thumb do blog Renato Cardoso
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Como conocí a Cristiane

Cuando me interesé por Cristiane, había mil y una razones para que yo no me acercara a ella.  Soy naturalmente tímido, aunque muchos piensan que no.  Cuando era soltero, siempre fue difícil para mí acercarme a una muchacha.  Yo pasaba días, semanas, y hasta meses ensayando en mi mente como podría acercarme a ella.  Claro, como todo buen tímido, los ensayos terminaban en desastre, en mi mente.  “Eres muy joven para ella… se va a reír de ti.” “Ella te va a decir que vayas a jugar con tus carritos… y se reirá de ti.” “Quizás a ella ya le gusta otro.” “Ella te va dar una patada y contarle a sus amigas… y todas se van a reír de ti.”  La vida de tímido no es fácil.

Aun así, a pesar de la tortura mental a la que yo mismo me sometía, después de mucho sufrir, yo intentaba.  Y por increíble que pueda parecer, daba más cierto que errado.

Sin embargo, en el caso de Cristiane, la tortura no fue por mucho tiempo.  Todo fue muy rápido.  Cuando la vi por la primera vez, yo no estaba buscando a nadie.  Después de un fracaso sentimental, yo había decidido “esperar” por la persona cierta.  A pesar que ella llamó mi atención, no me interesé por ella a primera vista – fue, más que nada, una reacción de sorpresa por la manera que ella estaba vestida.  “¿Quién es ésta, que parece como un conejo blanco?”- me pregunté.  (Años después, ya casado con ella, descubrí que aquel pantalón deportivo blanco desproporcionalmente grande que ella vestía era prestado de su padre.  Hasta hoy nos reímos de eso.)

Más adelante, un amigo comenzó a hablarme acerca de ella, del tipo de persona que ella era, lo que estaba buscando en un joven, y las calidades de ella me comenzaron a interesar.  Solo había un problema, obviamente.  Miento, había varios problemas.  Yo había decidido que no quería relacionarme con nadie en ese tiempo, porque estaba fresco de una desilusión.  Tuve que ir en contra de mi propia decisión.  Después, ir en contra la timidez y aquellas escenas de otros riéndose de mí.  Más, aun había un problema mayor: yo tendría que hablar con el dueño del pantalón.

Las palabras de otro gran amigo me incentivaron: “Renato, culebra que no se mueve no come el sapo.”  Al buen entendedor… Bueno, para resumir, lancé la timidez para lo alto y fui directo al padre.  Me sentí como si estuviese brincando de paracaídas, solo sin el paracaídas… Para ayudar, cuando entré en la sala donde él estaba, sin ser invitado, había un mínimo de siete a diez personas allí (no me pregunte cuantas; mis ojos estaban llenos de vergüenza).  Le dije: “Me gustaría hablar con usted.  Se trata de su hija.” Y él me respondió: “Puede hablar.” Y adentro de mí, aquella voz: “Noooooooooo…. ¡¿delante de todo el mundo?!).  Pero, a estas alturas, yo ya estaba en caída libre.  No había como regresar.  Todas mis pesadillas se tornaron una realidad.  El resto de la conversación queda para otro post, pero, ¿adivinen qué aquel grupo hizo después que salí de la sala?  Exacto, ¡se rieron a carcajadas!  La vida de tímido no es fácil…

Como dicen, lo demás es historia.

Y la moral de la historia es la siguiente:

  • Una decepción amorosa no le impide de ser feliz nuevamente
  • No escogemos la timidez, es la timidez que nos escoge.  Pero podemos decidir seguir adelante a pesar de ella
  • Cuando la oportunidad se presenta, tenemos que tomar una actitud, y hacerlo con rapidez- y a veces hasta cambiar una decisión tomada, pues la próxima oportunidad puede tardar para aparecer

Por cierto, en el día del pantalón blanco, ella estaba tomando la iniciativa de hacer alguna cosa para conocerme.  Y de una manera extraña, funcionó.

Hoy quien da las carcajadas soy yo.