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Opinión

Antes de mi conversión, tenía en mente que tanto el bien como el mal venían de la misma fuente: Dios. Si algo era bueno, entonces, lo consideraba una bendición Divina, pero, si era malo, lo consideraba un castigo de Dios. Nací, crecí y fui educado en esa fe pagana.

Cuando conocí al Salvador, toda esa estupidez religiosa dio lugar a una nueva mente: la del Señor Jesús (1 Corintios 2:16). Por causa de eso, mis conceptos y valores cambiaron radicalmente.

Por ejemplo: No creo que los niños nazcan de la voluntad de Dios. Creo sí, que los niños son generados por causa de una ley fija de la naturaleza. Quiere decir, la de la procreación. Dios creó todo el universo y estableció leyes fijas para gerenciarlo. Creó al hombre y la mujer y estableció las leyes de la multiplicación.

Creó los animales, haciendo lo mismo para que se multiplicasen. Y creó los vegetales con el mismo propósito.
No consigo ver el nacimiento de un niño como fruto de la mano de Dios, así como no veo el mal como fruto Divino. Cada persona tiene la libertad para elegir lo que pretende en su vida. Hasta generar o no otra persona. Dios no tiene nada que ver con eso, así como no tiene nada que ver con el mal.

Esa cuestión no puede ni ser considerada de fe, mas sí de raciocinio. ¿Cómo puede ser posible qué de una fuente brote el bien y el mal simultáneamente? Imposible. ¡Y más aún si esta fuente fuera el propio Dios!
Si Dios fuese el elemento multiplicador de niños, yo jamás trataría el tema aborto. En este caso, estaría radicalmente en contra de cualquier hipótesis. Como no es el caso, apelo, por lo tanto, a la inteligencia, el buen sentido y, sobretodo, humanidad de las personas.

La ley fija que rige el universo reza que, todo lo que el SER HUMANO PLANTE, cosechará. Si es bien, bien; si es mal, mal. Va a depender exclusivamente de él.

Ahora, permítase reflexionar en esto: ¿por qué preocuparse más con los seres aún en formación que con los vivos que están por ahí? ¡No tiene sentido!

¡Dios bendiga a todos abundantemente!