Novedad de Vida
¡Buen día, obispo!
Sin sueño, decidí acceder al blog y me encontré con un post que llamó mucho mi atención y me hizo meditar.
Mis últimas semanas han sido, al menos, diferentes. Es medio difícil verbalizar el significado de vivir, de hecho, en novedad de vida. Tuve una infancia inusual y una adolescencia perturbada, marcadas por pérdidas significativas, graduales y secuenciales. Todo en medio a una falsa apariencia de lujo que mis familiares intentaban mantener con lo que les restaba después de cada derrota. Con el tiempo, la burbuja explotó, el lujo se acabó y mi mundo se derrumbó.
Me perdí casi por completo en medio de las ofertas de placer instantáneo que me fueron presentadas. Amarga ilusión. El mundo gira, la vida continúa, mientras que quien disfruta del placer muere siguiéndolo y deja de acompañar el esfuerzo de vivir. Se abandona a sí mismo para satisfacerse a sí mismo.
En fin, después de tanto tiempo de confusión, vi la luz, vi el camino y conocí la vida. Pero las batallas nunca cesaron… Muy por el contrario. Desde que llegué a la iglesia y empecé a vivir en la justicia, no tuve ni siquiera un momento de comodidad. A fin de cuentas, luchar contra todos los fantasmas del pasado, asumir todas las consecuencias de las decisiones equivocadas y enfrentar todo con la cabeza erguida exige fuerza, coraje y, sobre todo, fe.
Fueron meses y meses de guerra contra el orgullo, batallas internas y externas, disposición para humillarme, disposición para levantarme…
Hasta que en un momento consciente de entrega total, recibí de Dios la mayor de todas las glorias conquistadas por un hombre: el Espíritu Santo. Desde entonces, nada más fue igual.
Cada día tiene un brillo diferente.
Es como si ahora fuese posible distinguir todos los matices de todos los colores. Cada detalle, cada gesto, cada mirada, cada simple movimiento puede revelar toda la belleza de la existencia, puede mostrar toda la magnitud de la Creación de Dios. Las luchas, sin embargo, continúan. Así como el poder de elección.
No siempre optamos por lo correcto, pero siempre aprendemos con nuestros caminos.
Y vamos siendo moldeados, perfeccionados por la mano del propio Dios, que pasa a habitar dentro de nosotros.
El cuidado ahora reside en no perder el objetivo, no mirar hacia los costados, ni relajarse y dejar que se apague lo que tanto costó encender. Oír la voz de Dios y tener la visión de lo que Él planea va a depender siempre del sacrificio diario de luchar contra sí mismo, tomar la cruz y seguirlo.
Pedro Faccioli
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