Nadie tiene más interés en generar hijos que el Espíritu Santo. Pero eso no puede ser realizado sin la manifestación sincera de la voluntad del ser humano.

El Creador no puede imponer Su voluntad, ya que dio libre albedrío a Su criatura.

El problema es que la persona manifiesta su deseo en el exterior, pero internamente no siempre está realmente dispuesta.

Las iglesias están superpobladas de personas así. Exteriorizan una cosa delante del altar, pero en su interior la rechazan. ¡Pura hipocresía! Son verdaderos artistas. Representan cualquier papel. En un momento son el héroe y en otro son el villano de la película.

Ese tipo de carácter inhibe la acción del Espíritu Santo. ¿De qué sirve aceptar a Jesús, leer la Biblia y orar de la boca para afuera? ¿Será que Dios no ve su interior?

Inclusive pueden esconder astutamente sus reales intenciones ante todo y ante todos. ¡Menos ante el Espíritu Santo! Delante de Él no existe ningún disfraz.

Delante de esta hipocresía transparente, resulta difícil su regeneración por parte del Espíritu de Dios.

El modo correcto es rasgar el corazón y exponer abiertamente sus pecados escondidos y abandonarlos. ¡Sólo entonces Él tendrá condiciones de hacerlas nacer de nuevo!