Venciendo el infierno – Capítulo 03
Este es el testimonio de Renato Pimentel, un hombre que conoció de cerca y se relacionó directamente con las manifestaciones más malignas de las tinieblas. Sirviendo al diablo, declaró su odio al obispo Macedo, llegando a perseguirlo personalmente. Hoy, él es un miembro fiel de la IURD de Botafogo, en Río de Janeiro. Lea también los capítulos 1 y 2 del testimonio.
No tenía de qué quejarme, porque todo estaba yendo viento en popa, pero el mal sabía lo que me esperaba más adelante. El diablo estaba preparandome su jugada.
Mi ex compañera estaba cayendo cada vez más en una profunda depresión. Hacía trabajos de hechicería para atarme a ella y yo descubría cada hechizo hecho, porque los demonios que me acompañaban me mostraban y yo me apartaba de ella cada vez más.
Teníamos peleas homéricas. Hasta el día en que ella comenzó a tomar. Tomaba bebida y más bebida. Comenzaba agrediéndome con palabras, hasta llegar al punto de querer agredirme físicamente. Fue cuando tomé la decisión de irme de allí.
Ella tenía una amiga que hacía hechizos y comenzó a tirarme con munición pesada. Hasta hizo trabajos para que yo muriese, pero mi Dios tenía un plan para mi vida y nada de lo que ella había hecho consiguió afectarme de forma contundente. Pero, no piensen que ella desistió tan fácilmente. Ella continuó por un buen tiempo gastando todo lo que tenía y lo que no para verme en las tinieblas de cualquier forma, pero, en vano.
Fui a vivir con mi añorada madre durante un buen tiempo. En ese ínterin, conocí a mi actual esposa, Claudia Diniz, que ya dio testimonio con anterioridad en el Blog del obispo Macedo (“Sexo con lucifer”).
Fue allí que el capiroto se enojó. Él no descansó un solo minuto desde que conocí a mi esposa. Él intentaba matarnos de cualquier forma. Armaba trampas y más trampas para que dudáramos y sólo él pudiera cortar nuestras vidas, pero, una vez más nuestro Dios misericordioso intervino y estamos aquí dando nuestro primer testimonio de los muchos que serán dados, pues, aprendí una cosa en todo este tiempo en que serví al diablo y me gustaría compartirla con quien se interese en pelear en su contra: el maligno sólo entra en nuestra vida si nosotros se los permitimos. Él se queda al acecho, esperando sólo una invitación, sin la cual él no puede entrar y actuar.
Mientras Jesucristo golpea la puerta y espera, el maldito de satanás se queda todo el tiempo a la vuelta esperando la brecha para hacer literalmente de nuestra vida un infierno. Él no respeta nada. Para él, no hay diferencia de edad, color, sexo y principalmente religión, mire bien eso, yo dije religión y no fe. Hay mucha diferencia entre religión y fe. La religión es el cáncer de la fe. Ella va invadiendo la fe gradualmente, hasta transformarla en fanatismo y cegar por completo al fiel, pues él deja de creer en Dios de forma pura, perdiendo el primer amor, y pasa a actuar de forma contraria a la voluntad de nuestro Señor, que es adorarlo, servirlo, respetarlo.
El creyente fanático pasa a observar la conducta del prójimo, olvidándose de su propia vida con Dios. El fanático se vuelve fiscal de las costumbres y actitudes de los fieles de su iglesia y de las personas que lo rodean, vigilando la vida ajena, señalando y criticando las acciones de todos.
Satán es muy organizado. Él creó un sistema de operaciones de guerra contra los cristianos, muy eficiente. Él utiliza todas las formas para obtener almas. El reino del mal está dividido en ejércitos y cada uno de ellos tiene su respectivo comandante, los que a su vez tienen sus subcomandantes y estos sus subordinados, que fiscalizan la acción de todos los demás demonios.
El diablo tiene legiones específicas para todos los tipos de países, áreas, regiones, en fin, es un organigrama muy complejo, y necesitaría muchos capítulos para intentar ilustrar cómo es hecha la distribución y como actúan estos ejércitos del mal. Es una cosa muy fuerte, pero que se debilita mediante el Nombre de nuestro Señor Jesucristo y por la fe en la santísima trinidad.
Existen sectas que reclutan mujeres lindísimas que son entrenadas para infiltrarse en las iglesias y desviar a pastores y obreros, todo eso por amor a lúcifer y mediante la promesa de prosperidad y de la vida eterna a su lado.
Otras hermandades rinden culto al demonio de forma incondicional, utilizando al chivo como la imagen del propio demonio, inclusive recogiendo la sangre del animal consagrado al mal e inyectándola en sus propias venas, como forma de fortalecimiento y permitiendo así la manifestación de poder y fuerza en el individuo en que se aplicó.
La empresas alimenticias consagran los alimentos a los demonios y después los ponen en el mercado. Sitios infantiles, aparentemente inofensivos, entran con fuerza en nuestras casas, atacando incondicionalmente a nuestros hijos.
Conocí a mi actual esposa en 1992, con quien estoy casado oficialmente hace casi 5 años, tanto por civil como en la IURD. Allí fue que el inmundo no descansó más. Intentó matarnos de todas las formas posibles e imaginables.
