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Sexo con el diablo - Capítulos 9 y 10

“El texto que sigue es la continuación del testimonio de María de Fátima da Cruz Carvalho. Vea también los capítulos 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7 y 8”

Durante el día, todo parecía normal (para los que convivían conmigo). Pero la figura del ángel/demonio se tornó la mayor persecución: donde quiera que yo estuviese, allí estaba él (en las clases, en la calle, en el carro, donde quiera que yo estuviera allí estaba él pegado a mí), siempre susurrando a mí oído: “¡Eres mía! No puedes huir de mí. ¡Voy, a matarte!” La voz de él siempre dentro de mí, dentro de mí oído.
En la noche, yo salía y bailaba en fiestas particulares para la alta sociedad, pero ningún hombre me podía tocar, porque yo, poseída por el ángel/demonio, era muy agresiva, y usaba un chicote en mis danzas.
“Amitaf, la poseedora de la noche.” Alguien que intentase tocarme mientras yo danzaba corría el riesgo de llevar un chicotazo, pero aquellas personas lo creían lo máximo.

En una de esas salidas nocturnas, cuando llegué a casa en la compañía del descarado del ángel, mi tormento diario, él me dijo: “¡Hoy serás mía, mía!” Yo quede aterrorizada.
Vivía con mi hijo y una empleada. Ellos ya dormían. Yo estaba con tanto miedo porque dejé de ver al ángel, pero sentía su presencia, su olor, lo negro de su ropa cerca de mí (ahí, ¡estaba loca!); yo temblaba toda.

El ángel ya había intentado tocarme varias veces, porque, a veces, yo sentía las manos de él recorriendo mis piernas y yo siempre le gritaba: “¡Suéltame, déjame! Sale de aquí. Tu no me tocas.” Y él se detenía. Pero, esa noche, yo sentía que él iba hacerme alguna cosa mayor, pues mi corazón latía muy acelerado. Así vivía yo.

En aquella noche, el ángel me paralizó en la cama. Las manos de él me sofocaban el cuello. Pensé que él me mataría en aquel momento, cuando, de repente, sentí el peso de un hombre sobre mi cuerpo; un dolor que penetraba mi cuerpo, mi vientre. Todo mi cuerpo traspirado, sus manos me acariciaban, me lastimaban. Yo no conseguía moverme, gritar, hablar, huir. Estaba siendo poseída por un hombre invisible, un hombre que nadie veía. Estaba loca, pero aquello estaba sucediendo realmente conmigo.
Fue una penetración dolorosa y prolongada. Cuando el ángel/demonio descarado termino su servicio yo estaba toda mojada. Quedé por mucho tiempo en la cama hasta poder moverme y conseguir levantarme para ir al baño. Cuando me levanté, casi me volví a caer.

¿Y, cómo hablar de esto? ¿Y a quién? Estaba manteniendo relaciones sexuales con una cosa invisible (nadie, pero nadie en el mundo iría a creer).

Al día siguiente, casi no conseguía andar por los dolores que sentía en mis huesos. Yo era profesora de gimnasia y nunca había sentido tremendos dolores en los huesos y en los músculos como en aquel momento.

A partir de ese instante sólo un pensamiento me venía a la cabeza: matarlo. ¿Pero, cómo, si él aparecía y desaparecía? Entonces comencé a pensar en matarme.

El ángel/demonio comenzó a usar mi cuerpo y me decía: “Eres mi mujer, eres mía.” Y pasé a tener un ángel/demonio como un marido invisible. Es cosa de loco. Yo estaba loca.

El ángel jamás dejaba que algún hombre se me acerque y si lo hacía terminaría mal. Fueron años de sufrimiento, tortura. Él usaba y abusaba de mi cuerpo, me violaba, me estupraba. Yo sufría callada, me sentía sucia, humillada; lo odiaba.

Increíble poder creer que se tiene un marido (espíritu, algo invisible). Yo lo odiaba. Odiaba aquello que él me hacía. Yo tenía noches de masturbación infernal, dolorosas, con el peso de la mano de él sobre mí (¿cómo contar esto? Nadie va a creerme, Nadie). Yo siempre digo que si alguien se masturba, puede tener la certeza que un espíritu está allí presente con la persona (crean si quieren, pero yo, Fátima, pasé por eso).

El ángel/demonio se apoderaba de mi cuerpo de una forma, que varias veces yo estaba en un lugar y cuando volvía en sí estaba en otro. Él usaba mi cuerpo. Esa es la razón por la cual varias veces yo no conseguía recordar cómo había llegado a aquel lugar. Lo que había hecho, lo que había sucedido. No, no, yo no soy loca, decía yo para mí misma varias veces.

Y él siempre hablando a mí oído: “¡Ve, matate, matate!”

En la calle yo siempre aparentaba ser feliz. Las personas, especialmente hombres me decían: “Eres bonita.” Yo me veía la mujer más fea y horrible. Yo cubría los espejos de mi casa para no verme.

En casa sofría con depresión, tristeza. Yo lloraba mucho, fumaba a cada instante y el tal ángel sólo me decía: “¡Ve, fuma perra!” Eran exactamente esas palabras las que usaba: “Fuma, fuma, soy yo que quiero que tu fumes.”

Yo sólo pensaba en morir, morir. Muchas veces, intenté matar a mi hijo, pues el ángel quería matarlo. Él quería a mi hijo desde el día que nació. Llegué a abandonar a mi hijo en medio de la noche en un lugar llamado Mata dos Medos, donde se hacen trabajos de brujería, hechicería y otras cosas más. Pero el Dios misericordioso me llamó a la razón de madre y volví atrás, yendo a buscarlo.

