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Venciendo el infierno – Capítulo 05 (Final)


Este es el testimonio de Renato Pimentel, un hombre que conoció de cerca y se relacionó directamente con las manifestaciones más malignas de las tinieblas. Sirviendo al diablo, declaró su odio al obispo Macedo, llegando a perseguirlo personalmente. Hoy, él es un miembro fiel de la IURD de Botafogo, en Río de Janeiro. Lea también los capítulos 1, 2, 3 y 4 del testimonio.


A mediados del año 1998, en la Copa del Mundo de Francia, nació nuestra hija. Una linda niña, muy bendecida, que el demonio la intentó tocar, pero que por la misericordia de Dios, no lo consiguió ni acercársele.

Como él no podía tocarla, embistió en nuestra vida conyugal una vez más. Hizo que hurtaran en mi auto, llevándose varias pertenencias de valor que estaban dentro. Eso me llenó de odio y me hizo buscar al autor del hurto por meses y horas sin interrupción. No había día ni horario. Me quedaba hasta el amanecer merodeando el barrio para ver si descubría quién había hecho aquello. Con eso, una vez más mi relación estaba yendo por el caño y yo, cegado por el odio, no lo percibía. Me olvidé que mi hija había nacido y no le prestaba atención en casa, sólo quería agarrar al desgraciado que había hurtado mi auto. Mi mujer y yo no teníamos más diálogo. Nuestra forma de tratarnos se basaba en insultos y agresiones verbales. En varias oportunidades casi nos separamos, pero eso no estaba en los planes de Dios.

Yo continuaba tomando, fumando, pero ya había dejado el centro de macumba, y continuaba siendo amigo de una persona misteriosa, sin identidad, que surgía y desaparecía de la nada, pero él era mi héroe. Me había salvado de la muerte, ¿no es cierto? ¡Maldito engañador! ¡Derrotado! ¡Que rabia me da sólo recordar los años y minutos de mi vida que perdí dedicándoselos a este maldito del infierno!

En el 2000, cierto día, me di cuenta que mi mujer estaba toda roja, con las rodillas raspadas. Era muy extraño, pero no le comenté nada y seguí con la mía. Comencé a observarla y descubrí que ella estaba yendo a la Iglesia Universal. En el principio, me quedé poseído, pero después fui dejando que las cosas pasaren y no dije nada más. Me burlaba de ella, la llamaba de tonta. Le decía que los pastores sólo querían su dinero; que en aquella iglesia sólo había ladrones. Le preguntaba por qué no se iba a vivir a la Iglesia de una vez, ya que pasaba la mayor parte del tiempo allí dentro, en fin, sólo decía lo que el diablo quería que yo dijera.

La lucha de ella fue muy grande, pues ella había intentado suicidarse y no lo había logrado, pero, yo no sabía nada y aunque supiera no hubiera tenido la suficiente sabiduría para manejar la situación. Y yo, en mi arrogancia y prepotencia, hacía el juego del diablo, intentando sacarla de Espíritu, ofendiéndola, peleando con ella, diciendo una gran cantidad de burradas, atormentándola de todas las formas que conocía. Pero, ella siguió luchando, luchando. Luchó durante 5 largos años, hasta que, en 2005, en un día martes, resolví acompañarla a una reunión de descarga. ¡Fue una locura! Hoy comienzo a reírme de mí mismo cuando recuerdo el episodio. No recuerdo mucho, pero en ese día ya había tomado bastante y la intención era ir a la iglesia a ofender a los pastores.

Recuerdo la iglesia muy llena y las personas gritando (orando) muy fuerte. Todo aquel barullo me molestaba, me irritaba mucho, sin rumbo, queriendo salir de allí lo más rápido posible, pero, mis piernas no me respondían. El pastor decía que cerráramos lo ojos para orar y yo no cerraba nada, los dejaba bien abiertos para ver si veía alguna brecha o algo raro que pudiera confirmar que todos eran engañadores; que todo eso estaba armado. Para mí, esas personas que manifestaban con los espíritus eran actores contratados por los pastores, para representar allí delante del “escenario” (altar), para amedrentar a las personas y hacer que ellas dieran todo el dinero que tenían en sus bolsillos, para que el mal no las agarrase después. “¡DIOS MIO, PERDONAME POR TANTA IGNORANCIA Y BLASFEMIA!”.

Esa fue la primera vez que vi a mi mujer manifestada con un demonio dentro de la Iglesia. Afuera la había visto, pero dentro de la Iglesia es diferente. El demonio vino agazapado, con miedo, gritando cosas incoherentes, amenazando a todo el mundo, tirándose en el suelo, haciendo un montón de payasadas, intentando intimidar a los pastores y fieles que estaban presentes en la reunión. Sólo que observé que de actuación allí no había nada, porque, conociendo a mi mujer como la conocía, sabía que ella jamás iba a prestarse a hacer un papel ridículo como aquel. Fue cuando comencé a percibir que dentro de aquella iglesia había una fuerza mayor que la del mal, y que todo el infierno temblaba por medio del nombre del Señor Jesucristo.

