Pierde quien gana y gana quien pierde
Obispo, me llamo André y sé de la importancia del Espíritu Santo, pues llegué a la Iglesia como llega la mayoría, con la vida destruida, viviendo de favor, con la familia destruida, depresivo, enfermo. Pero, a través de los votos de fidelidad en los diezmos comencé a resolver los problemas, prosperé y puse un negocio, conquisté dos locales, fui curado, restauré mi familia. Todo por la fe.
Y con el tiempo, por estar firme, fui levantado a obrero, pero reconozco que no tenía lo más importante, que es el Espíritu Santo. Hacía la obra, pero estaba vacío. Incluso era muy servicial, pero un día, por causa de un desentendimiento con un miembro, fui reprendido por el pastor, y quedé resentido y me aparté.
Y, como toda persona que se aparta, pasé a tener una vida destruida, en todos los sentidos. Comencé a involucrarme con varias mujeres fuera de mi matrimonio. Un día una de ellas manifestó estando en la cama, en el momento de la relación, y el diablo comenzó a decir todo sobre mi vida, además de agredirme físicamente. Ese día no sabía qué hacer, pues allí no tenía ninguna autoridad para reprender a aquel mal, entonces vi la miseria espiritual en la que me encontraba. Pensé en todo lo que había vivido dentro de la iglesia. Conocía la Palabra, sabía la Verdad, había hecho la Obra, había ayudado a las personas, y ahora estaba allí, a merced del diablo.
En ese momento pensé en Dios, y la mujer volvió en sí. Me puse mi ropa y salí de allí corriendo hacia la iglesia. En el camino vinieron varios pensamientos a mi mente mientras manejaba, pensamientos de que yo iba a chocar con el auto y de que me iba a ir al infierno; pensamientos de que Dios no me iba a perdonar. Pero logré llegar a la iglesia, pero la misma estaba cerrando, con las puertas prácticamente cerradas. Aunque de tanto insistir, los obreros llamaron al pastor y él me atendió. Le mostré los arañazos que el diablo me había hecho y le dije lo que había ocurrido y que era ex obrero. Él oró por mí y me orientó. Empecé a frecuentar las reuniones, pero confieso que todavía estaba débil, con deseos de volver al mundo y de prostituirme. Y terminé cayendo de nuevo.
Pero vino el primer “Ayuno de Daniel” y resolví lanzarme de cuerpo, alma y espíritu. Renuncié a todo lo que me apartaba de Dios y sacaba mi atención de Él.
Recuerdo que tenía un negocio que había quebrado y por eso estaba cerrado, y todos los días, en el momento de la oración que usted hacía por la radio, yo iba allá, pues era el único lugar en el que podía estar solo con Dios. Y allí, orando con usted por la radio, yo tuve mi encuentro con Dios, y desde entonces nunca más fui el mismo. Estaba viviendo el peor momento de mi vida exteriormente, pues lo había perdido todo. Estaba sufriendo amenazas de prestamistas, con los bienes empeñados, mi hijo en las drogas, mi hija en el lesbianismo, mi matrimonio destruido. Pero en ese momento recibí una paz que nunca había sentido antes. Estaba viviendo un infierno del lado de afuera, pero con el cielo dentro de mí.
Contrariamente a lo que había hecho la primera vez, ahora prioricé lo espiritual, y como consecuencia nací de Dios.
Hoy soy obrero, pagué las deudas, tengo una familia bendecida. Todavía no reconquisté todo lo que perdí, pero hoy tengo lo principal, la presencia de mi Dios.
Gracias obispo, por haber sido un instrumento usado por Dios para traer la dirección del “Ayuno de Daniel”, pues creo que sin él yo estaría muerto. Y peor, ¡con mi alma en el infierno!
André Ramos
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