Como me lastima traer eso a mi memoria de nuevo, porque aún hoy mi hijo, ya adulto, se acuerda de ese momento. ¡Oh, Dios!

Yo sólo pensaba en terminar con mi vida. ¿Cómo decirles a mis padres la vida que llevaba? ¿Cómo es que las personas irían a reaccionar? Si yo hablase del ángel, sería internada en el hospital. ¡No, no! Sólo la muerte era la salida.

De día era una profesora (bien disfrazada), pero completamente drogada. Y de noche yo era Amitaf, otra persona. Nadie con quien hablar.

Yo hablaba con mi madre, y ella, pobrecita, intentaba ayudarme. Nosotros íbamos a los brujos, todos nosotros íbamos. Pensábamos que era normal porque hasta los médicos nos mandaban hacerlo. Los brujos (medicina popular), usaban también un crucifijo, como en la iglesia. Nosotros pensábamos que habíamos encontrado la solución.

Sin embargo, lo cierto era que yo no conseguía que pare de molestarme. Yo era violada todas las noches por un hombre que nadie veía. Yo estaba por quedar loca. ¿Cómo salir de ese tormento? ¿Cómo? Estaba yo en un callejón sin salida.

Sólo la muerte me haría escapar de las manos de él, eso pensaba yo.

Muriendo, el ángel/demonio ya no me molestaría.

Nosotras éramos religiosas. Mi madre y yo hacíamos promesas a una imagen (de nombre Fátima). Gracioso como el tal ángel/demonio jugaba con nuestras creencias religiosas y ceguera espiritual.

Cuando me casé (si ustedes se acuerdan, en los capítulos anteriores), yo dije que él, el ángel, me mandó comprar una ropa especial de novia, un Sari indiano.

Mi Sari vino desde la India, tanto que las personas lo encontraron extraño. Las personas tenían la idea de creerme extravagante.

Ese conjunto de Sari había un manto que él, el ángel, me mandaba ofrendar a tal imagen de Fátima. Pensaba que estaba haciendo algo para ser feliz en mi matrimonio.

Un día, estando en casa de mi madre, con él siempre persiguiéndome, en mi cuarto de la infancia, el ángel/demonio estaba bombardeándome con ideas suicidas y me decía: “Voy a matarte. Voy a matar a tu hijo. ¡Voy a matar a toda tu familia!” Y comencé a decirle: “¡No vas! Tu no eres un ángel; eres malo. ¡Tu eres un puerco, te odio!” Él se enfureció y me empujó contra la pared. Mi madre lo oyó y me preguntó, yendo a mi encuentro: “¿Faty, quien está ahí contigo?” Yo le pregunte a mi madre: “¿Madre, usted me oyó? ¡Es él, él!”

A partir de ese momento, mi madre comenzó a ser atacada por él. Ella pasó a oírlo. Él nos decía que iría a matarnos a todos, a toda mi familia. Mi madre parecía una loca, estaba pasando lo mismo que yo, sólo que apenas yo lo veía y oía; ella apenas lo oía.

Llamamos a brujos y médicos. Mis familiares quisieron llevar a mi madre para el hospital. Yo grité: “¡No, nunca! ¡Nadie interna a mi madre!” Estábamos siendo blanco del tal ángel. Él quería matarnos a todos. A mi familia no le gusta hablar de eso, pues es motivo de vergüenza.

Yo estaba viéndolo decir a mi madre que iría a matar a los hijos. Él ahorcó a mi cuñada y mi sobrino pequeño lo vio.

El ángel empujaba a mi madre. Ella lo empujaba.

Vino un brujo a nuestra casa y nos dijo que toda la familia se reuniese en el pasillo e hiciéramos la oración del Padre Nuestro a la medianoche. Y así lo hicimos. Yo les decía: “Él está enfrente nuestro, diciendo el Padre Nuestro de atrás para adelante.”

Otro brujo fue a casa. Escupía fuego por la boca y casi quemó a mi madre. Pobrecita de mi madre, estaba siendo atacada por el ángel malo; él iba a matar a mi madre. Mi querida madre ahora también pasaba los días siendo atacada por él.

Otro brujo nos dijo que esfumaría con aquello estaba en la casa. Que nada. El tal brujo envió más (demonios, bichos), porque yo los veía; eran como animales deformados.

Esa noche, que el tal brujo habló que sacaría aquello de allí, pobre de mi familia: mi hermana estaba con mucho miedo; fue a dormir conmigo y con mi hijo. El descarado se instaló para vivir en nuestra casa.

Mi madre empeoró. Ella no sólo oía la voz del ángel, también la de todos los otros (ángeles malos) que estaban con él.

Yo nunca dejé que la internasen. Al mismo tiempo, el descarado del ángel continuaba molestándome y abusando de mi, diciendo que toda mi familia era de él.

Conversando con mi familia, quedé sabiendo que cuando era un bebé tuve un problema (yo aún estaba en São Tomé e Príncipe), y mis padres, pobrecitos, me llevaron a un curandero. Hoy yo se que fue por ser tan ignorantes del verdadero camino que esa acción repercutiría en el futuro. Fue cuando fui presentada y ofrecida a este dicho ángel. Nosotros no lo sabíamos.

Mi madre ya no podía salir a las calles porque, si ella lo hacía, el tal ángel intentaba matarla.
Un día, mi padre encontró una señora, amiga de la familia, que había oído hablar de lo que estaba pasando con mi madre y de cómo ellos estaban sufriendo con lo que me estaba sucediendo.

Ella le dijo a mi padre: “Vea, yo voy a un lugar. Es una iglesia adónde se hacen oraciones fuertes. ¡Quién sabe ellos consigan ayudarla!” Y dio a mi padre una revista llamada Maria, que tenía la dirección.