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La mente que hace la diferencia

¡Gracias! ¡Muchas gracias!

Mi vida también cambió porque encontré una puerta de la Iglesia Universal abierta. Voy a resumir la historia:

Crecí en medio de la pobreza, la escasez en la cual nada se podía, y éramos incentivados por mi madre a conformarnos con la miseria, porque éramos pobres y negros. Ella nos enseñaba a lavar y a planchar, porque la única cosa que íbamos a poder ser sería empleadas domésticas – sin desmerecer ese trabajo, pues es muy digno. Sin embargo, todo el mundo sueña con tener una vida buena, estudiar, graduarse. Nadie desea limpiar el piso. Toda la vida ella deseó salir de esa situación, cambiar de vida, no nos hablaba así por mal. La intención , hoy lo veo, era prepararnos para que sufriéramos menos, para que no nos frustráramos, porque no conseguiríamos mucho más que pagar el alquiler y comprar la comida.

Éramos cuatro hermanos. Ella creía que haciendo eso nos estaba protegiendo, solo que, por el contrario, crecimos exactamente con esos pensamientos de que no podíamos, de que no lo lograríamos y de que nadie nos iba a querer. Yo, particularmente, me sentía inferior, menos que nadie. Durante un tiempo fue así, sin embargo fui creciendo sin aceptar eso. Miraba a las personas de piel clara y pensaba: “¿Solamente porque ella es así? Yo puedo tener lo que ella tiene. ¿Solo a causa del color de mi piel?” No lo aceptaba. “Soy inteligente. ¡Voy a conseguirlo!”

Comencé a trabajar a los diez años de edad en una casa de familia, pero no lo aceptaba. Estudié, pero poco, debido a la necesidad de trabajar. Dejé antes de concluir 2° grado. Inclusive sin Dios, mejoró un poco. A los 16 años comencé a trabajar en un supermercado. Me destaqué, fui envidiada permanecí embrujada durante casi 5 meses. Adelgacé, llegué a pesar 40 kilos. Me volví loca, realmente loca. Recibí una orden de internación psiquiátrica pero me escapé antes de que me internaran. Quedé muy mal. Solo porque me estaba destacando donde trabajaba, una muchacha quería matarme.

Cuando mi madre ya pensaba en llevarme a consultar a los espíritus, el Señor Jesús dijo: “¡No, esa es Mía!” Entonces ella me llevó a la iglesia. Ya estaba cerrada, ya había terminado el culto, pero mi madre golpeó y, gracias a DIOS, el pastor atendió. Me oró, me orientó y salí de ahí hablando, caminando, porque ya no podía hacer nada de eso.

De a poco volví a alimentarme. Me sentía bien otra vez pero existía algo malo dentro de mí que no me permitía llegar hasta DIOS. Entonces, no me convertí. Permanecí por algún tiempo… Me gustaba, pero no me decidía. Hasta que comencé a beber un miércoles y me detuve recién el domingo (entonces volví al mundo, incluso ya habiendo sido salva de aquel infierno en el que vivía; volví al fango).

Aquel domingo, cuando me acosté, ya oyendo voces y dándome todo vueltas, dije con sinceridad que no quería esa vida para mí. Decidí volver a la Iglesia. Fue difícil, porque entonces entendí la necesidad de entregarme a DIOS, solo que había muchas cosas malas: todos los malos pensamientos, todos los resentimientos…

Bueno, todo bien, dejé la bebida, las trasnochadas, los compañeros, sin embargo, me rehusaba a dejar la rabia, el odio que sentía por mi padre, que había abusado de mí ni se a partir de los cuántos años, pues solamente a los 12 fue que le di una bofetada y le dije que nunca más iba a tocarme. Repudiaba eso.

Era terrible pensar que tenía que perdonar a la persona que me hacía sentir todo eso tan malo. A veces, a la noche, me despertaba como si me hubiese relacionado con alguien, con todos los síntomas, pues él me hizo conocer todas esas cosas que yo ni sabía lo que eran, que traicionaban a mi madre. “¡No DIOS, no quiero eso!” pensaba.

Permanecí un buen tiempo más dentro de la Iglesia queriendo, deseando, pero sin conocer a DIOS. Fue cuando tuve una conversación con el pastor, porque me sentía rechazada también por DIOS, y le dije que siempre que iba a orar, a hablar con DIOS, venían a mi mente las cosas que mi padre había hecho conmigo. Él me dijo que yo siempre me acordaría de lo sucedido, porque nuestro cerebro es como un archivo, y eso iba a estar almacenado allí en mi historia.

Él me vino con el cuento del perdón, que yo tenía que pedirle perdón a mi padre. “¡Qué absurdo! ¡Ese pastor no está bien! Yo no hice nada. Fue él quien hizo. ¡Qué absurdo!” Salí de allí fingiendo que estaba de acuerdo, pero resistiéndome. Un domingo por la mañana le pedí a DIOS una vez más Su ESPÍRITU, porque Él lo había dicho y dijo que no lanzaría a nadie afuera. ¿Por qué no me atendía si yo quería ser de ÉL? ¿Por qué? Y entonces una voz en mi mente, una voz buena, dijo: “¿Cómo voy a perdonarte si tú no quieres hacerlo?

Lloré mucho. Llegué a casa, llamé a mi padre aparte y le dije: “Papá, decidí entregarle mi vida a DIOS. Quiero hacer lo correcto. Fui orientada que debemos perdonar, pedir perdón, para que también seamos perdonados. No es fácil para mí, pero, ¡por favor, perdóname!” Él empezó a llorar y me preguntaba por qué eso. Yo le dije que era así que debía ser, y salí de allí sin entender muy bien lo que había hecho. Sin embargo, el miércoles, cuando fui a buscar el Espíritu Santo, tuve mi encuentro con DIOS, y solo entonces entendí lo que había hecho. A partir de ese momento esos pensamientos no me atormentaron más.

Bien, dije que iba a resumir, sin embargo resulta difícil hablar de lo que DIOS hizo sin contar detalles, pero no llegué ni a la mitad. Hoy, gracias a nuestro DIOS, a través de nuestro SEÑOR JESÚS, soy convertida, sirvo a mi PADRE como obrera, y estoy casada con un hombre de DIOS que me respeta. Amo y soy amada. Tengo dos hijos lindos, separados para DIOS, creo en eso.

Sigo luchando, porque las batallas no cesan, sin embargo, en cada una de ellas, DIOS nos da la victoria. ¡Amén! Voy a reclamar a DIOS LA RESPUESTA en la fe de la indignación, porque tiene que suceder, y el propósito es agradecer a DIOS por esas puertas abiertas por todo el mundo, así como por aquella puerta que ni estaba abierta aquel día en que el culto ya había terminado, pero un hombre de DIOS me atendió y me liberó en el nombre de JESÚS.

Por eso estoy aquí hoy. No obstante, me demoré, perdí tiempo no queriendo escuchar la voz de DIOS, pero cuando lo hice todo cambió. ¡GRACIAS A DIOS! ¡Gracias mi Padre Amado! ¡Gracias, mi padre obispo Edir Macedo!

Marcielia Gonçalves