A partir de ahí, comencé a ir la Iglesia Universal, pero fue una entrega total, con mucho respeto y cariño por aquellos pastores y obreros, que antes eran llamados ladrones y engañadores por mí, y con mucho amor y dedicación a Dios.

El diablo se enojó de una forma tan grande que cualquier cosa que yo dijera, elogiara, abriera mi boca para hablar sobre algo, salía mal, la cosa se quebraba, desaparecía, en fin, él resolvió desordenar mi vida de una vez.

Fue cuando me enojé con el capeta y fui al centro espiritista a tomar mis cosas. Cuando el demonio supo de mi intención, vino hacia mi y me dijo que si yo salía de allí, él me iba a matar. Yo no aguanté. Me reí fuerte a carcajadas en su cara y le dije que entrara en la fila y esperara su turno, porque él no era el primero, ni el único y que había un montón de gente queriendo hacerme eso también. Y que él fuera a quejarse con Dios, porque A PARTIR DE AQUEL INSTANTE YO SERVIRÍA SOLAMENTE A UN DIOS; EL DIOS ÚNICO, OMNIPOTENTE, OMNISCIENTE Y OMNIPRESENTE; EL DIOS VIVO, EL DIOS DE ISRAEL, EL PADRE DE LAS LUCES, EL SEÑOR DE LOS EJÉRCITOS. Allí él dio un grito inmenso e intentó tirarse sobre mí. Yo me quedé parado donde estaba y me quedé sólo mirando su cara. Sus ojos brillaban de odio. El bicho espumaba, ¡babeaba! Decía incoherencias excomulgándome. Y yo permanecía allí, parado, confiado, pues tenía plena certeza de que estaba revestido y protegido con la armadura de Dios y sabiendo que ningún mal me podía alcanzar. Di media vuelta y me fui a mi casa, dejando al derrotado atrás y nunca más puse mis pies en una casa de encostos.

A partir de aquel momento, la embestida de la bestia sobre mí fue cruel. Él no me dejaba en paz en ningún momento. Sabía que yo estaba de nuevo en la fe y que si él insistía tal vez conseguiría apartarme de Dios y traerme de vuelta al reino de las tinieblas.

Sólo que esta vez el idiota se rompió la cara. Cuanto más me golpeaba, más me fortalecía mediante la presencia de mi Dios. Cuanto más padecía, más oraba y ayunaba. Parecía un loco caminando por la calle quemando al demonio. Donde yo estuviese, que sintiese la presencia del maldito a mi alrededor, de inmediato comenzaba a orar y a quemar, pidiendo fuerzas a Dios y sabiduría para manejar ese momento de debilidad. Y Dios me iba honrando y bendiciendo casa vez más. Fue cuando hice una alianza con Dios y entregué totalmente mi vida y la de mi familia en Sus manos y en las de Jesús, firmando un pacto de que nadie de mi familia partiría sin estar totalmente salvo. En ese mismo día, me bauticé en las aguas.

En 2005, en una de las últimas manifestaciones del demonio en mi esposa, nos fue revelado que él estaba actuando en nuestra vida conyugal por el hecho de no estar realmente casados delante de Dios. Fue cuando, el 16 de noviembre de 2005, Claudia y yo nos casamos oficialmente en la Catedral de Botafogo y en el civil, regularizando así nuestra relación delante de Dios. El diablo daba saltos de odio. ¡El infierno se estremeció ese día!

Como el desgraciado no conseguía tocarme más, ni a mi relación, comenzó a rondar a mi familia, golpeando a mi hijo, mis padres, mi hermano. Él se entretuvo haciendo crueldades con ellos. Hizo diabluras con mis parientes. Hizo con ellos gato y zapato.

Fue una fase muy dura en mi vida. Primero, él intentó matar a mi hijo, enfermándolo gravemente, pero, con la gracia de Dios, mi hijo está vivo hasta hoy y tengo plena certeza de que en un futuro muy cercano estará convertido y haciendo la obra de Dios sobre un altar. Este es uno de mis propósitos con Dios, duela a quien le doliere para la honra y gloria del Señor Jesucristo.

Como el maldito vio que con mi hijo había fallado, comenzó a embestir en mis padres. Fue fuerte en contra de ellos. Puso en mi madre el espíritu de la depresión, dejándola casi loca. Ella vagaba por las calles hablando sola, pidiendo comida, pedía dinero, mendigaba, imploraba la atención de las personas, en fin la transformó en un verdadero harapo humano. Finalmente, la dejó paralítica en una cama de hospital llena de problemas físicos, necesitando varias cirugías, pero él no contaba con la intervención divina, pues a través de mis oraciones y ayunos y también del trabajo de los evangelistas en los hospitales, ella se convirtió, aceptó a Jesús, se bautizó en las aguas y fue al encuentro de Nuestro Señor Jesús, y lo que es mejor de todo, ¡salva! ¡Gracias a nuestro buen Dios!

