Mi Testimonio

Mi salida de la iglesia donde me convertí, no fue por rebeldía y ni por otra razón personal, al contrario. Antes de salir conversé con el Obispo Tito Oscar y le dije sobre mi disposición de ganar almas. Hasta entonces yo no hacía nada en la iglesia. Apenas por cuenta propia, algunos trabajos evangélicos en los hospitales y en las calles.
Le pedí al Obispo que me diera la oportunidad de auxiliar a mi cuñado el obispo Jorcelino en Teresópolis y no lo permitió.
Frente a esta decisión, no me quedó otra opción sino la de salir de la iglesia y comenzar a buscar almas en cualquier lugar.
Fui miembro de aquella iglesia durante más de ocho años. Bautizado en las aguas y también en el Espíritu Santo, vivía una vida basada en la Palabra que había aprendido allí.
Ahí fue donde conocí a Ester y nos casamos. Allí fueron presentadas nuestras hijas Cristiane y Viviane. Nos congregábamos todos los miércoles y domingos fielmente.
Al salir de aquella iglesia no reclamé nada, pues no había razón para hacerlo y por el contrario, por más que haya dejado esa congregación siempre he mantenido una buena relación con todos los obispos y pastores aunque esté del lado de afuera.
No salí enojado, ni busqué a los hermanos o a los amigos que allí deje, apenas mi mujer y mis hijas me acompañaban.
Salí solo, seguro y con la certeza que el Espíritu Santo era conmigo. A mi mente venían las palabras dichas por el apóstol Pablo cuando fue enviado a los gentiles. Galatas 1.15-17
En cambio, en los días de hoy, algunos que han salido de nuestro entorno salieron llenos de odio y rencor. ¿Por qué? Pues porque no eran de Dios, pues si lo fueran no hubieran salido.
Pero Dios permite que salgan y que construyan sus propias “iglesias” donde así se ocuparán de ellos mismos y de los demás que también tienen ese mismo espíritu.
Y es de esta forma que dejan nuestro peso más ligero.
¡Gracias a Dios!
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