Si aciertas estas tres relaciones, tu vida tendrá dirección, paz y estabilidad. Pero si desordenas cualquiera de esas, enfrentarás problemas continuos. Aprende cuáles son:

1. Relación con los padres

La primera relación que necesitas acertar es con tus padres. No importa si fuiste criado por padre, madre, abuelos u otros responsables, todos tuvimos a alguien. Y este vínculo, de origen biológico o afectivo, merece cuidado y reconciliación.

Si tienes padres presentes y cuidadosos, agradece por ello. Sé obediente y demuestra gratitud. Un simple «gracias» por la comida en la mesa, por la habitación arreglada, por el techo sobre la cabeza, puede significar el mundo para el que muchas veces no recibe reconocimiento fuera de casa.

¿Y cuando faltan los padres? ¿Y cuando la familia se desestructura, como en el caso de traiciones, separaciones y conflictos? Yo pasé por eso. A los 12 años, mis padres se separaron y mi mundo se puso de cabeza. Fue doloroso, sí, pero, también necesario para llevarme a Dios. Lo que no ayuda es guardar rencores, cultivar enojo o dejar que el ambiente turbulento te destruya.

2. Relación con Dios

Cuando la estructura familiar se desmorona, Dios se vuelve un apoyo. Fue lo que sucedió conmigo. De 13 para 14 años, encontré abrigo en Dios. Descubrí, a través de la fe, la fuerza para seguir.

El Salmo 27 fue mi refugio:

«El Señor es mi luz y mi Salvación; ¿de quién temeré? […] Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, el Señor me recogerá». Salmos 27:1,10

Aunque todo alrededor parecía perdido, Dios me sustentó. Por lo tanto, esa relación es la más importante de todas, porque fortalece a las otras. Él guía, ampara y te enseña tu verdadero valor, especialmente en los momentos en los que te sientes solo y desamparado.

3. Relación contigo mismo

La tercera relación esencial es contigo. Muchos enfrentan un conflicto interno por compararse con los demás. Pero la verdad es: tú eres único. Tus huellas digitales, tu mirada, tu voz y tu ADN son exclusivos. Dios te creó así — singular y especial.

Compararse con otras personas es como intentar igualar una manzana con una banana, estas son diferentes, aunque ambas sean frutas. En lugar de imitar o envidiar, aprende a quererte a ti mismo. El que no se valora tiende a implorar la aprobación ajena. Y nadie admira al que se disminuye.

Entonces, detente y reflexiona: ¿Eres como realmente dicen, o solo creíste eso porque lo escuchaste de alguien? Dios te ve como un hijo precioso, coheredero con Cristo (Romanos 8:17). Esto significa que tienes el mismo valor que Jesús para Dios. Él pagó el precio más alto — la sangre del propio Hijo — por ti.

Este valor no viene de lo que dicen de ti, sino de lo que Dios determinó.

Conclusión: Alinea tus relaciones y transforma tu vida

Siendo así, ajusta estas tres relaciones — con tus padres, con Dios y contigo mismo — y vivirás en paz. Las luchas vendrán, pero tú tendrás estructura emocional y espiritual para enfrentarlas con serenidad.

Cuando estos vínculos están en orden, tu vida avanza. Paso a paso, con seguridad.

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