thumb do blog Blog Obispo Macedo
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Quería compartir…

¡Hola, Sra. Vivi!

Hace mucho quería enviar este e-mail, pero por vergüenza, miedo, etc., nunca lo hice.

Pero hace mucho que el Espíritu Santo viene reclamándome eso.

Exponer nuestras fallas, mostrar lo que hay realmente dentro de nosotros no es fácil, y me preguntaba ¿por qué? ¿Por qué no exponer mis debilidades, si todas nosotras las tenemos y pasamos por luchas interiores?

Después de mucho preguntarme, vino la respuesta: yo no quería cambiar, a pesar de conocer mis errores, saber que debía provocar un cambio, no estaba dispuesta a salir de mi zona de confort.

Cuando usted llegó a Portugal, vi que tenía el objetivo de crear una revolución en cada una de nosotras, y fue lo que sucedió.

En cada reunión, me sentía herida.

En aquellos momentos, no veía que existía algo a cambiar, y, muchas veces, la condené: “Pero ella piensa que lo sabe todo, que todas estamos perturbadas…”

Yo era muy orgullosa para aceptar que todas aquellas palabras me herían, porque era una persona relajada, con miedos. Todos pensaban que yo era linda, simpática, divertida, pero, ¿y mi espíritu?

¿Hoy me pregunto qué será que aquellas compañeras pensaban de mi espíritu? Pues pocas fueron las que tuvieron el coraje de decirme las verdades, y cuando eso sucedía, una vez más yo me sentía herida, a fin de cuentas era tan buenita para ellas… ¿Cómo podían decirme eso?

En verdad, a aquella altura, yo no tenía nada para darle a quien estaba a mi alrededor.

Vivía extremadamente ocupada en esconder mis debilidades, para que nadie supiera que aquella muchacha simpática estaba llena de errores, llena de sí misma.
Cuando me fui de Portugal y llegué a Luxemburgo, me encontré con una realidad totalmente diferente: éramos apenas tres esposas, y la líder, que en aquella época era la Sra. Marina, estaba como yo – mal.

Ahora no había nadie que me diera una palabra, una dirección, y yo estaba sedienta.
Fue de esa forma que surgió en mí un “grito” de indignación: “¡Mi Dios, estoy sola, sin amiguitas que me den una palmada en la espalda!”

La iglesia hacia donde fuimos estaba vacía, y el poco pueblo que había necesitaba tanto de mí… ¿Cómo iba a hacer ahora, sola, sin la dirección de la líder, la regional…?

Fue en ese momento que entendí cada reunión que usted hizo con nosotras. Entendí por qué aquellas palabras me herían tanto. Llegaba el momento de elegir: ¿cambiar o continuar de la misma forma, sintiendo tanto dolor?

Claro, hice la elección más difícil, pero cambié y estoy cambiando todavía. Y esta es la razón principal de este e-mail. Quiero pedirle que me PERDONE por haberla juzgado tantas veces, cuando solo quería ayudarme. Y decirle GRACIAS por despertar en mí tantos porqués.

Hoy me conozco profundamente y tengo asco de la persona que yo era.

Las preguntas continúan todavía, pero eso significa que he buscado analizarme TODOS LOS DÍAS, y admito que hay en mí cambios diarios.

Tengo tanto que contar: experiencias nuevas, nuevos desafíos… Pero quedará para un próximo e-mail.

¡Muchas GRACIAS por existir en mi vida y por herirme de forma tan “violenta”!

Olga Lopes