thumb do blog Blog Obispo Macedo
thumb do blog Blog Obispo Macedo

Mi papá

¡Oh, papito! ¿Cómo podría olvidarme o no agradecerte todo lo que me hiciste conocer?
¿Cómo podría decir que tus años aquí en la Tierra fueron indiferentes para mí?

Papá, desde que tengo uso de razón, siempre te quise. Nunca vi en ti imperfecciones que para juzgarte o quitarte mi respeto. Por lo contrario, siempre entendí tus reacciones ante cualquier situación.

Te vi en todas las etapas de mi vida. Te vi como niña, como adolescente, te vi casada, te vi en la Obra de Dios.

Cuando niña, vi a un padre trabajador, un padre responsable que me brindaba seguridad y apoyo cuando yo misma me condenaba por las equivocaciones cometidas. Tú, sabiamente, no apoyabas la equivocación, pero me apoyabas como alguien que amaba mi alma y la entendía.

Vi a un padre apasionado por mi madre. Siempre queriendo tenerla a tu lado.

Vi a un referente.

Vi a un padre decidido a todo por lo que quería, y me identificaba mucho. No sé, pero creo que fue porque vivimos rechazos, de formas diferentes, pero reaccionábamos igual ante las situaciones.

No me condenabas por las equivocaciones, pues tú habías aprendido y yo estaba aprendiendo también con las experiencias.
Tenías algo allí que brillaba a mis ojos que, hoy entiendo, era Dios.

Vi a un padre simple que hace que sus compañeros sean simples. Que no se preocupa con la etiqueta, sino en ser familia, en respetar, en dar armonía.

Vi a un padre que no tenía vicios, ni era infantil, vi a un padre respetuoso. Un padre que elegía escuchar músicas instrumentales cuando manejaba. Un padre definido. Que no se guiaba por las charlas de los demás o por la moda, sino que hacía las elecciones que daban valor a su tiempo y a su meta. Nosotros, la familia, teníamos que estar en silencio para su meditación.

Cuando llegué a la adolescencia, siempre te preocupabas en darnos lo que necesitábamos, y no lo que queríamos. Te preocupaste por encontrar a un hombre de Dios para mí. Y no solo te preocupaste, sino que lo encontraste.

El día de mi casamiento, estaba allí un padre presente. Que me llevó hasta el altar virgen, con la misma dignidad que tenía en casa. El padre, el jefe de familia, conquistó mi respeto y con eso aprendí a oprimir los intereses que antes tenía como adolescente, de satisfacer mi carne, para hacer caso a tus palabras. Recuerdo que varias veces, antes de convertirme, quería algo contrario a lo que era racional, pero tu voluntad prevalecía sobre la mía.

¿Y por qué?

Porque tenías poder y fuerza con tu ejemplo. No me dejabas tener fuerza en mis deseos. Tu ejemplo me sostuvo y encaminó mi vida. Siempre me decía a mí misma: “Me gusta este muchacho… Pero mi padre no quiere”. Entonces no seguía adelante con mis intereses.

No fue la religión lo que me hizo seguir tus pasos y servir en el altar, sino el placer que tenías en hacer para Dios. No existía ni hora, ni tiempo, ni distancia que te hiciesen claudicar. ¡Y mucho menos las circunstancias!

¡¡Ah!! Antes de casarme pasé por un “terremoto”, fuiste a prisión. La escena de cuando te detuvieron no se borra de mi mente, verte rindiéndote como oveja con los brazos hacia lo alto y obedeciendo a todo lo que aquellos hombres desconocidos te decían, con armas, ametralladoras y varios autos cercándonos.

Un padre humilde, simple, indignado contra la injusticia, que siempre amó incondicionalmente a las almas, que dio la vida por personas que nunca van a entender o discernir el amor puro que les tiene, y ahora… Siendo llevado como un delincuente.
Pero… todas tus luchas te hicieron cada vez más fuerte.

Este es mi padre.

En la Obra, celoso con el servicio de Dios. Temeroso a Dios. Siempre dedicándose al máximo a escuchar Su voz.
¿Cómo puedo ser indiferente y no decir lo que he visto en ti, papá?

¿Cuántas veces entré en tu habitación para darte un beso de buenas noches y te encontré arrodillado hablando con Dios? Mis ojos se llenan de lágrimas al ver tu apreciación por Dios y por lo que hace.

Para mí, si existe alguna debilidad que puedas tener, no es nada que pueda compararse a tus cualidades.

Tus mensajes de fe que son hablados en la iglesia son tan fuertes como tu ejemplo.
Entiendo a Dios cuando nos valora, porque ciertamente el ejemplo que podemos dedicarle aquí en la Tierra es muy fuerte. Eso supera al valor de los ángeles, que no tienen sacrificio diario como el nuestro.

Tus mensajes son de una fe inteligente, racional, y al mismo tiempo sensible a la situación del pueblo.

No estás atendiendo diariamente, pero a veces sientes más dolor que el que atiende todos los días. Tu amor no es fuerte solo por lo que oyes o ves, sino por lo que Dios hace en ti. Quieres darle eso a todo el mundo.

¡Lo que eres es simplemente lindo! Lindo para mis ojos.

Nunca le impones nada a nadie que trabaja contigo, tampoco a tu familia; pero cuando me viste afligida o desesperada, reaccionaste con tu infinito amor – no un “amor emoción”, con pena por mí, sino un amor que me hiciese reaccionar.

¿Cómo puedo olvidar y no amarte? ¿Cómo puedo no ser tocada para decir esto y mostrarle al mundo mi gratitud?

Es irresistible mirarte y no llenarte de besos la cara y el cuello. Tengo un profundo respeto y un amor incondicional por ti papá. Te amo más de lo que imaginas. Mi amor no se expresa en regalos, pues todo lo que pudiera darte en esta vida es tan insignificante… Pero lo que puedo darte aquí es el respeto y la consideración que te tengo. Pues mi vida fue un regalo muy preciado, y aquí la ofrezco como apenas una sierva de Dios en el altar, queriendo dar la misma continuidad de lo que sucedió en tu vida, porque me pasaste esa herencia.

¡Es imposible mirarte y no cambiar de vida! Es imposible oírte y distraerse. Todas tus palabras están aquí clavadas. Y son palabras no mencionadas por filosofías evangélicas, sino de vida. Existe diferencia y sangre en lo que dices.

Es imposible no aceptar al Dios que te creó y no querer servir a ese Dios que tanto te benefició.
Papito, toda tu vida habla… quien está a tu alrededor y vive contigo y los que están atentos a recibir algo para su alma ganan muuucho. Yo soy una de ellas.

¡¡¡Ve en esa tu fuerza!!!