Limpieza emocional
¿Cuántas de nosotras ya estuvimos en el caos más profundo? Estábamos tristes y sin ninguna comprensión de los demás. Cuando llegamos en esa etapa de nuestra vida, nos ponemos súper sensibles. Una mirada, una simple falta de atención de quien está más cerca, ¡ya es la gota de agua! ¡Explotamos!
Si no hay oportunidad de explotar, si tenemos miedo de la reacción que tendremos o de las consecuencias que ocasionaremos, lloramos.
-Vamos a un lugar apartado y lloramos, hasta que no podemos más-
Y lo peor: cuando alguien se muestra interesado en escucharnos, lanzamos todo lo que está dentro nuestro – aquel pasado que no superamos – sale a la luz sin tener cuidado con lo que hablamos.
Cada vez que alguien nos juzga mal, ¡empeoramos! Nos ponemos más delicadas y no salimos de aquel pozo.
¿Cuándo acabaremos con todo eso? ¿Cómo superaremos el pasado que sale a la luz? ¿Cómo vamos a olvidar o a superarlo?
Para ser bien sincera con ustedes, nuestros lectores, yo ya pasé por esa situación… Triste, y por más que intentaba explicárselo a alguien, no me sentía comprendida. Quería a alguien, pero ni sé lo que quería que la otra persona hablase o hiciese. ¿Cómo cambiaría aquella situación que estaba viviendo? ¿Y cuál sería el rol de aquella persona en transformar la tristeza en paz, en armonía y etc…?
-El mayor problema no era que alguien me entendiese, era yo misma-
Yo no podía vencer el pasado que salía a flote. Siempre sucedía algo que reafirmaba que aquel pasado todavía era real. ¡Era horrible! Era un callejón sin salida. Me sentía inferior y disminuida ante los demás.
¿Saben lo que hice?
¡Voy a serles bien sincera! Fui hasta mi habitación, y hablé con Dios bien seria. Le dije que estaba saturada de este pasado que me atormentaba, de ese pasado que me traía evidencias de todo aquello que me afligía. Le dije que nunca más iba a llorar por ese motivo, que nunca más sufriría por este problema.
Cuando hice esa oración sincera, sentí un alivio, pero todavía tenía mucho por delante. Fui descubriendo mi lado oculto. En pocos meses, fui abandonando ese pasado, aquella tristeza que estaba enraizada en mí.
¿Y saben cuándo fue que me libré de eso?
Cuando empecé a dar. Comencé a no esperar nada a cambio. ¡Nada en absoluto! Por más que mi naturaleza quisiera hablar dentro mío, que era mi derecho tener eso o lo otro, yo ya no la escuchaba, porque hasta ella misma, esa “naturaleza” me había dejado en ese lodazal.
Todas aquellas tristezas y agonías que no pasaban era justamente por mis cinco sentidos.
¿Eh? ¿Cómo va a vivir sin sentir entonces?
Siempre voy a sentir, siempre voy a querer. ¡Pero ahí está el secreto!
-El secreto es no ser más esclava de los sentimientos que salen a la luz-
El secreto es tomar el control de la situación. Y yo hice eso, no por la fuerza que tengo, pero sí por el Dios al que invoqué.
¡Él me inspiró! ¡Él me dio dirección! La dirección a la que me refiero no es algo común, que encontraría en mis amistades, pero sí Divina.
Él me dio fuerzas para comprimir y pisar, aquello que estaba oculto dentro de mí, e hice aquella “señora limpieza”, ¡que yo nunca más tuve que hacer!
Vivi Freitas
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