¡Querida y amada señora Ester!

Pensábamos que una mujer fuerte era aquella que hablaba más alto, la que hacía valer sus derechos. Pero usted nos enseñó que la fuerza de la mujer está en tener a Dios y vivir guiada no por lo que se siente sino por lo que se cree.

Pensábamos que la discreción estaba en pasar desapercibida, escondida y sin expresión. Pero usted nos enseñó que somos discretas cuando nos sometemos a la voluntad de Dios y dejamos que Él nos use, aunque, para eso, debamos ser intrépidas.

Pensábamos que el valor de una mujer estaba en ser reconocida. Pero usted nos enseñó que nuestro valor está en dar, en ser la propia ofrenda – sin esperar nada a cambio.

Todos la ven como una mujer “superpoderosa”; pero solamente usted sabe las luchas y los conflictos internos que tuvo que vencer para ver hoy la magnitud del poder de Dios en la vida de aquellos que se han hecho Sus escogidos.

Usted no generó solo dos lindas mujeres de Dios, y sí una gran nación de mujeres.

¡Millares de almas han sido ganadas, y otras rescatadas por medio de nuestras vidas!

Toda esa nación es fruto de una semilla plantada hace mucho; de su entrega, regada con lágrimas, en momentos íntimos con Dios.

Es imposible agradecer con palabras y expresar el amor que tenemos por usted. Por eso, nuestra forma de agradecimiento será llevar a todos todo lo que hemos recibido.

Como guerreras del Ejército de Dios, ganamos almas para nuestro Dios.

Amiga

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