Una nueva vida
Mi nombre es Suelem y voy a relatar cómo comenzó el trabajo del Godlywood en São Gabriel da Cachoeira, donde actualmente estoy.
São Gabriel queda en el interior del Amazonas, un lugar aislado, vamos a decir así, pues solamente tenemos acceso por barco o avión (al que llamamos “avioneta” cuando nos encontramos con los aviones viejos…). Es la ciudad más indígena de Brasil: el 90% de la población es indígena. Los indios viven en comunidades, están socializados, pero no todos hablan portugués.
Cuando llegamos aquí, una de las cosas que más me incomodaba era el hecho de saber que las mujeres podrían ser felices y, sin embargo, ver que la realidad de las muchachas de la región era otra. Supe que, entre las indígenas, había muchas chicas víctimas de estupro, y otras que no tenían ni siquiera el derecho de elegir a sus maridos, pues esa función era de los padres, que las entregaban sin siquiera al menos preguntarles si era eso lo que las hijas anhelaban.
Chicas que eran llevadas al campo y vivían sin estudios; chicas jóvenes y ya llenas de hijos, que no tuvieron su merecida juventud. Era una triste realidad…
¡Lo que aprendíamos en la iglesia y en el grupo era tan diferente! Yo conocía la receta del cambio y no podía dejarla guardada en el cajón. Tenemos que pasar lo que recibimos, donde quiera que estemos. Yo les quería llevar la solución, y para eso tenía que conocerlas, entonces ese fue mi objetivo.
Comencé a llamar a las mujeres que ya frecuentaban la iglesia y les mostré la importancia de salvar almas.
Nuestra primera iniciativa fue ayudar al prójimo. Sabíamos que la mayor necesidad de los indígenas en las aldeas era la alimentación. Vi en las canastas básicas la única forma de aproximarnos a ellos, ya que eran desconfiados y no entraríamos de otra manera. Era por este medio, entonces, que llevaríamos la Palabra de Dios: ayudando primero con el alimento físico y, después, con el espiritual. No llegaríamos de manos vacías.
Confieso que fue muy difícil recaudar alimentos no perecederos, pues a causa de sus tradiciones, el pueblo de la ciudad no acepta a los evangélicos. Sufrimos un gran prejuicio, fuimos insultados en las calles por los comerciantes. A mí no me importaba, pues estamos acostumbrados a ser discriminados. Sin embargo, mi mayor preocupación era por el grupo que me acompañaba.
Pasar por eso fue una prueba de fuego. Mi única salida era orar por ellos e ir explicando, a medida que caminábamos, que nada podía detenernos en nuestro objetivo, ni siquiera esos obstáculos.
Después de un mes recaudando, conseguimos 37 canastas básicas. Vea que nos llevó un mes, ¡lo que, en otros lugares, lo conseguía en un día! Pero fue una bendición. Las dificultades nos hacen fuertes para enfrentar todo con la cabeza erguida.
Misión cumplida, teníamos las canastas. Ahora era el momento de la entrega. Monté un grupo que conocía las aldeas, llevamos a un obrero para traducir, en caso de que tuviéramos problemas para comunicarnos, ya que ellos hablan tres idiomas diferentes: Baniwa, Nhengatu y Tucano, y entramos a la aldea.
Elegimos la comunidad Buena Esperanza, o como es conocida, “comunidad de la basura”, pues queda en frente del basural sanitario de la ciudad y muchos niños mueren de cólera.
Le pedimos permiso al capitán de la comunidad (líder). Él permitió nuestra entrada, y ese día llevamos ropa y merienda para todos. A la ropa la conseguimos con algunas señoras de buena posición de la ciudad, que fui conociendo en los lugares y conocían nuestro trabajo y nuestro objetivo de ayudar a los habitantes de allá.
Nuestro grupo estaba formado por chicas indígenas que frecuentaban la iglesia, obreros y evangelistas. Estábamos juntos entregando las donaciones. Éramos un total de 45 personas.
Preparamos una sorpresa para las mujeres: ¡llevamos esmaltes! Y sabe que a toda mujer le gusta arreglarse, somos iguales en eso (solo vivimos en distintos lugares), nos gusta estar bonitas, y arreglarse las uñas fue la alegría de ellas. ¡Yo fui la manicure!
Fue una fiesta. Verlos felices nos dejó felices también. Ese fue nuestro primer contacto con la tribu. Hoy muchos allá son miembros de la Universal. Tenemos algunas chicas haciendo el Desafío Godllywood, muy felices, pues han visto resultados, librándose de los traumas y descubriendo su valor.
Antes, ellas no tenían esperanza. La mayoría ya intentó el suicidio o fue abusada. Una de ellas llegó hasta nosotras traída por otra chica, que la encontró acostada en el medio de la calle, a la noche, esperando que un auto le pasase por arriba. Hoy nos ayuda a ayudar a otras personas.
El índice de suicidio entre los indígenas aquí era muy alto. Hemos luchado para traerles vida a los que buscan la muerte y hacerlos entender que, en realidad, no es la muerte lo que ellos quieren, sino dejar de vivir aquella vida. Y es lo que ofrecemos: una nueva vida.
Estamos viendo nacer esa nueva vida en las chicas de las que hemos cuidado. De a poco estamos ganando su confianza y viendo los frutos de este trabajo.
Suelem Daniel, esposa de pastor en São Gabriel da Cachoeira – AM
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