thumb do blog Renato Cardoso
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CUIDADO CON LOS ATAJOS

Una vez, una persona vino a pedirme ayuda. Me dispuse a ayudarla, pero ella no logró esperar y su ansiedad la hizo buscar la ayuda que quería en otra persona.

¿Qué me hizo sentir esta actitud? Obviamente, esa persona me hizo perder tiempo y no confió en mí, por eso fue a buscar ayuda en otro lugar. Este mismo sentimiento de desprecio y desconfianza es el que Dios siente cuando no confiamos en Él, porque la confianza en Dios es una de las características más importantes de la fe.

Cuando nos referimos a una persona de fe, pensamos en alguien con actitud y aguerrido, pero la fe tiene otro lado: la confianza. Así como la moneda, la fe tiene dos caras: la del ímpetu, que es creer y lanzarse, y la otra, que es esperar, confiar y creer sin ver. Cuando usted no confía, naturalmente hace lo que se le viene a la cabeza y busca un atajo.

La persona que les mencioné tuvo serios problemas con la solución que encontró porque no tuvo paciencia para esperar. Ella logró lo que quería, pero sufrió innecesariamente.

No se puede acelerar el proceso natural de las cosas. Una mujer espera nueve meses para dar a luz a un hijo; si quiere cocinar, tiene que esperar a que el fuego complete el trabajo; si quiere aprender un idioma, tiene que practicar todos los días. Esto es confianza y paciencia. Cuando no ponemos en práctica esa confianza y esa paciencia en nuestra vida cotidiana, saboteamos el proceso, que puede tardar aún más.

Si usted siente que no lo respetan, imagínese Dios. Imagínese el insulto si usted Le dice a Dios que está tardando mucho. La confianza es algo que aprendemos a lo largo del tiempo, lamentablemente, decepcionándose, notando que los atajos pueden hacer que todo tarde más, observando que la ansiedad puede arruinar nuestros planes y, finalmente, comprendiendo que podemos y debemos confiar en Dios.

Usted puede practicar el otro lado de la moneda, que es confiar en Dios. Usted no verá, no sentirá, simplemente confiará en la Palabra. Usted no puede poner su confianza en ningún otro ser humano, porque, como está escrito en Jeremías 17:5 “… Maldito el hombre que confía en el hombre…”, pero en Dios usted puede confiar.