thumb do blog Renato Cardoso
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Siguiendo a la procesión

 

Quien ya siguió a una procesión o a cualquier otra multitud, sabe cómo es. Ve a ese montón de gente agrupada bajo un propósito, piensa que es bonito y se les une. Va caminando junto a ellos, entonando la letanía u otra cantinela que estén reivindicando. Saber el motivo o hacia dónde están yendo es opcional.

Llega un momento en la vida en el que tenemos que dejar de seguir a la procesión y comenzar a correr. Por más cómodo que sea el ritmo y el clima acogedor de la multitud, esta falta seguridad y confort serán la razón de nuestra caída más adelante. Creemos que ese calor siempre estará allí, a nuestro alrededor. Pero cuando menos lo esperamos, viene una lluvia u otra distracción y la multitud se dispersa. Y nos quedamos desorientados. reclamando y preguntando: «¿Por qué paró? ¿Por qué se detuvo?

Paró porque ninguna procesión dura para siempre. Tarde o temprano, cada uno se va hacia su lado.

Por eso lo más arriesgado que usted puede hacer es seguir a la procesión.

Lo más seguro es que usted sepa qué quiere, defina su razón de existir y corra en dirección a este propósito. No espere por nadie. No mire cuántos están atrás suyo o al lado persiguiendo el mismo objetivo. Mire siempre hacia la meta. Y corra. Con todas las fuerzas.

¿Será que ya no llegó ese momento en su vida?

Una cosa hago: Olvidando lo que queda atrás, avanzo hacia lo que está adelante. Corro directo a la línea de llegada a fin de conseguir el premio de la victoria. Este premio es la nueva vida para la cual Dios me llamó por medio de Cristo Jesús. (Filipenses 3:13-14)

 

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