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Motivos que hacen que las personas dejen la Iglesia

20141208

Ha crecido en todo el mundo el número de personas que se dicen desilusionadas con las iglesias evangélicas. Eligieron apartarse de sus denominaciones, y sus razones giran en torno a la decepción con instituciones y personas.
Algunos, después de vagar por varias congregaciones, levantaron la bandera de que la iglesia organizada quebró y que es totalmente innecesario tener vínculos y seguir reglas.

En Brasil, ese pensamiento ha ganado fuerza en el movimiento de los “desiglesiados”, que ya suman millones de ex miembros provenientes de diversas instituciones. Ellos no se consideran desviados por vivir así. En la mayoría de los casos, la separación de la iglesia fue motivada por problemas de relación interpersonal. Encontramos personas heridas por mentiras, abusos espirituales, juicios, malos tratos, escándalos, etc.

Voy a contar mi experiencia personal para aclarar mejor el tema. Estoy próxima a cumplir los 30 años en la Iglesia Universal y, en este tiempo, conocí a millares de personas. Entre ellas, muchas sinceras y de excelente carácter y postura.

Sin embargo, también vi a algunas de mala índole que buscaban solo promoción y gloria. Reconozco, por experiencia propia, que esa minoría les impone sufrimiento a los otros miembros. Pero decidí no permitir que mi fe entrara en crisis a causa de eso. Creo que huir de la iglesia no le impedirá a nadie experimentar decepciones.

¿Cuántas veces usted se desentendió con un familiar? Pero usted no se excluyó de su familia debido a eso.

Si, para proteger la fe, tuviésemos que vivir solos y aislados, el propio Señor Jesús hubiera dado ese ejemplo. Sin embargo, Él hizo exactamente lo contrario. Aun con el sistema religioso corrupto e hipócrita de Su época, el fue un judío cuidadoso. Frecuentaba el Templo y las sinagogas. Cumplió la Ley pero rechazó las tradiciones. Él sabía que no iba a tener cómo influenciar a los demás si no estaba cerca de ellos. Convivió con todo tipo de personas, pero una minoría era verdadera. Para evitar decepciones, nos enseñó que no debemos esperar mucho de los hombres, pues son imperfectos.

Aprendí que cuando un hombre de Dios está en el Altar, él es un canal Divino para el pueblo. Pero, fuera del Altar, es una persona normal, con personalidad, cualidades y defectos. Lamentablemente, las personas proyectan en los demás una identidad de “súper santos” y no se preparan para ver sus defectos. Entonces, se escandalizan y se pierden.

Claro que estoy hablando de errores, pues, tratándose de pecado, las personas que lo practican no son aptas para enseñarle a nadie. Es por eso que las iglesias deben contar con la disciplina.

Entienda también que no es porque alguien pecó que usted va a dejar que su fe se enfríe. Debemos mantener los ojos en el Mayor Ejemplo, y no caer en el error de pensar que no existen más personas sinceras e interesadas en el beneficio de su prójimo.

Si usted que está leyendo este texto ahora, pasó por situaciones muy malas que lo hicieron alejarse, lo lamento mucho. Pero sería bueno que repensase su situación y volviese atrás. Crea que el Altísimo puede transformar en bien todo el mal que usted vivió, y aun usará eso para su crecimiento.
Piense: ¿Cómo hará Él justicia, o lo defenderá, si usted se cansó, desistió, u actuó por cuenta propia?

Convivir con las personas duele, pero nos moldea y nos enseña.

En cuanto a las reglas existentes en las iglesias, que algunos critican tanto, sepa que son necesarias. Imagínese un lugar donde centenas o millares de personas se reúnen y cada una decide hacer lo que quiere, como quiere y a la hora que quiere.

Frente a los millones de hombres y mujeres que están poniendo su Salvación en riesgo al sustentar ese pensamiento, quiero decir que no defiendo aquí el nombre de una iglesia, pues tengo consciencia de que ella no salva. Mi objetivo es mostrar que la iglesia física es fundamental para que usted sea corregido, exhortado, estimulado a dar frutos y a desarrollar los dones. Vivir lejos de esa comunión es lo mismo que separar al pez del agua, a la sangre del cuerpo, a las nubes del cielo o a Cristo de Su Iglesia.