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Sexo con el diablo – Capítulos 1 y 2

El texto que sigue son los dos primeros capítulos de un testimonio impactante, que cuenta la terrible experiencia de María de Fátima da Cruz Carvalho – nacida en Santo Tomé y Príncipe y criada en Portugal – con fuerzas malignas que la atormentaban desde la infancia. El contenido completo será publicado en un libro por la Editora Gráfica Universal.

Noche oscura, siento miedo. Un frío intenso. Un nudo en la garganta. Quiero ir al baño, pero si me destapo la cabeza él me va a agarrar. Hay un hombre vestido de blanco atrás de la puerta.

Todo empezó cuando yo todavía era una niña- Tenía seis años de edad. Dormía siempre con la cabeza tapada. Todas las noches un hombre se escondía detrás de la puerta de mi cuarto.

Nunca podía dormir. Sentía mucho miedo de que él se apoderara de mí. Sudaba, temblaba. Esperaba que mi madre se despertara para que pudiera correr, apenas ella encendiera la luz del pasillo. Mi madre siempre se levantaba temprano.

Muchas veces, mi madre me mandaba a la cama de nuevo, pero yo ya no volvía. No tenía coraje. De esta forma, pasaba una noche más sin descansar.

Yo era una niña de varias personalidades. Es muy importante que los padres le presten mucha atención a los niños, principalmente cuando están hablando solas y dicen que tienen un amigo imaginario. Yo, desde chica, cambiaba de personalidad. A veces, sin razón aparente, me sentía triste, sin saber el motivo. Vivía siempre con miedo de que llegue la noche y tener que ir a la cama. Y de esta forma fui creciendo.

En una cierta noche de verano, muy calurosa, yo transpiraba mucho. Cubierta mi cabeza con la sábana, intentaba, bien despacio, de destaparme la cabeza, pero luego me vino la imagen de ese hombre que intentaba acercarse a mí. A esa altura, ya tenía 12 años de edad.

En esa misma noche, decidí que tenía que ir al baño; hacía realmente mucho calor.

Me destapé la cabeza y lo vi aproximarse a mí. El hombre, esta vez, estaba todo vestido de negro; se sentó en mi cama y me dijo: “Yo soy tu ángel de la guarda. Si hicieres todo lo que te diga, tendrás éxito, dinero, fama y todo lo que quieras”.

Le respondí: “sí”.

Me levanté aún temblorosa y fui al baño. A partir de ese momento, no tuve más miedo (de él).

Todo comenzó a cambiar en mí a partir del día siguiente al pacto con él. En aquel momento, yo no sabía que se trataba de un pacto, pero, lo cierto es que lo hice.

Como era verano y estábamos de vacaciones en la escuela, mi mamá me dejó ir a un parque llamado Muxito. Al llegar, encontré algunos compañeros que estudiaban en la misma escuela que yo. Les pregunté qué hacían allí. Una de ellas me respondió: “¡Ven Fátima! Vamos a fumar un charro (cigarro de hachís).”

Sin saber de qué se trataba aquella expresión, les pregunté qué era eso. A lo que me dijeron: “¡Ven, vas a ver como te vas a sentir bien! Prueba.”

Este fue el comienzo de mi camino con las drogas. A los doce años fumé opio. Me sentí adormecida. A partir de ese día, mi forma de vestir, hablar y de ser comenzó a cambiar radicalmente. En la calle era una persona, pero en casa era otra, siempre viendo a ese tal ángel, y él constantemente cerca de mí.

Yo y el “ángel” conversábamos mucho. Al principio, quien me oyera, pensaría que tenía un supuesto amigo imaginario. Él me dijo su nombre: Pailac. Estábamos en 1972.

No puedo decir que era la mejor alumna de la escuela, pero en una disciplina en particular yo era la mejor: Educación Física, más precisamente, gimnasia. Superaba las expectativas de los profesores, ganaba todas las pruebas a las que era sometida, y el “ángel” siempre conmigo.

Fui conociendo nuevas drogas: marihuana, hachís, LSD, etc. Hablaré de las drogas en los capítulos siguientes.

En este tiempo tuve varias experiencias y creía realmente que él era mi ángel de la guarda. A los 16 años, subí a un escenario para realizar un espectáculo con un cantante conocido. Conocí personas importantes. Cuando alguien me desafiaba diciendo: “¡Ah, no lo vas a lograr!”, les respondía con convicción: “¡Vas a ver si no voy!”, Bastaba con querer y el ángel me decía: “¡Vas a tenerlo!”. Y de hecho lo tenía, porque él lo hacía suceder.

Me convertí en una persona extravagante, decían los demás. Era muy altiva y arrogante, pero, al mismo tiempo, cambiaba fácilmente cuando me convenía.

Tenía dos amigas y vecinas de la infancia que venían a mi casa desde niñas (no cito sus nombres porque no es necesario). Ellas sabían de la existencia de “Pailac” y me pedían que le preguntara cosas. Ellas no lo veían, pero sentían su presencia y veían objeto moviéndose varias veces. Hoy creo que él las usaba.

Esas amigas mías tuvieron un final muy triste en el transcurso de sus vidas. Una fue prostituta y la otra se envició profundamente con la heroína.

El “ángel de la guarda” me decía que iba a ser muy rica y que sólo me casaría con el hombre que él me dijera. Y así sucedió. En 1982 me casé, aún contra la voluntad de mis padres y para el espanto de todos los que me conocían.

No sé como me apasioné. A esa altura, estudiaba a la noche en Pragal. Fue una pasión insalubre.

Quedé locamente apasionada de un año para el otro; una cosa rara. Es que yo lo conocía y no gustaba de él, pero de repente me apasioné. Hasta una compañera que sabía cuánto me irritaba, me dijo: “Que cosa, Fátima, no lo soportabas, pero quedaste así, ¡tan enamorada de él!”. Hoy entiendo que fue el ángel.

Mi marido venía de una familia rica. Mi casamiento fue una gran fiesta. El ángel dirigió todo, hasta mi vestido de novia fue elegido por él. El ángel ya se había apoderado de mi vida, pero yo no lo sabía.

El día de mi casamiento, recuerdo perfectamente que fui al cuarto de mi madre y me arrodillé. Lloré mucho. Mi madre entró en la habitación y me preguntó qué estaba pasando. Le respondí que sentía tristeza y no sabía el motivo. En ese momento, recuerdo haber visto al ángel mirándome, sonriendo, pero yo no entendía.

María de Fátima da Cruz Carvalho