Y los milagros continúan...
Durante algunos años de mi vida cambié el sueño de servir a Dios con una vida plena, por el deseo de servir a la embajada brasileña. Estudié periodismo y me dediqué al estudio de las Relaciones Internacionales. En 2011, pasé un breve tiempo en Francia estudiando. Allá, trabajé como obrera en la Universal de París. Fue solo una temporada, lo suficiente como para entender que la obra allá es muy diferente a la de aquí. En una iglesia linda y con espacio minúsculo – comparándose con nuestros templos – centenas de personas aguardaban el final de una reunión para dirigirse a la próxima. Quedé realmente encantada con el valor que ese pueblo Le daba a Dios. La esperanza de una vida mejor los aguarda todos los días, y la transformación de sus vidas era una consecuencia común en medio de ellos. Sentí la voluntad de no volver más a Brasil. Quería estar con ellos, servirlos…
Volviendo a Brasil, a mi iglesia, las cosas parecían tan comunes. Ese deseo de ayudar a las personas de forma completa, fue apagándose. Continué trabajando y, claro, persiguiendo mi sueño de ser diplomática. Como uno de los concursos públicos más disputados del país, requiere mucha lectura, dedicación y estudios. Muy involucrada con todo eso, pasé a ser una religiosa, además de dominguera.
Las cosas en la iglesia no me parecían más tan valiosas como antes. La palabra y la oración del pastor, un mundo en blanco y negro. Y el deseo de ganar almas pasó de ser una hoguera a un fósforo encendido.
Con las amigas, siempre busqué las mejores formas de justificar mi no opción por el altar, ya que con las mismas, en el pasado, siempre había derrochado ese deseo. Pero ahora como alguien estudiada, las cosas habían cambiado y los sueños también. De repente, en el medio del camino, encontré a una amiga. Como ex obrera y apartada, ella necesitaba de mí, de mi «espiritualidad». Yo realmente no tenía más qué dar, ya que mi «despensa» estaba vacía. Necesitaba con urgencia hacer unas compras, pero pagar por ellas me costaría mirarme a mí misma y reconocer que no estaba bien. Con todo el entusiasmo de un hijo pródigo que vuelve a la casa del padre, mi amiga estaba dispuesta a todo para reconquistar el amor de nuestro Padre. Entonces, fuimos sorprendidas por la oportunidad de nuestras vidas. Sí, porque la oportunidad no era solo de ella, sino mía también. Allá estaba la más bella campaña de la Universal: ¡El Ayuno de Daniel!
Yo ya había tenido una gran experiencia por medio de esta campaña, ya en el primer Ayuno. Esta vez, sabía que algo mayor podía suceder. Entramos juntas con todas nuestras fuerzas y el milagro sucedió: el último domingo, Nataly – mi amiga – fue bautizada con el Espíritu Santo. Fue algo tan lindo que ella parecía haber nacido en aquel momento que, espiritualmente hablando, fue de hecho lo que sucedió.
¿Y yo? Mi vida cambió, mis ojos cambiaron y lo más importante, mi deseo de ayudar a las personas saltó de un interior eclipsado por las cosas de esta vida, hacia los sueños de Dios. Durante estos días del Ayuno de Daniel, he acompañado la programación de la TV Universal en Europa, y me encantan los testimonios del pueblo. Mi mayor milagro no fue solamente la renovación de Dios en mi vida, sino el deseo de llevar salvación al mundo, porque de nada sirve recibir el Espíritu de Dios si no puedo testificarlo en mi vida. Me encuentro a disposición de Dios, quizás un día como esposa de pastor o incluso como diplomática. De una cosa tengo certeza: voy a cumplir mi llamado.
Parece poco tiempo, ya que estamos a mediados del Ayuno de Daniel, sin embargo, cuando hay entrega, el tiempo es solo un detalle más.
Todo es tan lindo. Los libros del obispo parecen tener un sabor diferente. Las reuniones de mi pastor parecen las primeras de mi vida, y los universalistas, cada día, más lindos y fuertes. ¡Ah! ¡Qué días!
Gracias, obispo, por la fe revelada a nosotros.
Priscila Prestes
Recife-PE
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