Experiencias extraordinarias en el Templo de Salomón
¡Buen día, obispo!
Y qué DÍA, ¡estoy renovada! ¡Ah! ¡Qué día, obispo!
Este sábado tuve una fuerte experiencia con Dios en el Templo de Salomón. Fueron cuatro años de preparación, cuatro años esperando entrar en este Santo Lugar, y, con el Ayuno de Jesús, santificándonos días antes de que pisemos allí.
Estamos en Rio Grande do Sul. Cuando llegué con el ómnibus a Brás, vi el Templo por encima de los demás edificios, y así como me lo imaginaba, vi su grandeza y magnitud. ¡Realmente, es un Templo para la Gloria de nuestro Dios!
Hay tantas iglesias que lamentablemente no entienden esto… ¡Nosotros aprendemos a glorificar a nuestro Dios!
Quería contarle mi experiencia al llegar al Templo. Al entrar por la Puerta, no contuve mis lágrimas, no por emoción, sino porque sabía la Santidad de estar allí, el privilegio y la alegría de estar en el Templo de Dios. Enseguida pasó una película de mi historia con Dios. Allí en silencio, obispo, Él hablaba conmigo. Solo al escribir y recordarlo, mis ojos se llenan de lágrimas de alegría.
Recordé desde el momento en que llegué a la Iglesia; no recordaba ni la ropa que usaba, y ayer lo recordé, recordé todo como en una película: mi bautismo, mis renuncias, mi encuentro con Él, mi bautismo con el Espíritu Santo, mi consagración a obrera, y todo lo demás que Él había hecho por mí. Recordé también las luchas y vi cuánto fortalecieron mi fe ¡y cuánto me han hecho madurar! Veía a los obispos caminando en medio de nosotros y a sus esposas a quienes tanto admiro… ¡Quedé admirada! Enseguida me acordé de que estaba en el Templo de Dios, y entonces, delante de Él, todos nosotros estamos en el mismo lugar, delante de Él.
Cuando terminó y salimos – fuimos los últimos en salir -, vi cuando usted salió con los demás obispos y la alegría que usted tenía. Dios hizo con usted como hizo con Abraham: él quería tener solo un hijo, y Dios lo hizo padre de una nación; usted quería ganar esa ovejita, el alma de su amigo, ¡y le dio una nación de hijos espirituales!
Obispo, solo quiero agradecerle. ¡Muchas, muchas gracias por traer el Templo! ¡La Santidad se hizo aún más fuerte dentro mío!
Luana Peruzzo Caciano
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¡Hola, obispo!
El último sábado, tuve el inmenso placer de estar en la reunión de las 18 hs. en el Templo de Salomón. Un día que quedará marcado en mi memoria hasta mi último suspiro de vida.
¡Vine a agradecerle por todo! Cuando usted estaba predicando para nosotros sobre la fe y la Salvación, mi deseo era ir hacia usted y agradecerle por todo. Vi en usted el amor de padre que nunca sentí, pues fui abandonada por mi padre cuando era niña.
Pero, volviendo al tema, me maravilló ver el amor que usted tiene hacia nosotros, el cuidado y la enseñanza, exactamente como el de un padre que se preocupa por su hija. También quiero agradecerle por la gloriosa oportunidad de poder poner mis pies en el Templo.
Apenas las puertas se abrieron y entré al Santuario, no me contuve y lloré como una niña. ¡ES EXTRAORDINARIO! Tengo la certeza de que mi vida no será la misma, como dice aquella Palabra: «Cosas que ojo no vio, ni oído oyó…»
Obispo, no me imaginaba la grandeza de ese Santo Lugar, ¡es glorioso, magnífico y majestuoso! Cuando entré, me olvidé de todo y de todos y me quedé analizando cada centímetro. Es todo perfecto, pasó una película en mi mente de dónde Dios me sacó, de todo lo que Él hizo en mi vida.
Soy la persona más feliz de este mundo, pues, incluso estando llena de fallas e imperfecciones, Dios me escogió para formar parte de esta gran Obra.
¡ALELUYA, qué alegría, obispo! Quiero agradecerle en primer lugar a Dios y en segundo a usted.
¡Gracias, que Dios lo bendiga!
Sinthia Braga, esposa de pastor en la ciudad de Luiz Antônio – SP
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¡Buen día, obispo Macedo!
Me gustaría contarle mi experiencia de este domingo por la mañana, cuando llegué a la iglesia en la que estamos, después de entrar al Templo de Salomón. Vi la gloria de Dios al entrar al Templo. Todo hablaba conmigo en aquel lugar: el suelo, las paredes, así como los olivos. Mientras pensaba «Caramba, cómo lograron traerlos de Israel…», Dios habló conmigo: «La grandeza no está en cómo los trajeron, ni de dónde vinieron, sino en Quién los hizo llegar hasta aquí.»
Es como nosotros. Nuestro valor no está en quiénes somos, sino en Quién nos escogió. Fue Él quien nos valoró cuando nos escogió… Después, al ver tantas otras cosas, Dios hablaba en mi silencio. Ni con mi esposo quise hablar, pues ese día era de mi Dios, solo quería oírlo, no quería perderme nada, y creo que no lo perdí.
Cuando llegué aquí a la iglesia, ¡fue aún más glorioso! Puedo decir que tengo nuevos ojos.
Nuestra iglesia tiene 120 miembros, una iglesia pequeña, y la veía así, pero el domingo por la mañana, cuando entré, parecía que estaba entrando en el Templo nuevamente, ¡fue muy fuerte! Veía a las personas con un amor que no cabe en mi pecho, me dieron ganas de abrazar a todo el mundo y darles lo que de gracia recibí.
Cuando vi el Altar, solo pensaba: ¡Santidad al Señor! Miraba a mi esposo y veía, espiritualmente, a un verdadero sacerdote. Conseguí realmente verlo como un hombre de Dios y no solo como mi marido. ¡Vi unción en sus palabras, un temor enorme en su oración a Dios! No es que él no tuviera eso, él lo tenía, pero lo que cambió fue mi visión.
Hace mucho tiempo no participaba de una reunión estando tan involucrada con todo, desde la primera oración hasta la última, como este domingo. No vi defectos en lo que él hablaba o hacía, solo a Dios desde el comienzo hasta el final, como en el Templo.
Todo aquí en la iglesia está hablando conmigo: las paredes, el suelo, el Altar, el pueblo… Si veo un papel en el suelo, pienso: «¡Es la casa de mi Dios, todo debe mostrar Su Gloria!»
Obispo, yo cambié y mi visión cambió después de entrar en el Templo de Salomón. No soy más la misma. Hoy me doy cuenta de cuán sin temor y reverencia a Dios yo estaba, pero eso cambió, ¡para la gloria de Dios! Incluso mi amor por las almas fue renovado, y por mi esposo también. Hoy los amo aún más, pues vi la gloria de Dios, ¡y quiero pasar eso a todos a mi alrededor! Quiero que todos entren aquí en esta iglesia, y en todas por las que pasaremos, y vean, así como en el Templo, ¡Cuán extraordinario es nuestro Dios, a través de nuestra vida y ministerio!
Va a ser un éxito a partir de hoy, pues soy una nueva sierva, y voy a colocar aún más fuerza en nuestro trabajo auxiliando a mi esposo en el Altar y ganando más almas para mi Señor. ¡Vamos a redimir el tiempo!
Gabrielle Impronta – Salvador – BA
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