38

En este día, hace 38 años, Ester y yo realizamos nuestro segundo mayor sueño: unificamos nuestras vidas. Fue un acto de fe seguido de amor. Esa sociedad física simbolizaba la espiritual que habíamos tenido hace años cuando, por la misma fe, dedicamos nuestras vidas al Señor Jesucristo.
Recuerdo bien el sentimiento dentro de mí. Ella tipificaba la Iglesia del Señor. Teníamos plena convicción que nuestra mutua lealtad reflejaba la nuestra con Dios. Si no era posible cultivar fe y amor con alguien visible, ¿cómo sería con Alguien invisible?
Nuestra unión iba viento en popa. Pero la llegada de Cris interrumpió la luna de miel. Fui puesto a un costado. Su encanto y belleza ocuparon mi lugar. Y, entonces, entramos en un período de adaptación. No fue fácil. Pero con la llegada de Vivi, marcada por el dolor y la humillación, nuestra unión quedó sellada. Aprendimos mucho más a depender uno del otro. Exactamente como acontece en la relación con Dios. Las tribulaciones operan en la práctica de la fe y del amor y estrechan la comunión con Él. Por eso Pablo dijo: “… también nos gloriamos en las tribulaciones.” (Romanos 5.3).
Hoy, después de tantas luchas, humillaciones, lágrimas y dolores, podemos testimoniar para los que vienen atrás: no hemos completado la carrera, pero si hemos, combatido el buen combate y guardado la fe.
Hasta aquí nos ayudó el Señor Dios de Abraham, de Isaac y de Israel.
¡Sean bendecidos los que creen!
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