Esposa de Pastor
El restablecimiento de mi comunión con Dios cambió mi matrimonio
Hola, Sra. Ester
Le escribí con el deseo de compartir mi testimonio y la experiencia de fe que tuve con Dios, después de casarme y entrar a la obra.
Estoy casada hace un año y siete meses, durante los primeros 8 meses viví momentos horribles en mi matrimonio. Frialdad e indiferencia de mi marido, un trato inmaduro e insensible, él me despreciaba en todo y fueron ocho meses de mucho llanto y dolor.
Siempre idealicé el matrimonio, con un hombre de Dios en el altar, como algo inamovible. Cuando estaba de novio con él, y ese noviazgo duró 3 años y medio, pensaba que nuestra unión sería estable del primer día, pues los dos éramos de Dios.
Pero, me sorprendió esta situación, le presté atención al dolor que se formaba dentro mío, y eso me desvió de mi objetivo de agradar a Dios. Hasta recurría a Dios, pero no sabía qué hacer, ni qué actitud tomar para revertir esa situación.
Pensaba: ¿Cómo puede ser que un hombre que se mostró tan respetuoso durante el noviazgo no respetarme como esposa y tampoco demostrar algún gesto de sentimiento por mí? Me sentí engañada hasta por Dios, pues siempre busqué en Él la persona correcta, no me casé sin Su dirección. ¿Y ahora? Pensé eso porque estaba lejos de Él.
En verdad, mi marido era y es un hombre de Dios, y también debería haberse decepcionado conmigo. Uno de mis mayores errores en ese período fue haber confiado en todas las personas que estaban a mi alrededor, pues no necesitaba ni cinco minutos de charla que yo ya estaba contando mi problema.
Una mañana, después de haber pasado la noche llorando, le pedí a Dios una solución definitiva o no iba a soportar eso por más tiempo. Habría una reunión aquel jueves para pastores y esposas, y le pedí a Dios que use al obispo para hablar con mi marido. Esperaba que él escuchara al obispo, pues no me escuchaba a mí, que siempre le recriminaba.
Para mi sorpresa, yo fui el blanco. El obispo habló de esposas que estaban hasta deprimidas en otros países por no haber nacido de Dios. Imagínese el golpe que recibí.
Pensé: ¡Ahora mi marido va a pensar que soy una endemoniada, pues no dejo de llorar! Pero Dios estaba allí, respondiendo el pedido de la oración de esa mañana, pues me estaba mostrando que yo era el problema.
Salí destruida de la reunión, pero algo diferente sucedió. En la salida, mi marido no estaba peor conmigo, con más repulsión, ¡no! Él estaba con una mirada de cariño y compasión.
El Espíritu Santo debe haberlo tocado para que me ayude. Vi amor en sus ojos. Él fue a la iglesia y yo, a casa. En el camino medité y tomé una decisión, yo cambiaría y eso traería un cambio en todo.
La primera cosa que hice fue restablecer la comunión con mi primer Marido, el Señor Jesús, y cambiar mis actitudes. A partir de ahí las cosas no cambiaron, él todavía era inmaduro y eso traería actitudes que iban a seguir lastimándome, pero con una diferencia: yo estaba preparada para madurar con él, yo entendí que mis actitudes hasta aquel momento estaba sólo empeorando mi imagen hacia mi marido y, sobre todo, desagradando a Mi Señor.
Después de que cambié, pasé a ser una esposa sumisa, a respetarlo, pues, ¿cómo podría querer su respeto si él se sentía enfrentado por mí cuando yo le mostraba mis razones?
En fin, pasé realmente a confiar en Dios cuando dejé de esperar actitudes de los hombres. Ahora éramos Dios y yo para vencer esa situación. Me convertí en una persona de oración, ya no recurría a los “oyentes de mi lamento”, cuando enfrentaba una nueva situación recurría a la oración y le pedía dirección a Dios. En vez de discutir o llorar, aprendí el momento y la forma correcta de hablar con mi marido, aprendí a depender de Dios y Él pasó a guiarme, eso hizo que un cambio interior se hiciera visible.
Mi marido ya no era más frío e indiferente, ya no necesitaba más mendigar su cariño como antes. Él pasó a darme su vida en respuesta a mi renuncia y entrega a él.
Hoy sé el significado del sacrificio en el matrimonio. Sólo sucede cuando se sacrifica la propia vida con Dios. Durante un tiempo, ese sacrificio en el matrimonio fue sólo de mi parte, pero Dios me honró y hoy a través de mi comunión con Dios, en tenerlo en primer lugar, diariamente, en mis oraciones, lo puedo todo.
Puedo cambiar hasta su ministerio, pues mi marido, incluso teniendo 9 años de obra, hacía aquella reunión “leche”, sólo alimentaba a los nuevos y hoy a través de la oración, su ministerio dio un salto, hasta él está mucho más aplicado en su comunión.
Su trabajo ha sido bendecido cada día. No soy más estéril espiritualmente, los frutos están naciendo. Existe la guerra del lado de afuera, pero hay paz interior, y nuestra unión está llegando a ser ese delicioso puré.
<pQue Dios la bendiga a usted y al obispo por la orientación y también por los artículos de las señoras Cristiane y Viviane, que me orientan cada semana.
Un cariñoso abrazo.
(Fue un placer haberla conocido más de cerca el último jueves).
Elizélia Jardim
Portugués
Inglés
Francés
Italiano
Haití
Ruso