Testimonio – Dra. Eunice H. Higuchi
Una canción bonita, una película emocionante, una historia conmovedora, y yo me derramaba en lágrimas… ¡Ah, qué emotiva era!
Aprendí con este mundo a vivir por los sentimientos, a seguir al corazón.
Ah, el corazón… Me condujo a tantas elecciones en la vida…
Una carrera apasionante – ¡la medicina! Aún en medio de las dificultades de una infancia pobre, logré entrar a la Facultad de Medicina de la Universidad de San Pablo.
Un amor para toda la vida – ¡me casé con el hombre por quien me apasioné!
Los hijos – cuatro: tres biológicos y una adoptiva.
Pero un día mi mundo encantado se convirtió en una pesadilla. Mi mundo se desmoronó, me desestabilicé. Mi vida no tenía nada más de feliz. Mi matrimonio se terminó, así como la estabilidad económica; los hijos, adolescentes, se indignaron con toda la situación y solo peleaban.
El corazón que antes era solo esperanza, alegría y amor, pasó a estar lleno de depresión, síndrome de pánico, ansiedad, tristeza, rencor y desesperación.
¿Qué hacer en medio de tanto dolor?
Mis sentimientos solo me hundían cada vez más. Ni siquiera tenía más fuerzas para continuar mi carrera. ¿Cuidar a mis hijos? ¡No lograba salir de mi cuarto oscuro!
Y fue en ese cuarto, con las ventanas cerradas y la luz apagada que me mantenía apenas viva. Un harapo, buscando ayuda en el psicoanálisis, en la psicoterapia de apoyo y en los medicamentos antidepresivos, que no podían faltar en mi mesa de luz.
De allí mismo vino la luz al final del túnel: mi pequeña radio, que me hacía distraer un poco, intentando aliviar el dolor. Fue buscando encontrar una emisora que oí una oración muy bonita. Anoté la dirección y fui.
El lugar estaba en reformas, ni una placa tenía, pero entré y acompañé el culto. Me pareció todo tan diferente de todo lo que ya había visto y muy extraño. Pensaba que era cosa de locos. Fue cuando supe que estaba en la Iglesia Universal, ¡y entonces tuve la certeza de que realmente era cosa de locos!
Volviendo a casa, le comenté a mi hijo, que en esa época tenía apenas 12 años. Él insistió en que también quería conocer esa Iglesia.
Fuimos nosotros dos, y al final del culto le dije que no volveríamos más, pues todo eso era muy raro, y yo iba a quedar peor de lo que estaba. Fue cuando mi hijo me dijo:
– Mamá, ¿pero no te diste cuenta de que después de la oración dejaste de llorar?
Él, un niño, con toda su inocencia y desprendido de preconceptos, usó su razón para analizar un hecho: ¡por primera vez en dos años yo había mejorado!
Decidí prestar atención a lo que el pastor decía, y empecé a poner en práctica la mayor enseñanza que recibí: ¡vivir por la fe inteligente, la fe que piensa, que usa el intelecto, y no la emoción!
El pastor, con muchos errores de portugués, me enseñó lo que mis estudios nunca me enseñaron. ¡Cuánta sabiduría salía de la boca de aquel hombre simple!
Ahora sí, yo había encontrado la Verdadera Sabiduría. El dolor se fue, y con él, todo sentimiento malo. ¡Mi vida se transformó por completo!
Retomé mi carrera, prosperé. Mis hijos también se convirtieron y son bendiciones en mi vida. No me falta nada, tengo a un Dios que en todo me llena, y que me enseña a continuar viviendo por la fe inteligente.
Sigo poniendo en práctica lo que aprendí en la Iglesia Universal, y hoy solo dejo que mi corazón me lleve si es en dirección a las almas que están sufriendo como un día yo sufrí.
Solo me emociono al ver las maravillas que Dios ha hecho en mi vida y en la vida de los que se entregaron a Él. ¡Lágrimas, solo si son de alegría y agradecimiento por haber conocido al Señor Jesucristo, maravilloso!
Dra. Eunice Harue Higuchi
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