thumb do blog Blog Obispo Macedo
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El valor del Altar

¡Hola, obispo!
Soy Igor, el muchacho que usted atendió el martes pasado.
Quiero informarle a través de este e-mail que ya hice lo que me orientó durante la charla que tuvimos. Y, realmente, me estoy sintiendo mejor. Llamé a Jessica frente a mi esposa y conversé con ella.

Le pedí perdón por todo lo que sucedió y le dije que me haría muy feliz si ella, como yo, luchase para superarlo. Ella me dijo que está luchando por su Salvación y que está firme en la iglesia. También me pidió disculpas y, gracias a Dios, me estoy sintiendo mejor.

Nunca imaginé que un día pasaría por todo esto. Siempre fui del Altar, nunca tuve muchos amigos – principalmente si esa persona tenía mal comportamiento – nunca fui mujeriego, ni cuando estaba en el mundo, y en la iglesia no tenía la costumbre de atender a mujeres. Y por pensar que nunca iba a caer con una mujer, subestimé al diablo, y la única vez que fui a hacer ese tipo de acompañamiento, caí en esa trampa.

Siempre procuré ser dedicado a las cosas de Dios, y no entiendo por qué dejé que el diablo me derrumbara de esa manera. Sufrí mucho con todo eso. Sufrí con la acusación de mi consciencia, sufrí con la acusación y el rechazo de muchos que se mostraban amigos míos – y sé que merecía eso – sufrí, principalmente, por saber que lastimé a mi Señor que siempre cuidó de mí, y sufrí por decepcionar a personas que me amaban y creían que yo era un hombre de Dios.

No hubo un día que no haya llorado, un dolor gigantesco se apoderó de mi alma. Fue como usted predicó uno de estos días: nos queda un vacío dentro del corazón que no hay nada que logre llenarlo. Por eso decidí, junto con mi esposa, hacer una locura en el Altar, en la Hoguera Santa. Lo hicimos y Le pedí a Dios que Él reparase esta tragedia, que no Se apartase de mí, y que en el futuro Él me diese condiciones de servirlo nuevamente.

Aproveché esos momentos de tristeza y angustia para humillarme delante de Dios, buscarlo como nunca lo había buscado, y puse toda mi fuerza.

Lo que yo sufrí en estos últimos meses no lo sufrí ni cuando no conocía a Jesús, pero en ningún momento pensé en abandonar la fe o en irme a otra iglesia – aunque las invitaciones del diablo siempre aparezcan – pues mi corazón está en el Altar de la Universal.

Mi vida se está arreglando, ya estoy trabajando y organizándome, pero queda un vacío, el vacío del Altar. Estoy feliz por haber reconquistado la confianza de mi Dios y mi Salvación, pero siento un dolor, el dolor de haber perdido una de las cosas que más amaba, que es el privilegio de predicar el Evangelio. No le deseo ese dolor a nadie, pero sería bueno que muchos pastores pasaran por lo que yo estoy pasando para que le dieran valor a la Obra de Dios, pues estoy aprendiendo a darle valor a las mínimas cosas. Nunca dejaré que el diablo me haga eso nuevamente, pues ahora sé que no puedo cerrar los ojos ni siquiera un segundo.

Maduré mucho, y tal vez incluso parezca que tres meses es poco tiempo, pero le digo que aquí afuera un día es como si fuera un año. Hasta hoy no logré aprovechar esa “libertad” que hay aquí afuera. Cuando estaba como pastor, veía a los pastores radiantes cuando tenían tres días de franco, inclusive yo también me ponía feliz, y ahora que estoy aquí del lado de afuera y tengo todo el tiempo para hacer lo que quiera, no lo consigo, no tiene gracia. Daría toda esta libertad para tornarme esclavo de Jesús de nuevo.

Cuando salí de la Obra, decidí que lo iba a enfrentar todo para tener mi Salvación de vuelta y, futuramente, una chance para poder hacer la Obra nuevamente, y estoy en esa fe, obispo. Estoy en el grupo de evangelización y en la clase para ex pastores. Y estoy poniéndome a disposición de Dios, pues este domingo entendí que siempre tenemos que estar a los pies del gran YO SOY, y hoy reconozco que necesito de Él para que la obra sea hecha. ¡Y creo que lo será!

Le agradezco por haber sido considerado conmigo, aunque no lo merezca, y haber leído este e-mail.

Estoy enviando el mismo con el único objetivo de aclarar lo que me sucedió, pues sé que la Obra es del Espíritu Santo, y si el hombre no me abandonó, ¡mucho menos Él!

Confieso que me sorprendió y me hizo muy feliz la manera en que usted me atendió el martes, pues yo no merezco ese tipo de trato. Pero una vez más usted me probó que tiene el Espíritu de Dios.

¡Gracias obispo!

Igor

(e-mail enviado al obispo Gonçalves)