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Testimonio – Hija de Pastor

¡Hola, señora Marcia! Por medio de este e-mail, me gustaría contar mi testimonio. Mi nombre es Camila Martins, tengo 18 años, soy hija de pastor y estoy como obrera hace 3 años.

Yo tenía 3 años cuando mis padres entraron en la obra. A los 5 años de edad fui abusada por un pariente que en ese entonces tenía 10 años. A los 7 años comencé a pasar por grandes problemas espirituales. Veía sombras, oía voces, tenía diversas pesadillas, era una niña nerviosa, no lograba relacionarme con los otros niños y tampoco desenvolverme en la escuela. Los profesores les decían a mis padres que yo necesitaba ayuda de psicólogos.
Además de eso, tenía problemas de salud, como dolores fuertísimos de oído y caída de cabello. Los médicos no descubrían las causas y los remedios no los resolvían.

A partir de los 13 años los problemas se agravaron, y los traumas volvieron con más fuerza. Comencé a sentir mucho odio hacia Dios, pues decía que Él era el culpable de mi sufrimiento. Odiaba a mi pariente, era rebelde, sentía asco y odio por los hombres.

Me acuerdo de una situación en la que mi padre estaba saliendo conmigo de la IURD, y un pastor amigo de él vino a saludarnos con un abrazo. Cuando sentí aquel perfume de hombre tuve ganas de vomitar pero me controlé. A pesar de ser un amigo de la familia, compañero de fe, de obra, yo lo rechazaba por el hecho de ser hombre.

En la escuela, me volví diferente, comencé a vestirme como un chico, hablar muchas malas palabras, mentir, falsificar firmas de mi padre para salir temprano, además de odiar a los muchachos del colegio.

En la IURD, yo era distinta. Me vestía bien, me comportaba bien, pero no me gustaba participar de las reuniones, principalmente las de viernes.
Tenía tanto odio, era tan descarada, que un domingo, participando de la reunión, en el momento en que el pastor estaba buscando el Espíritu Santo, me crucé de brazos y quedé con mis ojos abiertos. Al final de la reunión, una obrera vino a conversar conmigo, me habló de aceptar a Jesús y de que no esperase que llegara el día malo para buscarlo.
Simplemente me levanté y le di la espalda. A partir de aquel momento, mi vida sólo fue para atrás, lo que era un trauma del pasado, pasó a ser una realidad diaria.

De una semana para otra, mi cabeza cambió y me aproximé a los muchachos de la escuela, a los más grandes. Quería ser como ellos, en la manera de hablar, de comportarme y de vestirme. Entré en el equipo de futbol de la escuela y comencé a gustar de una chica también.
No tuve una relación con ella por miedo de que la IURD lo descubriese y echara a mis padres, ese era mi pensamiento, y no por el hecho de que era algo abominable para Dios.

Un día, esa misma chica me presentó un dios que podría servirme y brindarme lo que yo quería. Yo sabía que ella estaba hablando del diablo, pero igualmente comencé a seguir sus consejos y un día le hice un pedido al diablo. Yo tenía odio de un muchacho (tenía odio de todo el mundo) y pedí que sufriese un accidente de moto y se quebrase la pierna derecha. Dicho y hecho, al día siguiente esto sucedió.
Hasta las personas de la escuela decían que yo necesitaba a Dios, y siempre respondía: “No necesito de ese tipo, para que Él tome posesión de mi vida, Él va a tener que demostrar que es muy bueno”.

El tiempo fue pasando, ya estaba enviciada con la pornografía, con películas, revistas, internet, entre otros. Me masturbaba todos los días. Y el hecho de comenzar a hacer estos pedidos al diablo, me costó caro. Empecé a ser abusada por los espíritus, diariamente, era horrible y no era sólo uno, eran varios, pues eso duraba mucho tiempo, y se repetía varias veces en la madrugada.
No los veía, pero los sentía completamente, como si fuese un hombre, un ser humano de verdad, yo era incapaz de reaccionar, gritar o hacer algo. Yo era una persona triste, nerviosa, lloraba mucho y no le contaba a nadie lo que pasaba, ni a mis padres.
Sabía que Dios podía sacarme de aquella situación, pero el odio que yo tenía era tan grande que no aceptaba servir a Dios, era algo muy triste.

Sin embargo, hubo un día que en el momento en que me fui a dormir, sabiendo que ellos vendrían y abusarían de mí nuevamente, yo lloraba, estaba tan cansada de toda aquella situación, acostada en la cama, y me acordé de aquella obrera, de sus palabras, y clamé el nombre de Jesús. Yo lloraba como una niña y pedía que Jesús me salvara.

Aquel día yo dormí y quedé en paz, después de eso todavía tardé un poco en reconocer que realmente Jesús tenía el poder de salvarme. Después de 2 meses, cambiamos de IURD y fuimos para João Dias, allá decidí entregarme a Jesús. Iba todos los días a la iglesia, realmente todos los días, buscaba mi liberación, buscaba el Espíritu Santo sin miedo ni vergüenza de los otros hijos de pastores, obreros, etc.

En 4 meses, me liberé y fui bautizada con el Espíritu Santo, porque entendí que el Espíritu de Dios era la garantía de que yo nunca más caería. Pero, para recibirlo, tuve que hacer algo que era imposible para mí: ¡Perdonar!
Yo perdoné a ese muchacho que abusó de mí y perdoné a las demás personas. Entonces sí fui bautizada con el Espíritu Santo. Todo cambió, ¡todo!

Hoy soy una nueva persona, no soy nerviosa, no soy rebelde, no estoy enferma, los traumas del pasado no tienen más efecto en mi vida. No tengo miedo, angustia o tristeza. No tengo el vicio de la pornografía ni la masturbación para llenar el vacío. No tengo relaciones con los demonios y ahora puedo ayudar a las personas que sufren como yo sufrí.

Los hijos de pastores que sufren, que están en el mundo de la prostitución, de los vicios, de la homosexualidad, y no logran liberarse. Obreras que son mujeres de Dios, pero que sufren un trauma del pasado y, aun siendo nuevas criaturas, todavía no saben lidiar con eso.

Señora Marcia, es importantísima la ayuda a estas personas, pues muchos hijos de pastores sufren solos, sus padres ni sospechan, así como los míos no sabían.

¡Hoy puedo decir que no hay nada más importante que tener la vida en las manos de Dios, ni el amor de padre, de madre, de hermano o de una pasión se puede comparar al amor de Jesús!

Un beso.
¡Dios la bendiga más y más!

Colaboración: Marcia Panceiro