Me había transformado en un zombi
¡Hola, obispo!
Bien, me pareció muy fuerte y de gran importancia ese mensaje, ¡pues un día perdí la visión completamente!
Llegué a la iglesia a los 8 años de edad. A los 14 fui candidato a obrero, y a los 16, fui levantado a obrero. Y siguieron 7 años sirviendo en la Obra de Dios. ¡Qué días maravillosos! Sin embargo a los 23 años, perdí la visión: pequé y salí de la Obra y de la presencia de Dios.
No tardé mucho en involucrarme con cosas incorrectas y malas compañías. Me involucré con la homosexualidad y me metí de cabeza en las discotecas. Comencé a aspirar “polvo”, a fumar y a tomar alcohol.
El primer año fue muy bueno, ni sentía la falta de Dios.
En un tiempo, llegué a odiar a la iglesia debido a la compañía de personas que también habían ido y hablaban mal, pues uno de mis amigos decía que la iglesia usaba hipnosis.
Llegué a participar de un curso con un médico. Allí caí en trance, cada día me hundía más. Cierto día llegué a decir que no quería cambiar más, que no iba a luchar por mi cambio, que si Dios quería, Él me iba a cambiar.
Hasta llegué a conocer la iglesia para homosexuales. De alguna forma, un amigo me convenció para que fuera ya que era posible servir a Dios así. Bien, cada día me distanciaba más de Dios, hasta que mi vida dio un giro y empecé a tener un problema en la columna.
Cierta vez quedé paralizado en la cama, no lograba levantarme. Me acuerdo que ese día mi columna se transformó en una “C” de tan deformada que estaba. Fui al médico y me diagnosticó hernia de disco.
Hubo un día en que un obrero fue a visitar a mi madre a casa y, viéndome así, oró por mí. En seguida manifesté con un demonio, que dijo que quería dejarme paralítico, en la silla de ruedas, y el obrero le ordenó que enderezara mi columna, y así sucedió en ese momento. Sin embargo, después de ese día, seguí en la vida equivocada, no me compuse. Inclusive fui a la iglesia, pero no entregué mi vida.
El tiempo pasó, sucedieron diversas cosas. Me fui de la casa de mi madre a vivir solo. Mi situación empeoró. Tuve depresión, me sumergí en una tristeza profunda, no hacía nada más. Me alejé del trabajo, de la sociedad, cada día empeoraba más. Comencé a tener brotes de locura, cambios de humor – lloraba sin motivo ni razón – pensé inclusive en suicidarme.
Ese día busqué varios remedios para tomar, pero no los encontré. Hasta que un amigo, yendo a mi casa – él servía a los espíritus – comenzó a hablar sobre ese tema y recibió un espíritu maligno, al que consulté y que me pidió unas cosas.
Al otro día, fui a la casa de ese amigo donde había una habitación con diversas imágenes. Allá, consulté a los espíritus, tomé y fumé. Uno de ellos incluso me miró y me dijo:
-“¿Te acuerdas de mí?”
Yo dije: “No”
Entonces él me respondió: “Me quemabas y me mandabas al infierno cada vez, ¡pero yo volvía!”
En seguida me incitó la curiosidad y solicité hablar con el espíritu que actuaba en mi vida. Entonces, incorporado, el espíritu maligno me dijo que estaba en mi vida desde que había nacido, que yo había sido ofrecido a él. Dormí allá y al otro día me fui. Quedé muy pensativo con todo lo que había sucedido.
De allí en adelante me perturbé más.
Tenía la impresión de que nunca estaba solo, cada día me hundía más en la depresión, y nada cambiaba. Había buscado en los médicos psiquiatras y psicólogos una solución, y nada. Llegué a pasar noches en vela jugando juegos online, intentando llenar mi vacío y mi tristeza.
Me había transformado en un zombi. Ya no sabía qué era realidad o no, no salía más, no vivía más, nada me alegraba, no tenía más razón de vivir. Hasta que un día, visitando a mi madre, le comenté que hacía un tiempo algo había cambiado dentro de mí en relación a las cosas equivocadas que hacía. Ir a las fiestas, etc., no tenía más ganas.
Fue cuando ella me convocó para que fuera a la iglesia.
Acepté la invitación y fui el domingo del “Casamiento con Dios”. No lo pensé dos veces: enseguida me lancé al Altar, Le entregué toda mi vida a Dios, largué todo lo equivocado, abandoné a los amigos, a las redes sociales (Facebook) y, por fin, renuncié incluso al empleo, pues vi que no me hacía bien ya que las viejas compañías estaban ahí.
Manifesté con espíritus, pasé por un arduo proceso de liberación y determiné la misma. Gracias a Dios me liberé de la depresión, de las enfermedades, y en seguida me llené de la presencia de Dios. No es fácil, ¡pero es posible al que cree!
Hoy estoy feliz, liberado, ¡solo tengo motivos para agradecer y servir a Dios! Tuve la oportunidad de volver, pero, ¿cuántos la han tenido y la han despreciado? Tal vez no haya tiempo, pues Jesús esta a las puertas.
Por eso digo y confirmo lo que el obispo dijo: “Cuando se pierde la visión, se pierde la vida.” Sé cómo es participar del don celestial, y perder eso es terrible, es aterrador, pues vi a la muerte y a Satanás cara a cara.
Cuide su comunión con Dios, su Salvación, pues es el bien más precioso que usted tiene. ¿De qué le sirve al hombre ganar el todo el mundo y perder su propia alma?
¡Piense en eso!
Paulo Henrique/Aparecida de Goiânia (GO)
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