Con mi padre, en relación a las enfermedades fue mas o menos igual. Sólo no pudo poner en él el espíritu de depresión, pero los otros síntomas fueron los mismos, pero con un agravante, él comenzó a tomar. Después de 70 años de vida comenzó a tomar bebidas alcohólicas y a deambular por la ciudad como un mendigo. Las personas lo encontraban borracho durmiendo en las veredas. Pedía comida, era motivo de burlas, pero mi padre no se daba cuenta de que era el desgraciado del diablo el que hacía todo eso con él. Para él, era simplemente una prueba más en la vida y el culpable de todo eso era Dios. Imagine cómo me sentí con todo eso. Mi padre es una persona muy culta. Estudió periodismo, fue redactor y director de varios diarios en Río de Janeiro y en San Pablo, escribió varios artículos políticos, trabajó en periodismo televisivo y en radio también, en fin, un profesional conceptuado y con un currículum extenso, pasando por una humillación de esas. Pero, una vez más, mi Dios maravilloso y misericordioso intervino por mí y escuchó mis oraciones. Puso a mi padre en un hogar para adictos, un lugar tranquilo, sin nadie que lo maltratara y humillara. Pero, mi lucha por él permanece, pues, por tener cierta edad y verdadera aversión a los evangélicos, debido a su profesión y religión espiritista, su conversión se está haciendo más lenta. Pero su vida está en las manos de Dios y tengo la plena certeza de que nadie de mi familia partirá sin estar salvo y convertido al Señor Jesucristo.

Recientemente, mi última victoria contra el diablo es la conversión simultánea de mi hermano y de su hijo.

Hoy, tengo mucho que agradecer a la Iglesia Universal y a los pastores, hombres de Dios que actúan en ella, predicando la fe y enseñando a utilizarla de forma racional e intensiva y así también enseñándonos a conocer y combatir cada vez más al mal.

En la Iglesia Universal aprendí a orar, a ayunar, a reprender el mal, en fin, pude interactuar más con los hombres de Dios y conocer a fondo su trabajo.

Realmente, la vida en el altar requiere resignación, sacrificio y determinación, pues ante cualquier duda el mal posee al hombre de Dios y su final es triste. Y, dentro de la Iglesia Universal, lo que vi fueron hombres de Dios desbordando de fe, a quienes los demonios temen y no se animan a desafiar y pelear de ninguna forma. El diablo es tonto, pero no es burro. Él sabe con quién puede jugar y hasta cuando puede hacerlo. Y con Dios no se juega.

No me olvido de las palabras que Dios sabiamente colocó en los labios del obispo Romualdo Panceiro en una reunión: “Si la persona observa la obra del hombre, eso la apartará de la obra de Dios. Es necesario mirar siempre a Dios y nunca desviar la mirada de Él para observar la obra del hombre”.

Son palabras que están guardadas conmino hasta hoy y que jamás olvidaré, pues me mantuvieron y me mantienen firme en la fe hasta hoy.

GRACIAS, MI DIOS, POR LA OPORTUNIDAD QUE EL SEÑOR ME DIO EN CONOCERLO, JAMÁS O ABANDONARÉ.

POR FAVOR SEÑOR, BENDICE A TODOS LOS HOMBRES DE DIOS QUE ESTÁN A TU SERVICIO, FORTALECIÉNDOLOS Y PROTEGIÉNDOLOS DE TODAS LAS TRAMPAS DEL ENEMIGO, NO DEJANDO, EN NINGUN CASO, QUE SEAN ALCANZADOS POR LAS FLECHAS DEL MAL Y QUE ELLOS PUEDAN SALVAR CADA DÍA MÁS ALMAS PARA TU REINO.

SEÑOR JESÚS, BENDICE AL OBISPO MACEDO Y QUE ÉL SE MANTENGA FIRME EN SU MINISTERIO PARA QUE PUEDE LLEVAR CADA DÍA MÁS TU PALABRA POR TODA LA TIERRA.

SEÑOR, PIDO TAMBIÉN QUE BENDIGAS A TODOS LOS HOMBRES DE DIOS QUE ME ACOMPAÑARON EN MI CONVERSIÓN, PUES SÉ QUE FUE MUY DIFÍCIL PARA ELLOS, PERO TENGO LA CERTEZA ABSOLUTA QUE AL LEER MI TESTIMONIO TENDRÁN LA SATISFACCIÓN DE SABER QUE CONSIGUIERON SALVAR, ADEMÁS DE LA MÍA, VARIAS ALMAS MAS.

¡GRACIAS SEÑOR JESÚS!

¡QUE DIOS BENDIGA A TODOS LOS HOMBRE DE FE!

Renato Pimentel