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¡Buen día, obispo!
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“Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguien hiciere voto al respecto de personas, estas serán del Señor, según tu estimación”. Levítico 27:2
Esta Palabra es tan verdadera, que hace aproximadamente 21 años visité la iglesia por primera vez, porque mi madre me invitó. Hubo un cambio muy grande dentro de ella. Incluso mi padre estaba satisfecho al principio, aunque no aceptara venir con nosotros a la iglesia. Poco tiempo después, él, que era alcohólico en ese entonces, se volvió posesivo y demoníaco, al punto de querer prohibirnos a mi madre y a mí que vayamos a la iglesia de los “ladrones”, como él decía.
A partir de entonces, comenzó la persecución implacable del diablo, a través de mi padre. Un domingo a la mañana, entró a la iglesia con una enorme tijera para intentar matarnos. Quería clavársela a mi madre y, si no hubiese sido por los obreros, hoy ella estaría muerta.
Las discusiones y agresiones dentro de casa eran constantes; las acusaciones y difamaciones contra la iglesia, también; además de eso, nos prohibía buscar a Dios, caso contrario, nos mataría. Y, si fuera necesario, entraría a la iglesia con una máquina excavadora que tenía, para destruir todo y a todos.
Empecé a ir al monte para orar a Dios por invitación de mi madre, pero nos faltaba algo más para llenarnos; entonces, a escondidas, volvimos a frecuentar las reuniones. Sin embargo, como el diablo es muy sucio, mi padre lo descubrió y nos encerró en casa. Tiró gasolina por todas partes y, con un encendedor en la mano, nos amenazaba para que dejemos la iglesia, o moriríamos quemados.
En aquel momento, sentí un pavor muy grande dentro de mí, pues no tenía la certeza de mi salvación, pero me di cuenta de que estaba en el camino correcto. Sus acusaciones no tenían fundamento, no eran nada más que una estrategia demoníaca para que neguemos a Jesús, pero eso nunca sucedió. Ese momento pasó y, a partir de entonces, quedé firme con Dios.
Mi padre nos dejó en la calle varias veces y, en alguna de esas veces, hacía un frío extremo y había helada, pero estábamos firmes.
En un determinado momento en que estaba solo en casa con mi padre, él me mandó a elegir. Prometió darme TODO lo que yo quisiera, pero tendría que dejar la iglesia o irme de casa inmediatamente. Obispo, en aquel momento, no lo pensé dos veces: agarré una valija, puse la ropa adentro y me fui de casa.
Me convertí a Dios de hecho, sin apariencias. Me entregué a Él de cuerpo, alma y espíritu. No tuve rencor, resentimiento u odio hacia mi padre, al contrario, siempre tuve un gran amor y cariño por él. Entonces nació en mí un deseo de ayudar a los otros, un gran amor por las personas. Más adelante, comencé a hacer la Obra, dejando toda mi vida y mis objetivos personales atrás.
A esa altura, cuando entré en la Obra, mi padre me negó como hijo y llegó a ir a la iglesia para intentar matarme. Parecía que iba a acabar allí mi vida en esta Tierra, pero, dentro de mí, estaba seguro, pues sabía, y sé, a Quien he servido. Dios nunca me desamparó.
Llegué a llamar a mi papá para intentar hablar con él, pero fingía que ni me conocía.
No podría escribir todo, pues fue una lucha muy grande para que mi padre acepte nuestra fe. Parecía, a los ojos humanos, que él nunca iba a aceptarme, y, mucho menos al Señor Jesús.
Este fin de año, aceptó venir a la iglesia. Estuvo con nosotros en familia. Y aunque mis padres estén “por el momento” divorciados, él continua amando a mi madre.
Cuando estaba realizando la vigilia del cambio de año y lo vi entrar en el salón, pasaron los 21 años de luchas y persecuciones por mi mente. Había un temor dentro de mí por cómo reaccionaría él, pero reaccioné al instante y decidí darle al pueblo lo que necesitaba, a pesar de ver los ojos de mi padre mirándome fijamente.
Obispo, han pasado 21 años de luchas, votos, oraciones y ayunos, pero la Palabra de Dios no falla: mi padre ha participado los domingos en la iglesia de la ciudad en donde vive, y estamos viendo el principio de un cambio en su vida. Sé, y siempre supe, que este día llegaría, pues los votos en relación a él fueron hechos y traerían la respuesta de Dios.
¡Hoy disfruto de una relación con mi padre que antes no existía!
Le agradezco por su atención.
¡Dios le bendiga mucho!
Pastor Nuno Aleixo.
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