Nos encontrábamos todos los días para tomar. Teníamos hora de inicio, pero no de fin. Mientras que los bares de Botafogo estuvieran abiertos, allí estábamos nosotros bebiendo. Llegamos a un punto en el que no quedábamos más ebrios. La cerveza no nos hacía más efecto. Teníamos que tomar bebidas destiladas para ponernos “alegres”, pero nunca ebrios. Y no tenía que pagar la bebida, cigarros, comida, porque, por mi condición de policía, a los dueños de los establecimientos comerciales les gustaba que yo permaneciera en el local por cuestiones de seguridad para ellos mismos, porque, donde el “diablo rubio” (así era conocido yo en Río de Janeiro) estuviera, los delincuentes “rajaban”.
La gente del otro lado de la ley tenía verdadero pánico de sólo escuchar mi nombre. Bastaba con que yo llegara a cualquier lado, que de golpe se vaciaba y quedaba en paz. Y, así, yo iba llevando mi vida, junto a la mujer que amaba, criando a mi hijo, cuando mi ex esposa me dejaba, y apartado de los centros espiritistas, haciendo mis magias cuando lo necesitaba, pero, siempre amando y creyendo mucho en Dios. No conocía todavía al Dios de la Biblia. Ya había oído hablar de Jesús, pero, nunca había tenido curiosidad en saber más sobre Él.
Mi esposa y yo teníamos una relación muy fuerte. Parecía una cosa de otro mundo. Éramos cómplices en todo, pero, teníamos muchas discusiones por celos y tonterías. Nos agredíamos verbalmente, pero nunca físicamente. A veces, pasábamos días sin hablarnos, pero después todo volvía a la normalidad.
Sólo que después de cierto tiempo comencé a observar que ella estaba teniendo un comportamiento medio extraño, hasta el día en que ella manifestó con un espíritu dentro de mi carro. Recuerdo claramente ese momento. Estába con ella y mi hijo, que en esa época tenía unos siete años. Estábamos volviendo de la casa de mi madre cuando ella manifestó con el espíritu y comenzó a decir cosas sin sentido y a referirse de forma agresiva hacia mi hijo, diciendo, incluso, que yo detuviera el carro y lo dejase ahí mismo, en medio del túnel, para que muriera, o entonces él – el espíritu inmundo – iría a matarnos a los tres dentro del carro en un accidente. Fue muy difícil agarrar el bicho. Él intentaba de cualquier forma llevar al carro contra el paredón del túnel y yo tenía que manejar, tener al demonio e intentar calmar al niño, que estaba en pánico.
Mi hijo estaba llorando, asustadísimo con la escena que estaba presenciando. Sólo sé que pude llamar a la madre de ella y terminamos parando en la puerta del cementerio San Juan Bautista, en Botafogo, como a las 23 horas. De inmediato, mi suegra llamó a una mai de santo del terreno en donde ellas trabajaron por un tiempo y esta le pidió que lleváramos a mi esposa, con urgencia, al centro espiritista para que intentara descubrir lo que estaba sucediendo.
Al día siguiente estábamos allí en el horario acordado. La mai de santo usó buzios con mi esposa y nos reveló que los santos estaban tristes y que si ella no comenzaba a servirlos nuevamente, su vida corría un serio riesgo. Dijo que yo debería volver a tocar el tambor para ayudarla y lo mismo para mí. No había otra opción, allí estábamos, relacionados de nuevo con los espíritus.
Ella recibía varios tipos de encostos y yo me quedaba tocando el tambor para ese desgraciado. Y allí estaba yo nuevamente relacionado con los espíritus de quiebra, y también llevaba a mi suegra para que también trabajase para ellos.
Nos quedamos sirviendo a los encostos por años, siempre en base a amenazas. Si no hacíamos esto o aquello, seríamos castigados, porque los demonios no permitían que se los contradiga.
Y así siguió nuestra vida, hasta que surgió, un domingo a la noche, en una emisora de televisión, un reportaje sobre la Iglesia Universal, hablando del obispo Macedo. Fue odio a primera vista. Cuando supe que había sido emitido una orden de arresto en su contra, fui el primero en ponerme a disposición para atraparlo donde fuera. Pasé un año entero corriendo de aquí para allá detrás del obispo Macedo, pero, gracias a Dios, no tuve éxito en esa misión. Fue la única, en toda mi carrera, en la que no tuve éxito.
Mi odio por el obispo aumentaba día tras día. No podía pasar por una Iglesia Universal que yo escupía en el suelo, cambiaba de vereda, le decía ladrones a los pastores, me burlaba de los evangelistas que distribuían los diarios. Cuando veía por televisión a las personas manifestadas, decía que les habían pagado para que hicieran todo ese teatro, en fin, tenía una verdadera aversión al obispo Macedo y a todo lo que pudiera estar vinculado a él.
En aquella época, juré por mí mismo y por los santos a los que servía que jamás pondría mis pies en una Iglesia Universal. Sólo si era para atrapar a aquellos a los que yo consideraba una banda de ladrones y al jefe de aquella cuadrilla (el obispo Macedo).
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