Mi vida
¡Buen día, obispo Julio y querida señora Vivi!
Me gustaría compartir con ustedes la transformación de mi vida.
Antes de llegar a la IURD, pertenecía a una iglesia evangélica pentecostal. Vivía una vida religiosa y conformista, me casé por imposición del pastor de esa iglesia, pues estaba embarazada, y él decía que “el niño debería nacer en la bendición”.
Cuando “puse la carreta delante de los bueyes”, no me di cuenta del carácter de mi ex marido, digo ex para resumir la historia.
Cuando entré a la IURD, creí en el cambio de vida, pues hice lo que me enseñaron. Pero para mostrar cómo era mi vida antes y cómo es ahora, voy a intentar contarlo de una forma muy simplificada.
Me casé con un hombre que adoraba las noches, las discotecas, las mujeres (hoy él tiene 7 hijos con 4 mujeres diferentes), la música, la bebida, las drogas… entre otras cosas.
Durante años, él camufló su cambio, pues hablaba de la Biblia como nadie. Fingía ser lo que no era; se bautizó, pero no murió; cambió algunos hábitos, pero no cambió de dirección (conversión); dejó de beber mucho, pero fingía beber socialmente; no iba a las discotecas (por un tiempo), pero no sacaba la discoteca de su interior; dejó de consumir drogas, pero le parecía normal convivir con los consumidores, etc.…
Usaba la Biblia para exhortarme de una manera que me colocaba un fardo en vez de ayudarme…
Fuimos obreros, levantados a auxiliares de pastor, pero no pasamos de eso, ¡gracias a Dios! Usted se preguntará: ¿por qué gracias a Dios?
Concreté un gran sueño, servir a Dios en el altar, pero toda la sinceridad que yo tenía hacia Dios no fue suficiente para mantener ese sueño, pues fue dentro de la obra que me encontré con varias preguntas de las que sabía las respuestas, pero no quería creerlas…
Mi ex marido (pastor) que estaba a cargo del grupo joven, flirteaba con una joven e intercambiaba mensajes con ella, mientras yo participaba de la reunión principal de domingo, a las 9:30 hs. No vacilé ni por un segundo, después de descubrir tal situación, fui de inmediato a hablar con el obispo responsable para que él pudiera ayudarme.
Resumiendo: salimos de la obra, pero como mi ex marido lograba persuadir de una manera increíble (solo aquellos que lo conocen y fueron engañados por la oveja vestida de lobo lo pueden decir), aún así consiguió un trabajo en la iglesia, pues siempre decía que había sufrido una injusticia.
Pero sé que el empleo solo sucedió a causa de que él tenía que sustentarme a mí y a mis dos hijas. Sin embargo, hasta en el trabajo él fingía ser lo que no era. Trabajaba de madrugada, por esa razón, había menos supervisión. Durante la madrugada, se iba a los bailes y después volvía, alrededor de las 5 de la mañana, como si hubiese estado trabajando toda la noche. ¿Y yo? Durmiendo en casa con mis hijas. Sin ni siquiera imaginar lo que él pensaba que permanecería escondido para siempre. Pero como dicen las escrituras:
“Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en Su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta”. Hebreos 4:13
Inclusive viendo todo aquello, aún así yo tenía una esperanza: ¡ser feliz! Había en mí una sinceridad. La separación y el divorcio transcurrieron a lo largo de tres años, es importante resaltar que las conversaciones y la compañía de la señora Vivi fueron de suma importancia para mi superación.
Aún estando sola y sin la ayuda de él como padre de mis hijas, agarré todo lo que tenía, ahorros que hice para los tiempos difíciles, el salario, el subsidio. Junté hasta los centavos de mi cuenta, anduve en búsqueda de las monedas que tenía en la casa, para no quedarme ni con el valor de un pan… pues así probaría la total dependencia en Dios. Mi verdadero sacrificio.
Solo me restaba ser BENDECIDA. Mi todo por el todo de Dios.
Y fue exactamente lo que sucedió. Conocí en el Cenáculo del Espíritu Santo al Dios de lo imposible, y de allí fue generada mi bendición, un hombre de Dios dispuesto a encargarse de mí y de mis hijas como si fuesen de él, que enfrentó el preconcepto de las otras personas como amigos y conocidos, pues él se encargó de una mujer blanca con dos hijas negras.
No tengo vergüenza de decir que hoy tengo 30 años, 2 hijas, una de 13 y otra de 9 años (Sara y Ester), un pasado completamente diferente a mi presente, estoy comprometida y con mi fecha de casamiento marcada después de un año y medio de noviazgo, de acuerdo con los preceptos de la Palabra de Dios (y para las personas que no saben, sin sexo), el día 8 de septiembre, a las 16 hs, en la Iglesia Universal del Reino de Dios en Almada, será escrita una nueva página en el libro de nuestras vidas. Nuestro casamiento.
¡Un fuerte abrazo!
Anaísa Freitas
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