cierto, son bastante bajos, ¿cómo podremos justificarnos ante la justicia divina? Normalmente, nos consideramos justos a nuestros propios ojos, pero cuando intentamos mejorar, pronto nos damos cuenta de nuestras fallas.
Entonces, ¿cómo podemos pasar la prueba de la justicia divina?
La justificación por la fe es cuando Dios declara a una persona justa, atribuyéndole la justicia del Señor Jesús. Cristo fue el único justo perfecto, y Dios Padre, por Su misericordia y gracia, considere esa justicia como si fuera de quien cree en Él. Por la fe en Jesús, esa persona es justificada y perdonada de sus pecados. Sus errores son perdonados por causa de Su amor y Su justicia.
Imagine que entrar al Cielo sea como entrar a un lugar donde las ropas deben ser absolutamente blancas. Pero usted llega a la puerta del Cielo con sus vestiduras tan sucias como un overol de mecánico cubierto de grasa. ¿Cómo entrar así?
Entonces, Jesús lo ve, lo llama a un lado y dice: «Ven conmigo».
Él le da un baño, quita toda la suciedad, tira sus ropas inmundas y le entrega Su túnica purísima. Luego dice: «Ahora puedes volver a la fila, porque vas a entrar».
Cuando llegue su turno, Jesús declara: «Él está conmigo».
Y usted entra, no porque lo mereciera, sino porque Jesús le prestó Su vestidura limpia. Eso es la justificación por la fe.
Es decir, cuando usted cree en el Señor Jesús como su único Señor y Salvador, el Padre —el Justo Juez— le atribuye la justicia de Su Hijo, lo perdona por Su gracia y misericordia y le da acceso a la Salvación.
Tener paz con Dios significa no temer más a la muerte, porque la muerte ya no tiene nada para acusarlo. Después de todo, usted ha sido justificado por la fe y, por causa de esa justificación, busca vivir en justicia. No es perfecto, pero busca vivir en santificación y separación.
Entonces, ponga su fe en Él, para que tenga paz con Dios. Y, teniendo paz con Dios, tendrá paz consigo mismo. Ese es el plan de Salvación del Señor Jesús para nuestra vida.
Por eso, nunca ponga su salvación en una religión, en un líder religioso, en una iglesia o en cualquier persona. El verdadero hombre de Dios es aquel que le presenta al Salvador. Él disminuye, y Jesús crece en su vida.
Pero el mercenario es aquel que quiere que usted sea dependiente de él, y no del Señor Jesús. Incluso menciona el nombre de Jesús, pero no lo conduce a conocerlo de verdad.
¡Aléjese de ellos!
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