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Sobre la película Los Diez Mandamientos

Vi la película Los Diez Mandamientos y no podía dejar de dar mi opinión. Primero, la edición fue excelente. Temía que pudiera quedar parecido a un tráiler y que perdiera partes importantes, pero no fue lo que sucedió. La dirección de contenido privilegió la narrativa bíblica, lo que hace de esta la película más fiel al original de todas las que ya vi sobre Moisés. Incluso, si usted quiere aprovechar mejor la película, le aconsejo que se olvide de la novela, de los personajes secundarios (y de algunos principales) y de las tramas paralelas y que intente verla como si no hubiese visto a ninguno de esos personajes todavía. Entienda a cada uno de ellos del modo como la película los presenta y no de la forma como la novela los retrató. La experiencia será mucho más completa.

Pienso que una de las mejores cosas de esta versión de Los Diez Mandamientos (tanto la película como la novela) es que es la primera vez que veo a un Moisés coherente con la descripción que la Biblia da sobre él. Un Moisés más contenido, el hombre más manso que había en la tierra.

Siempre que leía, me imaginaba qué tipo de líder habría sido. Qué terreno fértil y rico para la imaginación de un escritor es un líder manso, educado y civilizado frente a un pueblo rebelde, cabeza dura y un tanto salvaje. Las veces en las que Moisés pierde la paciencia están muy por encima del nivel de tolerancia que solemos tener. En otras palabras, ya le habríamos arrancado la cabeza a todos y Moisés aún estaba comenzando a enojarse.

La producción de Red Record logró llevar a la pantalla exactamente lo que me imaginé. Y la interpretación de Guilherme Winter dio el tono exacto del Moisés bíblico. Los personajes, además, fueron uno de los (muchos) puntos altos de la trama.

Antes de pensar en ser escritora, yo quería ser actriz. Estudié interpretación y una de las similitudes que veo entre el trabajo del escritor y el del actor es la construcción del personaje, que comienza por dentro. Uno entiende la mente del personaje, la manera de pensar, la lente que usa para ver el mundo. De allí parte para sus acciones y palabras. Mucho del mundo del personaje es interior y nunca será visto por el público o por los lectores, pero es lo que marca la diferencia en la credibilidad que él tendrá. Y eso lo notamos en los personajes de Los Diez Mandamientos. Es eso lo que le da profundidad a las escenas.

La película es, básicamente, la historia de la liberación de los hebreos contada al pueblo por Josué (con algunas narraciones en off que ayudan a avanzar la historia). Así, el enfoque se mantiene en los principales acontecimientos, que son mostrados en una secuencia bien montada.

Además de las ganas de que la película no terminara nunca, la principal razón de que yo pensara que podría tener unos 30 minutos más era para mostrar mejor las plagas, pues sentí la falta del link que la novela hizo entre cada una y las creencias egipcias, mostrando claramente que Dios estaba desmigajando una a una las mitologías de ese pueblo. Esa explicación quedó restringida solo a la de las tinieblas espesas. Aun así, la presentación de las plagas tuvo un buen ritmo. Todas fueron mostradas, sin saltearse ninguna (como sucedió en la película de Cecil DeMille) y sin el modo videoclip (como sucedió en la animación Príncipe de Egipto).

Sin embargo, incluso porque la película tiene solo dos horas, no hay enredos. Las escenas son ágiles y los acontecimientos siguen los de la Biblia (lo mínimo que se espera de una película basada en un libro es la fidelidad al original, a pesar de que las recientes adaptaciones bíblicas de Hollywood olvidaran de ese «detalle»). Y, como en la novela, los diálogos fueron muy bien elegidos. En las palabras de Amram a su hijo, en las palabras de Moisés al pueblo, la escena del clamor… es fácil notar cuán parecidos son los seres humanos, no importando la época. Los conflictos humanos son los mismos hace millares de años.

La terquedad, el miedo, el orgullo, las dudas, la valentía, el amor, la fe, la gratitud, la fidelidad… lo que tenemos de más fuerte en nosotros, tanto para el bien como para el mal, acompaña a los humanos desde que vivimos en este mundo. Y, para aprender a lidiar con todo ese paquete, eliminando lo que es malo y fortaleciendo lo que es bueno, necesitamos la disciplina representada por los Diez Mandamientos, por la Palabra dada por Dios.

No se trata de un conjunto de reglas moralistas para aplacar la ira de un dios malvado (como muchos mal informados piensan), sino de principios éticos capaces de transformar a un pueblo semisalvaje en una nación estructurada y correcta. Un regalo de un Dios misericordioso, para darles la posibilidad de un futuro que ellos jamás hubieran tenido sin legislación, disciplina e instrucción.

De la misma forma, con la mente esclavizada por una prensa corrupta (el cuarto poder, que es el verdadero Faraón de este planeta), el pueblo hoy sufre, hundido en la injusticia que él mismo ayuda a crear cuando cree en lo que oye.

La liberación es solo el primer paso. La jornada de Moisés y de los hebreos fue larga y complicada porque la esclavitud física es mucho más fácil de resolver que la esclavitud mental. Y la mente de ese pueblo aún estaba en Egipto. La elección que tenemos que hacer hoy no es diferente a la elección del pasado. Es necesario romper con los conceptos antiguos, con la vieja manera de pensar, para seguir adelante en una nueva vida. Caso contrario, estamos condenados a la muerte. No a la muerte del cuerpo, sino a vivir como los zombis de este mundo, guiados por las circunstancias, sin razón para vivir, sin enfocarse en nada mayor que en ellos mismos.

Los Diez Mandamientos es una película actual. Nunca hubo un tiempo en el que tantos reclamadores, murmuradores, críticos vacíos e irresponsables flojos tuvieron voz y espacio en las redes sociales y en los medios formales, señalando y haciendo análisis superficiales sobre cuestiones que desconocen.

La película no habla de religión. Habla de esa elección entre conformarnos con lo que nos imponen diariamente o hacer el sacrificio necesario para cambiar. Renunciar a la mentalidad de esclavo no es fácil, principalmente porque nos obliga a asumir la responsabilidad por nuestras elecciones. Y esa es la esencia de Los Diez Mandamientos: la responsabilidad personal.

El responsable de que las plagas no cesaran fue el Faraón inflexible. El responsable por el sufrimiento del pueblo durante tanto tiempo fue el propio pueblo que se alejó y dejó de clamar al Único que podía librarlo. La responsabilidad de proteger su casa con la sangre del cordero era de cada uno. La responsabilidad de extender el cayado para abrir el mar fue de Moisés. La responsabilidad de mantenerse firme en el desierto era del pueblo, al aprender a confiar y mantener la certeza de que Dios providenciaría todo. Dios mantuvo Su palabra hasta el fin, incluso delante de un pueblo que no quería hacer su parte. Que insistía en colocar sobre los demás la responsabilidad que era suya, reclamando, murmurando y desobedeciendo continuamente.

La obediencia a la Palabra que recibieron era la prueba de la confianza de que Dios haría Su parte en la Alianza. Vivir en esa fe era responsabilidad personal e intransferible de cada hebreo que salió de Egipto. Era la única garantía de libertad y la única garantía de victoria sobre los enemigos. Por eso, la historia fue registrada. Por eso, debería – y debe – ser contada y comprendida.