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La oración no deshace la maldición

¡No hay caso!
Hay situaciones que ni la oración resuelve.
Vea el caso del rey David, por ejemplo.

Satanás lo incitó a realizar un censo en Israel. No había necesidad. Hasta aquel momento, Israel había conquistado muchas victorias sobre sus enemigos.

Era amado por el pueblo y, sobre todo, por el Dios de sus padres.

Pero, movido por la debilidad de la vanidad, quería saber la cantidad de soldados para los próximos combates.

O sea, despreció el auxilio Divino para apoyarse en la fuerza física. Tal pecado abominable provocó la ira de Dios.

El consejo de su fiel comandante no surtió efecto. El concepto elevado de su mismo lo había cegado. Satanás se aprovechó de eso y tomó ventaja.

El orgullo del rey se le subió a la cabeza y su pecado, a los cielos.

“… el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción”, (Gálatas 6:8).

David plantó orgullo y cosechó maldición.

A partir de ahí, las oraciones del rey no tuvieron efecto delante de Dios.

Ni su confesión y arrepentimiento movieron el corazón de Dios.

Los cielos se cerraron para David porque la maldición ya había sido determinada.

Aún así, el Señor le dio tres opciones de castigo:

1- Tres años de hambre en Israel;
2- Tres meses en las manos enemigas o
3- Tres días de peste en todo Israel.

Entonces, respondió al profeta: “Entonces David dijo a Gad: Estoy en grande angustia. Ruego que yo caiga en la mano del Señor, porque sus misericordias son muchas en extremo; pero que no caiga en manos de hombres”. (1 Crónicas 21:13).

Y ahora, ¿qué hacer para revertir aquella situación?

¿Oraciones? ¿Clamores? ¿Loores?
¿Ofrendas? ¿Ayunos? ¿Vigilias?

¿Qué actitud de fe podría tocar a Dios para cesar la maldición?

Vestido de humillación (cilicio), David insistió con Dios:

“¿No soy yo el que hizo contar el pueblo? Yo mismo soy el que pequé, y ciertamente he hecho mal; pero estas ovejas, ¿qué han hecho? Señor Dios mío, sea ahora tu mano contra mí, y contra la casa de mi padre, y no venga la peste sobre tu pueblo.”, (1 Crónicas 21:17).

Finalmente, vino la respuesta del propio Dios:

Sacrificio, en la Era de Arauna, lugar en el que más tarde sería construido el Templo de Salomón.

Este domingo, iremos a la obra del Templo de Salomón para presentar el sacrificio de los malditos.

Si el lector carga en sí una maldición, y estuviera interesado en participar de este propósito de fe, entregue su sacrificio hasta el domingo en cualquier IURD:

¡Que Dios tenga compasión de los caídos!