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Sidnei

Sidnei tenía 12 años. Era uno de cuatro hermanos, el segundo más grande. Antes de él venía Rosana, de 13; después Cristina, de 8, y Cristiano, de 5. Su madre era manicura, sin trabajo fijo. El padre era chapista. El ingreso de los dos no garantizaba el sustento de la familia. El vicio unía a la pareja, que tomaba en exceso.

El padre de Sidnei llegaba a casa alcoholizado y golpeaba a la madre. Los golpes alcanzaban a todos los hermanos en secuencia, pero él era el que más sufría. El color de la piel y la descendencia indígena hacían de él el elegido para ser doblemente golpeado. Era el más parecido a la madre. Y no fueron pocas las veces en las que sufrió bajo los puños del padre alcohólico.

La bola de nieve del sufrimiento

La familia de Sidnei continuaba como la de muchos brasileños, en la cuerda floja. Sin residencia fija, pues faltaba dinero para pagar el alquiler, el muchacho, los hermanos y los padres vivían de prestado con amigos o parientes. Cambiaban de domicilio cada vez que el padre tomada demasiado y exageraba en los golpes. Por las circunstancias de la vida, la pareja terminaba volviendo a vivir juntos.

Sidnei no sabe contar qué fue lo que exactamente sucedió, pero su madre murió. Él especula que habría ocurrido un error médico, después de que ella sufrió una cirugía en el estómago. Tenía cáncer, y tuvo un paro cardíaco causado por algún medicamento, cuando fue a hacerse un examen de rutina. Y si la violencia paterna, siempre presente, ya era un mal insoportable, sería la palanca de lo que estaría por venir en la vida del muchacho.

Punto de partida

Pasados 8 meses de la muerte de la madre, los golpes continuaban. Esa noche, como era de costumbre, el padre llegó a casa y le dio una paliza a Sidnei y a sus hermanos. Sin embargo, sucedió algo diferente. El padre le dislocó la retina al joven. Por primera vez Sidnei respondió. Aún mareado por el aguardiente, el padre agarró un arma de fuego y apuntó a la cabeza del muchacho. Lo amenazó de muerte y no le dio alternativa, a no ser irse de la casa.

Su hermana mayor se fue a vivir con el novio. Los dos hermanos más jóvenes se quedaron con el padre, pero Sidnei se fue. Se fue a la calle. Se convirtió en un «sin techo». Algún tiempo después, fue encontrado por el novio de la hermana, que lo invitó a que viviera con ellos. Pero la situación era complicada. Sidnei no tenía trabajo, no tenía estudios. Viviendo en la casa de personas que, la mayoría, no eran sus familiares, no se adaptó.

Camino a la perdición

El tiempo pasó y el muchacho volvió a las calles. A los 16 años, comenzó a conocer el mundo. Se convirtió en un camarero. Trabajaba en un restaurante en el centro de Curitiva. En un Carnaval, conoció la prostitución y las primeras drogas: marihuana y cocaína. El adormecimiento momentáneo lo engañaba con placeres pasajeros.

Se sentía vacío. Sin buenas orientaciones; se transformaba en un vehículo perfecto para los males mundanos. El restaurante donde trabajaba cerró. Sidnei pasó a ser cuidador de autos junto a un amigo, frente a una discoteca. Por tener el cabello largo y negro, muy parecido a su madre, ganó el apodo «Indio».

Enseguida, el joven comenzó a trabajar en una discoteca. Se hizo tatuajes por todo el cuerpo. El involucrarse con el tráfico de drogas llegó rápido y fácil. Sidnei seducía a chicas y, además de narcotraficante, se volvió proxeneta. Pasó a ser temido. Peleaba todas las noches y se volvió adicto a la cocaína. Igual que su padre, tomaba exageradamente. Buscaba algo frenéticamente, pero no sabía qué. «Ya que Dios no me quiso, el diablo me quiere», pensaba.

Se involucró con motoqueros. Viajó a Rio de Janeiro y a San Pablo haciendo alborotos por el camino. Una vida de excesos, con drogas, sexo y peleas. Sidnei revela que las diferentes mujeres con quienes se relacionó se hicieron varios abortos de hijos suyos.

Hermana del cambio

Sidnei comenzaba a dar señales de cansancio. Vivió durante un tiempo con una prostituta, que lo aconsejaba a dejar esa vida. Hoy, evalúa que Dios la usó para intentar cambiar su vida. La relación entre los dos no duró, pero la idea que ella le dio permaneció en la mente del joven: un cambio.

Cierto día, decidió visitar la Iglesia Universal, aun ante todos los prejuicios que tenía en relación a la institución y a su líder. Sidnei fue en bermuda, ojotas, remera, con los tatuajes a la vista y el pelo suelto. En el fondo, estaba curioso por saber cómo sería tratado y qué vería allá. Pensaba que, por su apariencia, asustaría a las personas, pero fue bien recibido.

Ser bien tratado fue una buena experiencia, pero la gran sorpresa de Sidnei fue toparse con su hermana menor, Cristina. Ella era obrera y alentó al hermano a participar de los encuentros y a conocer a la Universal más de cerca.

De a poco, la vida del muchacho fue transformándose. Decidió dejar el trabajo en la discoteca. Fue a cargar cajas en el mercado municipal. Buscó entenderse con el padre, que pasó por una clínica de rehabilitación y llegó a vivir con él durante un tiempo. Él reconoce que fue difícil perdonar al padre, pero fue necesario, para poder proseguir con su vida.

Una tragedia más

Sidnei había perdido el contacto con su hermano más chico. Sin perspectivas, el menor de la familia entró en el mismo camino que él y se involucró con las drogas. Sin notarlo, Sidnei se había transformado en un ejemplo para el hermano. Un mal ejemplo. El padre de ambos ya no tenía control sobre Cristiano, y la tragedia se anunciaba.

Pasando por problemas de salud, el joven fue internado en un hospital en la ciudad de São José dos Pinhais (PR). Después que salió de allá, la familia no tardaría en recibir la noticia de la muerte de Cristiano. Sidnei tuvo la difícil misión de reconocer el cuerpo, encontrado en una zanja. La causa de la muerte fue insuficiencia respiratoria. Sidnei tuvo que cambiarle la ropa al cuerpo del hermano y ponerlo en el cajón. El padre y las hermanas no tenían consuelo.

Decisiones

Él estaba realmente cansado del sufrimiento. En la muerte del hermano juró entregarle la vida a Dios. Ya no era un chico. Necesitaba sentar cabeza. Participaba con ahínco en las reuniones y de la Fuerza Joven. Permaneció y allí recibió el apoyo y la atención que necesitaba en la decisión más importante de su vida.

Los amigos no comprendían lo que estaba sucediendo en su vida y lo cuestionaban al respecto. Como símbolo del cambio, se cortó el pelo, que eran la pasión de la fallecida madre. Tardó casi 3 meses para ser levantado a obrero, pero él cree que sucedió como tenía que ser.

Sidnei siguió el consejo de un pastor y se casó con una obrera que conoció en la Iglesia. Hizo cursos y se esmeró, hasta que, cierto día, el extrañado obispo Renato Maduro llamó a la pareja para conversar. Sidnei fue invitado a ser pastor.

Hoy, a los 38 años, el pastor Sidnei Castelhano es el responsable regional por el trabajo evangelístico en Guaíra, ciudad paranaense en la frontera de Brasil con Paraguay. Él y su esposa, Miriam, de 35 años, están casados hace más de una década y son muy felices. El cambio llegó de una vez por todas a su vida, que no cambia su realidad por el mundo de ilusiones, vicios y sufrimientos que ya vivió.