La Ley y la Gracia
La palabra que designa la gracia (gr. charis) no es una novedad del cristianismo. Es la misma aplicada al don (dádiva, regalo, gratuidad, compasión, etc.) y se encuentra abundantemente en el Antiguo Testamento. El propio Dios Se revela como «Señor Dios fuerte, misericordioso y piadoso; grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado…», pero que, a pesar de eso: «de ningún modo tendrá por inocente al malvado…» Éxodo 34:6-7.
La ley, en el Antiguo Testamento, era una manifestación de la gracia de Dios, pues se trataba de un camino, un vínculo, a través del cual el pecador sería merecedor de esa gracia. En el Nuevo Testamento, tenemos esa gracia de Dios revelada en Jesucristo: «Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres…», pero, a pesar de eso, tampoco declara inocente al culpado: «enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente…» Tito 2:11-12
En el libro de Romanos, el apóstol Pablo les ruega a los hermanos en Cristo que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Romanos 12:1). Vemos por ahí que los sacrificios que nos purifican son santos y agradan al Señor.
Una afirmación interesante es la que hace el mismo apóstol refiriéndose al dinero que los cristianos de la iglesia de Filipos mandaron para ayudarlo en su sustento. «Todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios»(Filipenses 4:18). Aquí, el dinero ofrendado para el sustento de Pablo, que estaba haciendo un trabajo misionero, abriendo iglesias en Asia Menor y en Europa, fue considerado como sacrificio aceptable y agradable a Dios. Todavía en el mismo libro, Pablo habla de la dedicación cristiana como «sacrificio y servicio de la fe» (Filipenses 2:17)
Es cierto que, con la gracia de Dios manifestada en Jesucristo, ya no necesitamos sacrificar animales para la remisión de nuestros pecados; no obstante, eso no puede ser confundido con los sacrificios propios de la carrera cristiana.
El Señor Jesús dijo que la puerta que conduce a la Salvación es estrecha y que las personas deben esforzarse para entrar por ella, en oposición a la puerta ancha, que conduce a la perdición.
El verdadero cristiano tiene consciencia de su responsabilidad delante de Dios y sabe que necesita fe, osadía y desprendimiento para enfrentar cotidianamente a los enemigos. Sabe que es un soldado, un cooperador en la Obra de Dios, y que es el instrumento que el Señor usa para ejecutar Su voluntad en este mundo. Sabe que tiene su parte para realizar. No se queda esperando que las bendiciones caigan del cielo. Es a este que Dios honra, y en quien encuentra Su preciosa gracia.
La gracia de Dios puede ser comprendida como una relación bilateral. La iniciativa es de Dios, pero es necesaria la aceptación por parte del hombre para que esa relación se complete. La aceptación de la gracia, por otro lado, se da por la fe, y exige renuncia, dedicación, obediencia y sacrificios.
Seguir al Señor Jesús es unirse a Él y eso significa ser copartícipe en la construcción de Su reino, del cual la Iglesia es el cimiento. Dios, que sacrificó a Su propio Hijo, desea que seamos delante de Él sacrificios vivos y agradables. Es sobre este asunto que discurrimos en el libro «El Perfecto Sacrificio».
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