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Pedofilia y violencia sexual

Son diversos los problemas y males que afectan directamente a los niños hoy en día, principalmente las que nacen en familias de bajo poder adquisitivo, sin haber sido planeadas, y que se convierten en víctimas del abandono, de la violencia y del desprecio de la sociedad. En vísperas de la fecha en la que se conmemora en Día del Niño, preparamos una serie de textos que abordan diversos temas sobre el asunto, invitando a todos a una reflexión.

Cerrando los ojos al abuso sexual

Cada año crece más el número de niños víctima de este tipo de violencia

“Yo era una niña feliz, risueña, linda y todo se transformó a partir de la violencia que sufrí. Tenía tres años de edad y recuerdo que fui violada por un hombre de más o menos 30 años, amigo de mi padre. Él me violó de verdad. Consumó el acto sexual, y muchos dicen que es imposible tener recuerdos de esa edad. Pero lo recuerdo muy bien- Recuerdo haber sido llevada al médico, no querer dejar que él me examine, tener los genitales heridos, al final, yo era una niña.”

El relato que usted acabó de leer es de Ana Carolina, nombre ficticio de una joven que prefirió no identificarse. Además de ella, otros miles de niños sufren abusos sexuales todos los días en el país. Para tener una idea, solamente en 2007 se contabilizaron más de siete mil denuncias de abuso sexual. En 2009, ese número trepó a casi 10 mil. A pesar del índice alarmante, todavía existen muchos casos en la Región Central y, principalmente, en el interior de Brasil y que nadie logra imaginar.

Ana Carolina, así como las demás víctimas de violencia sexual, prefiere optar por el silencio. Muchos de los padres se deciden por el aislamiento. Y creen que no hablar sobre el asunto con la criatura victimada morigerará el sufrimiento de la familia. Fue lo que hicieron los padres de Ana Carolina, imaginando que ella no recordaría nada cuando creciera. No obstante, el miedo fue la presencia más constante en la vida de la niña que pasó a tener una adolescencia perturbada.

Generalmente, la falta de estructura familiar impide que los padres observen comportamientos extraños en los hijos. En muchos casos, el abusador duerme en el cuarto de al lado de la criatura, pudiendo ser el propio padre, tío, padrastro, hermano, abuelo, vecino o amigo de la familia. Y lo peor es que ni siempre los padres están atentos a eso. Con Ana Carolina, por ejemplo, la segunda violación ocurrió cuando los padres se alejaron. “Mis padres se separaron y pasamos por problemas financieros. Fue cuando volví a sufrir otra violación de una persona que yo conocía. Pero una vez el miedo, la vergüenza, la culpa se apoderaron de mi, y yo no le dije a nadie. Me quedé trabada en mi dolor”. En situaciones así, principalmente en la sociedad en la que vivimos, donde el deseo sexual es estimulado en todos los momentos, la atención y preocupación con los niños deben redoblarse, a pesar de que es difícil mantener los cuidados en una familia desestructurada.

Canciones, novelas, películas y asta dibujos animados estimulan la libido de muchas personas predispuestas a este tipo de satisfacción errónea con menores, exponiéndolos a una prisión perpetua y cruel para las víctimas. Aún así, a pesar de toda alerta, muchos padres, principalmente las madres, inducen, tal vez de forma inconsciente, a los niños a una exposición innecesaria de su propio cuerpo. Es ahí que entra mucha ropa llamada infantil, que reviste a la criatura de una sensualidad precoz y que saca de ellas aquello más puro que poseen: la inocencia.

El alerta debe ser que el abusador sexual no mide esfuerzos para satisfacerse. Él utiliza el cuerpo del niño o adolescente para saciarse sexualmente a través del uso o no de la violencia física. Con Ana Carolina, por ejemplo, a los tres años de edad, el acto sexual sucedió por completo. La penetración que debería ocurrir en una mujer adulta fuera consumada en una criatura. Pero existen quienes desnuden, toquen, acaricien y lleven a los pequeños a asistir o participar de prácticas sexuales de cualquier naturaleza, sin que los responsables sean siquiera castigados.

Lo peor de todo es que además de sufrir el abuso, los niños todavía tienen que convivir con los recuerdos, traumas, miedos, culpas y complejos de inferioridad, forzándolas a una “marginalización legal”. Y además de vivir presas dentro de sí, y marcadas física y emocionalmente por el pasado, aún tiene que convivir con la hipocresía social de que el mundo, por lo menos para ellas, un día va a mejorar.

Por Jaqueline Corrêa

De la redacción de Arca Universal